Operación rescate: Jaime Anglada

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«Es el puñetazo en la mesa de alguien que quiere demostrar lo que vale y su forma de hacerlo es con un puñado de canciones que debían haberle llevado a llenar las grandes salas de cualquier país de habla hispana»

Jaime Anglada
«Nunca tendremos Graceland»
BLAU DISCMEDI, 2003

 

 

Texto: EDUARDO IZQUIERDO.

 

 

Jaime Anglada es de esos músicos que deberían estar llamando a las puertas del cielo. No, no me malinterpreten. Utilicen cielo como sinónimo de Olimpo; de éxito, por ser más mundanos. Dios me libre de desearle ningún mal al mallorquín, un tipo encantador, todo corazón. Pero la carrera de Jaime no ha sido justa con él ni con sus discos. Cinco y un directo desde que debutó hace diecisiete años es demasiado poco para alguien que lleva la música tan dentro, aunque creo que en este caso la x de la ecuación se despeja fácil. Su origen es parte o todo su problema. Jaime nació en Mallorca un 13 de septiembre de 1972, y allí ha desarrollado su carrera, aguantando que el mar que rodeaba a su tierra por todos lados se convirtiera en una jaula para su música. Un calabozo para sus canciones que nunca han logrado cruzar con suficiente fuerza el oleaje del Mediterráneo. Eso sí, en las islas Jaume, como lo llaman sus paisanos, es toda una institución y recibe todo el reconocimiento que se olvida injustamente en la península.

Cierto es que «Dentro de la noche» (1996) y «Empezar de nuevo» (1998) eran discos demasiado irregulares (a pesar de que el primero estuviera producido por Roger Eno) y muestran a un Anglada todavía inseguro. Son trabajos tambaleantes cuya producción ni siquiera ha soportado bien el paso del tiempo, pero «Nunca tendremos Graceland» (2003) es otra cosa. Es el salto de calidad que necesitaba su carrera y que luego se vería refrendado con los excelsos «Otra canción de carretera» (2006) y «Stereo» (2010). Es el puñetazo en la mesa de alguien que quiere demostrar lo que vale y su forma de hacerlo es con un puñado de canciones que debían haberle llevado a llenar las grandes salas de cualquier país de habla hispana. Desde la inicial ‘Mi última canción’ con las guitarras de David Gwynn adquiriendo protagonismo al lado de la rota voz de Jaime todo respira excelencia.

‘Puerto de Santa María’ es una canción estupenda, cargada de sentimientos que nos traslada al sur de la península, mientras ‘Cridaré el teu nom’ devuelve a Anglada a su tierra, cantando en su idioma y dejando que los sentimientos afloren. ‘Sin ti, contigo’ es un descanso y seguramente la peor del lote pero no es una mala canción, aunque sucumbe ante lo que viene detrás. Porque ‘Nunca tendremos Graceland’, la canción, es un auténtico himno y no me sonroja decir que una de las grandes tonadas de la historia del rock nacional. Lo defiendo y lo defenderé ante cualquiera que se atreva a cuestionarlo. Cargada de simbolismo, de imágenes icónicas y llena de rock and roll. Con un estribillo destinado a ser coreado por las huestes del rock and roll, esos ejércitos a los que su amigo Quique González pide que rompan filas en su último disco, «Delantera mítica». Y con ella el disco sube un peldaño más, cuando parecía que no podría hacerlo.

‘Besarte y no parar’ vuelve a arañarnos el corazón y ‘Olvidé’ hace aflorar al Anglada canalla, al que todavía no habíamos visto. El que sabe volver a darnos un respiro de nuevo con ‘Un reloj y una llave’ para reclamar lo que es suyo con ‘Navegando solo’, canción que David Broza bordaba en su disco superventas «Isla Mujeres», y que muy poca gente sabía a aquellas alturas que había sido escrita por el mallorquín. ‘Cuando cae la noche’ es otra de las grandes canciones del álbum: repite esquemas con el tema titular, esos iconos que todos conocemos aunque aquí lo hace en forma de nombres y, sobre todo con una frase antológica, ese “cuando cae la noche y Elvis me viene a ver, cuando cae la noche yo quiero ser Tom Waits”. Y para acabar dos regalos, ‘Canciones y palabras’, construida con fragmentos de otros temas de Jaime, y ‘Mi camarera’, que a ritmo de ranchera tabernaria cierra el disco de forma magistral.

«Nunca tendremos Graceland» pudo y debió haber sido, pero no fue. La industria fue cruel con él, como con tantos otros, lo sé. Pero oírlo diez años después de su grabación sigue despertando las mismas sensaciones. Y eso sí que no se puede decir de tantos discos.

Anterior entrega de Operación rescate: R.E.M.

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