Operación rescate: «El grito del tiempo» (1987), de Duncan Dhu

Autor:

«Duncan Dhu, qué duda cabe, fueron grandes letristas, melodistas e intérpretes, poseedores de una estética sonora propia»

Duncan Dhu
«El grito del tiempo»
GASA, 1987

 

Texto: JUAN PUCHADES.

 

La de Duncan Dhu en sus inicios es una historia bien curiosa: el trío donostiarra debutó en 1985 con «Por tierras escocesas», un minielepé en el que se destaparon como una formación fascinada por los sonidos acústicos (empleaban incluso contrabajo) inspirados por el primitivo rock and roll y las baladas estadounidenses de la década de los cincuenta (‘Tarde de fiesta’, por ejemplo, pese a su letra taurina, bebía de los Platters y demás grupos vocales). Los oyentes del «Diario pop» de Jesús Ordovás (en aquellos días el programa esencial para estar al tanto en lo relativo a nuevos sonidos pop hispanos) descubrimos al grupo allí. Además, el vinilo lo editaba Gasa, la elegante discográfica de Esclarecidos, así que aquello era, sin paliativos, «auténtico». Mucho. Un año después llegó el primer elepé, el excelso «Canciones», en el que, con la ayuda del productor Paco Trinidad, habían pulido aristas y limado asperezas, dando con un sonido más nítido, con más cuerpo, siempre con la voz de Mikel Erentxun en primer plano, y con los punteos de guitarra bien presentes. Por otro lado, escribían grandes canciones, con esa cierta tendencia a la melancolía que sería su santo y seña. Un disco fenomenal, para qué engañarnos.

En esas que una canción allí contenida, la pegajosa y perfecta ‘Cien gaviotas’, los propulsó a Los 40 Principales, las adolescentes se volvieron locas con ellos, comenzaron a despachar discos a miles, los conciertos se sucedieron sin cesar y hete aquí que a Duncan Dhu se le acabó el crédito: la prensa «seria» desconfió de ellos mediante aquella teoría de que a un tipo de pelo en pecho y con las neuronas donde debe tenerlas no puede gustarle lo mismo que a una jovencita (supuestamente descerebrada). Tonterías. Tonterías propias de la indigestión de autenticidad, de trazar líneas imaginarias entre lo bueno y lo malo. Conviene recordar, en todo caso, que fans (femeninas) y éxito conformaban un binomio mortal para la credibilidad musical, sobre todo durante la segunda mitad de los años ochenta del siglo pasado, cuando lo «auténtico» cotizaba al alza en lo musical como reacción frente a lo comercial o prefabricado que inundó el pop español al calor de la Movida.

Con el tercer disco, «El grito del tiempo» (1987), de nuevo producido por Trinidad, Duncan Dhu pasó a ser para el sector auténtico, directamente, pasto de los peores tics comerciales. Además, ¡anatema!, se les ocurrió electrificarse con la idea, era de suponer, de hacer todavía más vendible su música. Más tonterías. Y aquí permítanme una confesión personal: seguí a Duncan Dhu desde el minuto uno, los disfruté enormemente, su evolución me pareció de lo más coherente y siempre me dio exactamente igual su éxito, que calidad no tiene que ver con cantidad, pero tampoco han de estar necesariamente reñidas, como bien sabe cualquiera que conozca mínimamente la historia de la música popular.

Ese disco, «El grito del tiempo», recolecta una poderosa colección de canciones que se iniciaba con la épica y embriagadora ‘En algún lugar’, que con sus guitarras eléctricas densas y porosas (en línea con las de Simple Minds o U2) era como el anuncio de que nuevos tiempos habían llegado a la banda y el pasado era eso, tiempo que quedaba atrás («Un silbido cruza el pueblo y se ve / un jinete, que se marcha, con el viento, / mientras grita que no va a volver»). Incluso temas acústicos como ‘Tu sonrisa’ se presentaban con una luminosidad de la que estaban exentos los anteriores Duncan Dhu, del mismo modo que ‘Señales en el cielo’, sobre ese sonido «antiguo» tan característico de algunas canciones de Diego Vasallo, trazaba líneas nuevas, con dibujos del Hammond e instantes que apuntaban al soul. Una pieza soberbia. Como espléndidas eran ‘La tierra del amor’ (con Erentxun todavía enredado en las canciones sobre leyendas), ‘No debes marchar’, ‘La barra de este hotel’ (tema con el que Vasallo se zambullía, directamente, en el soul) o las supremas ‘Una calle de París’ y ‘Paloma blanca’, con las que ambos compositores certificaban lo bien que se les da escribir juntos: uno, mago de la palabra, el otro de la melodía.

Hoy «El grito del tiempo» hay que valorarlo como un sensacional álbum de transición, el que llevaría al grupo (ya para entonces dúo) hacía «Autobiografía», ese doble que es pieza ineludible en cualquier discoteca personal que pretenda atesorar lo mejor de la historia del pop español. Duncan Dhu, qué duda cabe, fueron grandes letristas, melodistas e intérpretes, poseedores de una estética sonora propia (maleable en algunos de sus siguientes pasos, pero siempre aferrada a la columna vertebral esencial). ¿Acaso, en el pop se puede pedir más? No, y para colmo sus discos han envejecido con muchísima más dignidad que la mayoría de producciones de aquel periodo.

Anterior entrega de Operación rescate: Fleetwood Mac.

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