Operación rescate: «Nadie sale vivo de aquí», de Andrés Calamaro

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«En ‘Nadie sale vivo de aquí’ ya está presente el Calamaro de las grandes letras, esas que están plagadas de frases e imágenes que de tan rotundas pareciera imposible hallarlas en una canción»

Andrés Calamaro
«Nadie sale vivo de aquí»
COLUMBIA, 1989

 

Texto: JUAN PUCHADES.

 

Catorce temas en una escasa media hora y la primera obra maestra de Andrés Calamaro. Ese es, a grandes rasgos, el titular esencial que puede resumir «Nadie sale vivo de aquí», un disco desbordante que cruje por todos sus recovecos a buena banda de rock and roll. El antecedente, la primera piedra sobre la que se edificó el sonido Rodríguez (los primeros acordes de ‘Pero sin sangre’, pongamos por caso, bien podrían haber formado parte de «Buena suerte», el elepé inicial de estos), con Ariel Rot (por entonces guitarrista de Andrés) y Calamaro, coproductores junto al técnico de sonido Mario Breuer, definiendo un discurso que habían comenzando a elaborar en «Por mirarte» (1988). Pero si en aquel elepé era como que estaban poniendo los papeles en orden, como tratando de fijar la secuencia, aquí, cual exploradores lanzados a la aventura, ya trazan el mapa de nuevas tierras en las que se une el sonido stoniano y guitarrero de Rot con la lírica singular de Calamaro (la que había ido definiendo con sus temas en Los Abuelos de la Nada y en sus tres primeros discos en solitario), confluyendo el blues (‘Con la soga al cuello’), la ranchera (la imponente ‘Adiós, amigos, adiós’), el rock and roll clásico (‘Señoritas’) y esos toque pop tan suyos que, simplemente, matan a quien los escucha (‘Pasemos a otro tema’, ‘Una deuda del corazón (traicionero)’, ‘Ni hablar’) o canciones gloriosas, tan ajenas al tiempo, como ‘Señal que te he perdido’.

En «Nadie sale vivo de aquí» ya está presente el Calamaro inspiradísimo, el de las grandes letras (el «poeta fértil»), esas que están plagadas de frases e imágenes que de tan rotundas pareciera imposible hallarlas en una canción. Canciones, y sus correspondientes textos, que, en años venideros, lo situarían en la estratosfera musical, en una liga de la que fue único integrante. Aunque conviene destacar la presencia de Rot, lo especial de que esos dos cometas tan distintos (uno volcánico, el otro mesurado, ambos geniales), cruzaran sus caminos, y dieran lugar a una sociedad musical fascinante que en comunión ha dejado obras apabullantes pero que por separado ha situado altísimo el listón del rock en nuestro idioma. Unos compositores, intérpretes, productores y visionarios sonoros únicos, gente musicalmente completa que, para suerte de todos nosotros, tuvimos la oportunidad de disfrutar unidos, sumando ingenio y magisterio.

Según los cánones, «Nadie sale vivo de aquí» no es un disco perfecto y, sin embargo, es una obra maestra; pero es que le sucede como a «Buena suerte», que en sus imperfecciones, en sus múltiples y torrenciales direcciones habita el mejor rock libre, el que fluye con naturalidad, el que te atrapa por las tripas y te las pone del revés, el que corta la respiración. Además, merece la pena insistir en ello, este elepé es la simiente de la que florecerían Los Rodríguez, el mejor grupo de la historia del rock en castellano, y solo por eso ya merecería un espacio destacado en el libro de honor. Pero si le sumamos que es la primera gran obra de Calamaro… ¡uf! ¡Menudo disco!

Anterior entrega de Operación rescate: Duncan Dhu.

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