Ninguna ola, de La M.O.D.A.

Autor:

DISCOS

«Lo que hace David Ruiz, poniendo su garganta en representación del grupo, es abrir su corazón»

 

La M.O.D.A.
Ninguna ola
AUTOEDITADO/ALTAFONTE, 2020

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

La primera percepción al escuchar Ninguna ola, el nuevo disco de los burgaleses La Maravillosa Orquesta del Alcohol, es que se habían dado a la experimentación. En la segunda escucha descartas esa idea. Tendemos a decir que es experimental lo que nos sorprende, lo que no esperamos ni escuchamos en el disco anterior. Y no es eso. Lo que hace David Ruiz, poniendo su garganta en representación del grupo, es abrir su corazón. De hecho, ni siquiera cantan; en ocasiones, el camino de la canción se inclina hacia el rapeado. No. Lo que están haciendo no es cantar, es contar.

Las canciones de La M.O.D.A se han vuelto crudas y elásticas, golpes secos de batería acompañados de tímidas incursiones líricas en los arreglos, el piano de “La vuelta”, que es casi hablada y concluye en una letanía, o el cuarteto de cuerda de “93 compases”, que asoma casi escondido para dulcificar la aspereza de la voz de David Ruiz. Una voz que huele a pasión, ronca, que habla de experiencias del extrarradio de la ciudad y el extrarradio de la vida, canalla y portuaria en “Un bombo, una caja”, donde se acrecienta el espíritu mediterráneo con un acordeón. En el fondo, es un camino por el que ya circula la música popular española, no tan alejado de Enric Montefusco o Flamaradas, incluso de Nacho Vegas. En el fondo, son todos discos de autor y ello hace que no resulte extraño el acercamiento a esos otros cantautores de los sesenta en “Barcos hundiéndose”, con un estremecedor saxo, sobre el dolor —que siempre es dolor— de la inmigración.

Los arreglos son, pues, los que delimitan la personalidad de las canciones. Se vuelven dulces en “Memorial”, cercanos al western, para después rasgarse y volver áspera la canción, y cabareteros en “Regresso à vida”. Es bonita la historia de este título: grabando el disco en un pueblecito de Portugal, encontraron una barca varada en la playa con ese nombre. Y quien es maestro en este devaneo de fragilidad es Tom Waits, que se viene a la mente al escuchar los teclados y la voz de “Colectivo nostalgia” —nostalgia y soledad hay en todo el disco, el punto culminante es “Semifinales”—, en la que poco a poco van entrando instrumentos, van entrando más voces y se vuelve pasión colectiva, himno de perdedores.

Tras la gira Salvavida (de las balas perdidas), que cerró en noviembre de 2019, las circunstancias han hecho que el cuarteto burgalés no haya podido salir a la carretera, donde reside uno de sus fuertes, así que estas canciones han pillado de sorpresa. El disco no ha dejado a la crítica indiferente, los ha descolocado. Atentos a la profusión anterior de canciones que entraban a la primera, alguno no ha sabido ver la rabiosa belleza de este disco. Singles anteriores auguraban este cambio, pero así en conjunto, en un cuarto álbum en castellano con diez canciones, la bofetada ha sido definitiva. En este disco La M.O.D.A ha rodado una película lejos del neutro color habitual de las pantallas, a veces en blanco y negro, a veces en tecnicolor.

Anterior crítica de discos: Collapsed in sunbeams, de Arlo Parks.

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