New York Land (2): Cool o no cool, LCD Soundsystem, Poppa Chubby y los Saw Doctors

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En la foto, Poppa Chubby.


«La pista de baile me parece estupenda para sudar o ponerse ciego; mucho más discutible si quieren venderme Arte»

Julio Valdeón Blanco busca conciertos en Nueva York, va de aquí para allá, cata a LCD Soundsystem, Poppa Chubby y los Saw Doctors y no sale muy convencido, entre lo entrañable y la decepción.


Una sección de JULIO VALDEÓN BLANCO.


Como si fuéramos a contemplar a la Virgen, nosotros, tan poco místicos, nos dirigimos al Hill Country Bar. Queríamos endulzar las penosas canciones escuchadas en los bares españoles (viaje reciente) con una ducha de Fenders felinas. ¡Quia! Tocaban los Doc Marshalls. Sobre el papel o en disco, un grupo que mezcla con arte las enseñanzas del mejor country con las especias del zydeco sureño, salsa picante cocinada por descendientes franceses en tierra de caimanes. No resultó. El Hill, Midtown rumbo a ningún sitio, rodeado de baretos pijos, con porteros uniformados de negro/doberman, es una fastuosa sala… más apropiada para el condumio que la música. Sabrosas costillas, carne magra en dosis hiperlativas, salsas barbacoa, muslo y contramuslo de pollo, etc. Ideal para celebrar cumpleaños, cultivar el triglicérido o bailar entre las mesas. ¿Los cantantes? Perdidos en el escenario, peleando por hacerse escuchar bajo el rumor de los molares trabajando a destajo. Acaso hubiera sido curioso escuchar a los Saw Doctors, formación irlandesa que comenzó dando guerra apadrinada por el impar Mike Scott (Waterboys). Ofrecen sones fiesteros y pop con gotas folk bastante apropiadas para corear mientras tumbas cervezas. Tocaban en el Irving Plaza, donde una semana antes Enrique Bunbury paseó su lado más hard, favorito de muchos, el que menos me interesa.

Descontados los Doctors (por caros, teniendo en cuenta lo que ofrecen) si quería escuchar hierbas de alto octanaje podía dirigirme al Rodeo Bar. Allí, no hace mucho, disfrutamos del expansivo Popa Chubby y su señora, Galea. Prestidigitador de las seis cuerdas, Chubby presenta disco estos días, «Vicius country», cóctel con cero sorpresas, rock and roll preconciliar que, eso sí, adecenta su ausencia de pretensiones a base de superlativos rabazos a la guitarra y enciclopédico conocimiento del género.
Entrañable.

Más o menos como The Woads, con la ventaja de ser más jóvenes y eclécticos. Hijos bastardos de la Seeger Sessions Band de Springsteen con dejes Pogues y voluntad avant-garde aprendida en Tom Waits, los disfrutamos en el Lower East Side. De gira por el Suroeste, anuncian que su anterior obra ya puede comprarse en iTunes mientras afilan composiciones antes de entrar en el estudio, quizá este septiembre. Como ellos, un puñado de formaciones creadas entre los rascacielos encuentran serpientes de ojos fosforescentes entre las ruinas del pasado. Se la sopla que la ciudad haya sido, tradicionalmente, reactiva al bluegrass y otros sonidos rurales (descontado, claro, el periodo que llevó a la explosión folk de principios de los sesenta). Del Banjo Jim’s al Joe’s Pub o el Jalopy Theatre, que celebra el 2010 Brooklyn Folk Festival, la fiebre amarilla del campo, los cantos de fantasmas quemados y polvorientos violines, los pianos palpitantes, los tornados oscuros, son, como el bebop, el rap o la salsa, esencia de Nueva York incorporada a su ADN en mil trincheras.

De madrugada, en el metro, hojeo el artículo de Zach Baron en el Village Voice sobre LCD Soundsystem. El grupo de James Murphy factura inteligentes canciones de desencanto post/industrial que harán las delicias de quienes añoren a Joy Division o New Order. Los adalides del gusto cool reivindican sus discos como quintaesencia del terciopelo moderno y la sonrisa desencantada. Los LCD hacen tonadas como greguerías, un poco cachondas y un poco tristes. Con sus ritmos bailables evitan la tentación épica y la escalera que conduce al infierno. Son de Brooklyn. Al igual que Animal Collective, tienen a los críticos babeando. El papel maché de sus creaciones suena a gracia posmodernista, chiste bien construido o, también, guiño para amantes de, un suponer, Tarantino y sus celebrados idilios con los géneros cutres. Mi falta de entusiasmo, mi resistencia a gimotear, tiene mucho que ver con lo poco que me interesa lo electrónico como ecuación políticamente correcta que farda de vanguardia cuando en realidad acumula décadas. «This is happening» supone la clase de disco que hace quince años hubiera comprado tras atenta lectura de una sofisticada crítica a cargo de un eminente cazador de tendencias. Dispuesto para la lucha como todo joven que se precie, ingenuo, esnob e impresionable, gilipollas perdido y ávido de ¡cultura! pelearía con sus digitales surcos dispuesto a dejarme embargar, reconocería la audacia de las letras, lo escucharía una y otra y otra vez durante las medianoches de junio, justo antes de los exámenes finales, disimularía los bostezos y acabaría por arrinconarlo en favor de propuestas más afines, que sé yo, cientos.

A estas alturas del naufragio ya sólo me fío de mi muy caprichoso y subjetivo gusto. Ronco con, digamos, el funk electrónico. La pista de baile me parece estupenda para sudar o ponerse ciego; mucho más discutible si quieren venderme Arte. A veces sospecho que festivales como el Sonar, que visité en 2009 durante su presentación neoyorquina (LCD encajarían inmaculados), venden la resurrección del rock instrumental por vías alternativas e higienizadas, santificadas por los divinos popes de la modernidad. Por eso, en esta sección, mimetizaremos poco los puestos de honor de las listas más estupendas y acudiremos menos a los conciertos que apadrinan. Con tanta cháchara elegante y elogio del dandismo olvidan que la música requiere de emociones para rular. Sin discutir las suyas, conozco de requetesobra las mías: circulan felices en ámbitos enemistados con los espejos chic, con las bromitas delicatessen, la performance de aspiraciones cósmicas o el videoclip auspiciador de bisbiseos entre los acólitos de la siempre guapeada intelligentsia. Inveterado momio, lamentable gañán, patético cavernícola, acabaré en el Jalopy.


Anterior entrega de New York Land: Los himnos susurrados de The Low Anthem.

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