Músicos en la sombra: Pedro Barceló, el batería de Joaquín Sabina

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“Cuando la música estaba en auge yo grababa muchísimo. Si me querían mucho, pedía más, era caro porque la gente quería que estuviese yo. Fue una época que me puse de moda, pero eso ya es pasado. Te tienes que adaptar a lo que hay”.

 

Lleva años tocando profesionalmente la batería, pero a Pedro Barceló se le conoce, sobre todo, por ser el batería de Joaquín Sabina, al que acompaña desde hace más de una década. También ha estado con Jorge Drexler y Miguel Ríos.

 

Una sección de ARANCHA MORENO.

 

Nos recibe en su casa, en pleno centro de Madrid, tras su vuelta de hacer las Américas como batería de “La orquesta del Titanic”, la gira que realizan a medias Sabina y Serrat. “Publicaste un libro hace años”, le comento, mientras me acerca un vaso de agua. “Sí, Historias de un batería, ¿quieres uno?”, me responde, y atraviesa el salón para buscar un ejemplar. Cuando vuelve con el libro en la mano, me confiesa que su pasión por los bombos fue un flechazo infantil y ha acabado siendo un amor para toda la vida. En su nómina aparecen desde Ketama a Jorge Drexler, pero los últimos doce años es además el batería de Sabina. Durante un tiempo, Pedro Barceló se puso de moda: todos lo querían en su equipo. Aún le va bien, pero la crisis ha reducido el trabajo y el dinero, así que aprovecha los parones entre giras para avanzar su proyecto, Sweet Wasabi.

 

Empezaste a darle a la batería bien temprano.

Con nueve o diez años vi por primera vez una batería, en un baile de mi pueblo. Me quedé fascinado, como si viese una nave espacial. Mi padre me vio tan flipado que les pidió que me dejasen subir al escenario. Estuve toda la noche sentado detrás del batería, ¡no me moví por si no me dejaban volver a subir! Al día siguiente volví a subirme al escenario, solo para ver la batería. Fue un flechazo. Cuando te encuentras con el instrumento que te vuelve loco, se produce una especie de flechazo, como cuando encuentras al amor de tu vida.

 

¿No tenías antecedentes musicales?

Mi abuelo era director de banda en Rojales, un pueblo, y mi tío era músico también, tocaba la flauta y un poco el contrabajo. A mi madre siempre le ha gustado mucho la música, le hubiera gustado tocar el piano y le gusta mucho cantar.

 

Hablando de pueblos, te arrancaste en tu tierra, Alicante.

Sí, en mi pueblo, soy de la Vega Baja de Alicante. A los doce años me dejaron de batería. Iba con pantalones cortos, y tocaba en los bailes de los cines de verano. Me llevaba mi padre en un Seiscientos, el tío se lo pasaba en grande, y yo también.

 

¿Estudiaste?

Sí, estuve en el conservatorio de Murcia, y en el de Alicante. Estudié unos años de percusión, pero no acabé la carrera. Aprendí solfeo, percusión clásica… Todo lo he aprendido tocando. He tocado muchísimo, en los peores sitios, pero como tenía tantas ganas me daba igual. La experiencia de tocar en directo es la más efectiva.

 

¿Cuál fue tu primer grupo?

La orquesta era algo muy familiar, así que el primer grupo que tuve fue Costa Blanca, en el setenta y tantos. Íbamos con las melenas, hacíamos jazz-rock. Fueron dos años y pico, grabamos un disco y fue una experiencia muy buena. Trabajé algo más en orquestas, y luego me vine para Madrid.

 

¿Cómo te introdujiste en el mundo profesional?

Pensé que en Madrid había más oportunidades. A los dos años de venir a pensé que tendría que volverme, porque no pasaba nada, pero por arte de magia empezaron a pasar cosas. Sustituí a Vicente Climent en Esclarecidos, y fueron surgiendo cosas. Te llaman para grabar, haces tu primera gira como batería… Y hasta ahora me ha ido más o menos…

 

Te ha ido más o menos bien.

Sí, de momento, aunque en esto nunca se sabe. En las profesiones liberales siempre piensas a un año vista, o incluso menos. Siempre tienes la sensación de que estás en la cuerda floja, no tienes nada seguro. Creo que ahora todos lo compartimos, todas las profesiones tienen contratos basura, pero antes, cuando te preguntaban qué eras, les respondías músico y te decían: “Sí, ¿pero en qué trabajas?”.

 

¿Se aprende a vivir sin previsión?

Te acostumbras, no queda otra. Si todos los años pasan cosas, habrá que pensar que el año que viene pasará otra cosa, no tienes que estar con ese miedo de quedarte en la calle. Ahora estamos pasando una época un poco difícil. Se aprovechan para bajar los sueldos y no hay trabajo, pero creo que es el momento de hacer cosas, de tener proyectos propios y lanzarse. Para estar parado en casa, voy a intentar luchar por lo mío. Creo que las grandes giras van a desaparecer.

 

En realidad, las grandes giras españolas casi están desapareciendo ya, ¿no?

Prácticamente sí, yo porque estoy con Serrat y Sabina, pero es una especie de oasis, una burbuja que no es la realidad. Se está montando un mercado de las pequeñas cosas. Cuando los grandes artistas ya no estén, se acabó el gran negocio. La cultura depende de los artistas, pero la música depende de los músicos. Si no hay negocio, la gente deja de presionarte, te dejan más libre. Hay que hacer más proyectos pequeños, luchar más y conseguir menos. Tampoco hay que aspirar a ser millonario. Hay gente que si no gana tanto no sale, pero yo soy un obrero, he estado en lo peor y seguiré estando.

 

En el documental de presentación del libro que escribiste en 2005, “Historias de un batería”, decían que eras un batería “caro”.

Cuando la música estaba en auge yo grababa muchísimo. Si me querían mucho, pedía más, era caro porque la gente quería que estuviese yo. Fue una época que me puse de moda, pero eso ya es pasado. Te tienes que adaptar a lo que hay.

 

En otros países, el precio de los músicos está más regulado, hay baremos oficiales, y cobran en función de la experiencia.

Sí, porque tienen sindicatos y está muy bien controlado. Aquí no hay nada de eso, aquí hay libre mercado, cada uno pone el precio que quiere. Había una época en la que venían músicos buenísimos que bajaban su precio para poder trabajar, y los sueldos de los que estábamos también bajaban.

 

¿Tú apostarías por regularlo?

Creo que sería interesante, es beneficioso, así te despreocupas. Los músicos de sesión somos empresas. Tenemos que ser nuestro propio representante, y negociar sobre mí mismo lo llevo fatal. Si alguna vez fui caro fue porque las circunstancias me dejaron, no porque fuera un gran negociante.

 

«He hecho un poco de todo, pero me lo he pasado mejor donde había un sentimiento de grupo sobre el escenario, con tus compañeros. Sientes que compartes muchas cosas con ellos»

 

Antes has distinguido músicos de artistas, ¿qué les diferencia?

Si hablamos de mercado, la diferencia se marca en lo que cobra cada uno. La gente viene a ver a los artistas, no a los músicos que hay detrás. Recuerdo un vídeo de Sting, en el que el batería, Omar Hakim, le está pidiendo un dinero al manager, y el manager le dice que no, que la gente viene a ver a Sting, esté él o no. Tiene razón, el star system funciona así, se crea un producto y la gente va a ver a esa imagen. La industria ha hecho productos para venderlos en masa. Se ha olvidado el rollo artesano, pequeñito. Yo no creo en el star system. No creo que un concierto de Madonna sea mejor que ver a Melody Gardot. Su concierto no lo voy a olvidar, el de Madonna se me olvida nada más salir.  La música no es eso.

 

A veces se vende más parafernalia que música…

Sí, porque para vender un producto necesitan un recinto tan grande, para que cien mil personas puedan escucharlo, ¿pero cómo lo escuchas? No es real lo que suena. En Buenos Aires estuve a punto de entrar a un concierto de Roger Waters, pero me fui. Yo voy a conciertos en los que puedo estar cerca del artista, y casi oigo la guitarra al lado, más verdad que eso no hay. No digo que no sean grandes artistas, pero no creo en el star system.

 

De esto sabes, porque has hecho muchas cosas: grandes, pequeñas…

He hecho un poco de todo, pero me lo he pasado mejor donde había un sentimiento de grupo sobre el escenario, con tus compañeros. Sientes que compartes muchas cosas con ellos, como si tocaras con tu hermano. Es como los futbolistas: el sentimiento de equipo es importante.

 

¿Dónde has tenido ese sentimiento de equipo?

Con Ketama, por ejemplo. Aportamos muchísimas ideas, tomábamos mucha parte a la hora de grabar. Compartíamos la creatividad, y eso se veía reflejado en el escenario, lo pasábamos tan bien… Con Jorge Drexler también me lo pasé muy bien, el tipo te exige siempre que inventes, que los músicos sean muy creativos, que inventen y se lancen a muerte. Yo también dejaría una parte muy libre, es el espíritu del jazz, dejar libertad para que los instrumentos se expresen. Eso no transforma lo que has compuesto, al contrario, coge vida, suena nuevo. Hay que dejar a la gente libre. En el pop la música también debería ser libre.

 

No tan acotada…

Cuando te vuelves demasiado profesional, está todo tan estructurado… Cuando yo empecé a tocar, el disco “Mediterráneo” estaba en pleno auge. Ahora, con Sabina y Serrat, cuando tocamos ‘Mediterráneo’ cierro los ojos y me transporto, me vienen muchas imágenes y me emociono, y lo transmito a través de lo que estoy tocando. Luego abro los ojos y me encuentro con ese hombre, que estoy acompañando ahora, con esa misma canción pero en otra época. La música te mueve muchas cosas, y lo que estás tocando tiene que tener verdad, si no, no puedes subir a tocar. Si la música te lo da, genial. Si el artista te lo pide, genial, y si no, te lo inventas.

 

Menudo viaje con ‘Mediterráneo’, desde tus pinitos hasta ahora mismo.

Siempre lo hago. Es como los actores con el método, pero yo no tengo que hacer nada, cierro los ojos y me vienen un montón de emociones. Si no, siempre antes de salir pienso en el primer día que toqué. Es un sentimiento de gratitud a poder estar tocando todavía, nunca me lo imaginé cuando empecé. Me motivo, pero no es por la gente, es por el hecho de tocar, que la gente siga queriendo contar contigo.

 

¿Y al margen de la batería?

Me encanta la batería, y me gusta la guitarra también, toco y compongo con ella, con Sweet Wasabi. Aprendí a tocarla casi al principio, por mi cuenta, y empezaron a salir canciones que tenía hechas. Laura [Pamplona], mi mujer, empezó a cantarlas, sonaba muy bien y nos metimos en el proyecto casi de casualidad. Es la única manera que tengo de mostrar mi música, me gusta componer y hacer canciones. Yo no vendo canciones a las editoriales, pero sí me gusta componer.

 

¿Escribes música y letra?

Yo hago la música, Laura la letra. Hemos hecho un pack, somos como Sergio y Estíbaliz en el siglo XXI. La pasión del principio la estoy reviviendo con el grupo. No tengo apoyos, ni compañía, lo hago yo todo. Me gusta hacerlo así, pero tengo que empezar a colaborar con profesionales para que coja forma.

 

El marketing a los músicos no suele llamaros mucho la atención.

De hecho, hay muchos músicos que se meten en el negocio porque no… Bueno, es como los managers de futbolistas, en realidad siempre quisieron futbolistas pero acaban siendo managers [risas].

 

Hablando de todos tus trabajos, has tocado todos los palos: pop, rock, flamenco, canción de autor…

Sí, para ser músico de sesión necesitas conocer todo, y basarte en los puntos comunes de todas las culturas, para luego llegar a la diferencia, entender lo que pasa e introducirlo en tu lenguaje. Conociendo el lenguaje de todos los estilos tienes recursos para imaginarte lo que te están pidiendo.

 

Hay quien tiene raíces en un género, ¿a ti no te pasa?

Más que tener raíces, que no las tengo, veo lo universal que hay en la música, los puntos comunes, y a partir de ahí hago mi propio lenguaje. Es un pasaporte que te creas para entrar en cualquier país y chapurrear en su idioma. Por ejemplo, he ido a tocar a Montevideo, ahí se toca el candombe, un ritmo que está entre lo brasileño y lo salsero. Yo siempre digo que toco el “poromponpero”. Ellos me decían que sabía tocar el candombe, pero yo simplemente tocaba algo que se parecía.

 

¿Es verdad que cuando empezaste a girar con Sabina aprendiste a tocar con contención?

Sí, yo venía del flamenco, muy libre, y Sabina necesita baterías sólidas, muy del estilo del pop, canción de cantautor americano, como Bob Dylan. Él trabaja un rock, o algo muy sutil con escobillas, luego una ranchera, un tango… Es como trabajar todos los palos de una orquesta pero desde el espíritu del rock. Tengo que dejar mucho espacio, para que los demás hagan lo que quieran. Es muy importante tocar desde la sencillez. He aprendido a contenerme mucho, a saber decir muchas cosas con menos golpes. He disfrutado mucho con Sabina, escribe muy bien, pero aparte comunica muy bien en el escenario, tiene un carisma impresionante. Siempre le estoy mirando, toco para él.

 

¿Desde qué gira le acompañas?

Entré en el 99, y estoy desde la gira “Me sobran los motivos” del 2000. Siempre he trabajado con él, porque siempre me ha llamado. Es fiel conmigo, y yo tengo que serlo con él. Ha habido parones, años que no se ha girado, y he enganchado con otras, he trabajado con Drexler, Miguel Ríos, Pasión Vega… Siempre que me ha llamado he ido con él, y me ha venido muy bien, porque ahora estoy con él, en estos tiempos, que están las cosas muy turbias…

 

Y con Serrat.

No había trabajado con él hasta “Dos pájaros de un tiro”, les conocí ahí. Conocí a sus músicos, como Miralles, por ejemplo, que es muy bueno. Para esta gira [«La orquesta del Titanic»] hemos hecho un paquete entre músicos sabineros y de Serrat. El batería de la gira soy yo, hay un pianista, están García de Diego y Pancho Varona, las dos manos derechas de Joaquín y músicos catalanes: Palau, Kitflus…

 

No hay dos baterías a la vez, entonces…

No, yo quiero hacerlo alguna vez con mi grupo, uno que haga el trabajo sucio y yo ponerme bien delante [risas]. Antes se usaba, en la época del soul y el rock, cuando no había tanto sonido. Ahora, con una batería le das al bombo y suena un cañonazo. Estaría bien, porque los baterías somos muy colegas pero nunca tocamos juntos. Yo he hecho algún experimento en casa, con Borja Barrueta y Vicente Climent, son amiguetes y me gusta mucho como tocan. Haremos algo, ¿por qué no? Aunque no se venda… ¡Si vamos a ser igual de pobres! Al menos lo pasaremos bien…

 

¿Y cómo se consigue un sonido propio desde la batería?

La batería es de los instrumentos más ricos a nivel de sonido, es cien por cien acústico, cualquier cosa que varíes cambia el sonido del tambor. La gama de afinaciones es inmensa, pero si el añades algo metálico le da un brillo diferente, si le pones una sábana suena sesentón, como Ringo Starr. Tienes mil posibilidades. El fin del instrumento es que te puedas expresar con él. El sonido está ahí para todo el mundo, la idea es que te sientas cómodo.

 

Así que la batería se puede “tunear”…

¡No sabes cómo! Yo a veces desafino, en vez de afinar, el desafine también mola. A veces la basura puede interesar. Hay que investigar y abrirse la cabeza.

 

¿Has trabajado como productor, también?

Solo produje a Víctor Coyote. Me lo pasé muy bien, pero es una gran cantidad de trabajo, me reí mucho, pero trabajé como un negro y no gané casi nada. Yo prefiero tocar. En mi grupo sí produzco yo, intento que Nacho Mañó también me eche un cable, porque la visión de fuera es importante.

 

¿Desde cuándo existe tu grupo, Sweet Wasabi?

El primer disco salió en 2009, hemos tocado lo que hemos podido, pero yo estoy de gira, y Laura con sus series, así que le hemos dedicado muy poca energía. Ahora es el momento de hacer otro trabajo, moverlo, buscar ayuda externa. Los temas están, compuestísimos, y sin novio. Lo que faltan son inversores.

 

Decías que no vives con mucha previsión, ¿cómo ha sido este 2012?

Hemos empezado la gira con Serrat y Sabina, hemos hecho el cono sur de Sudamérica, la gente se entrega a muerte, son muy fans. Ahora, en este lapsus me meto a grabar con mi grupo, a preparar todos los arreglos. El sábado estuve grabando con Juan Carmona, una movida para una película. Grabo cada vez menos, ya grabo para colegas, en esa especie de trueque, yo grabo, ellos vienen a grabar…  En el siguiente parón de la gira, le daré otro empujón al disco.

 

 

 

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