“Música de mierda”, de Carl Wilson

Autor:

LIBROS

 

“Un ensayo chispeante, rebosante de inteligencia y apto para cualquier persona interesada en la música pop desde una perspectiva argumental”

 

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 Carl Wilson
“Música de mierda. Un ensayo romántico sobre el buen gusto, el clasismo y los prejuicios en el pop”.
BLACKIE BOOKS

 
Texto: CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA.

 

 

Empezaremos con una confesión reveladora: “Hay gente que me pregunta si la vida no es demasiado corta para malgastarla con arte que no te gusta. Últimamente, sin embargo, tengo la sensación de que la vida es demasiado corta precisamente como para no hacerlo”. Es una de las confesiones del periodista norteamericano Carl Wilson en el capítulo final de este, su libro. La reflexión es altamente pertinente en nuestro país, ahora que se publica en castellano este ensayo sobre el buen o mal gusto de quienes consumen música pop. Porque si hay una querencia nociva para nuestra crítica musical (práctica muy respetable, pero a largo plazo suicida para quien suscribe) es aquella que centra el foco exclusivamente en aquello que pasa el control de calidad del firmante, y desecha todo fenómeno que su calibre desdeña, por popular que sea. Como si no mereciera análisis. Tampoco se trata de pasarse al otro extremo, claro: esa minoritaria pero ingente tendencia a enmendar la totalidad de nuestro pasado (más o menos ilustrado) para –aupados en un nuevo adanismo que sobredimensiona el contexto sociocultural– hacer tabla rasa, con la furia del converso.

Pero lo que propone Carl Wilson con este libro, gestado hace nueve años y prácticamente de la casualidad, va mucho más allá de una indagación en el fenómeno de Céline Dion, estomagante para muchos, fiel compañera en el lacrimógeno consumo de clínex para otros. “Música de mierda” plantea un gran interrogante acerca de nosotros mismos. Tanto acerca de quienes escriben sobre música como de quienes, con mayor o menor significación en sus vidas (o quizá, habría que decir, solo con una significación distinta) consumen música pop de una forma o de otra. Que son la aplastante mayoría de los mortales. Que Céline Dion sea el pretexto obedece, simplemente, al hecho de que pocas cosas van a enseñarnos más acerca de nosotros mismos que el fomento de la empatía con aquellos que beben los vientos por quien nosotros detestamos con todas nuestras fuerzas. Y no, tras su investigación, Wilson no se ha convertido a la religión global de admiradores de Céline Dion. Porque no era de eso de lo que se trataba.

Gestado en un principio como un capítulo más de la colección norteamericana 33 y 1/3, como “Lets talk about love. Why other people have such bad taste” (premio al traductor español, porque “Música de mierda” es, sin duda, mucho más gráfico y comercial), el libro se vio tan bien acogido en su primera versión, que tuvo que ampliarse a lo que ahora conocemos: más de 200 páginas en las que su autor traza un recorrido, trufado con útiles referencias a filósofos, periodistas y toda clase de gurús del pensamiento sobre la cultura de masas, sobre los condicionantes que hacen posible elaborar una teoría más o menos válida sobre lo que implica tener o no tener buen gusto en materia musical. El recorrido, lejos de hacerse farragoso (aunque quizá sí hay un exceso de referentes académicos), resulta tremendamente divertido (especialmente su viaje al Caesars Palace de Las Vegas, templo del culto a la vocalista) y revelador. Porque Wilson nos explica las peculiaridades del nacionalismo quebequés en el que la música Dion germinó, nos habla de la actual supresión del “highbrow” (alta cultura) y el “lowbrow” (baja cultura) como explicación de ese “middlebrow” en el que, con la globalización y las redes sociales, no hallamos inmersos, y nos cuenta también por qué el sentimentalismo se vio abocado al descrédito desde fines del siglo XIX en todas las facetas del arte.

Pero también nos cuenta el sonrojo que pasa (y la vergüenza al reconocerlo) cada vez que sube el volumen de su equipo de música con su objeto de estudio (sí, Céline Dion) en el reproductor, reverberando a través de esa fina pared que apenas depara privacidad con sus vecinos. O nos detalla el argumentario, rebosante de lógica y de un utilitarismo a prueba de bombas (al fin y al cabo, todos buscamos una utilidad concreta en la música), de varios fans irredentos de la vocalista canadiense, entrevistados para la ocasión. O da en el clavo con su descripción de los ciclos que legitiman a determinados músicos, hasta hace poco vistos como anatema, en las caprichosas ruletas de lo cool: “Ni siquiera evitar lo “cool” puede salvarte, pues eso no es más que un intento de subvertir las normas para sacarles provecho”, afirma. O se interroga acerca de las misteriosas motivaciones que elevan a los altares del culto gay a artistas aparentemente ajenos a esa cultura, como la propia Dion, y que podría ser extensible a muchos músicos que nos son muy cercanos: “Uno de los aspectos más fascinantes de Celine Dion es que, a pesar de haberse criado en un entorno rural, católico y conservador, y de no haber hecho nada para fomentar esa identificación con lo gay, se ha convertido en un icono gay”.

En definitiva, “Música de mierda” es un ensayo chispeante, rebosante de inteligencia y apto para cualquier persona interesada en la música pop desde una perspectiva argumental. Funciona tanto en lo didáctico como en lo lúdico. Y destila momentos en los que uno piensa que debería ser de prescripción obligada. Todos saldríamos –sin duda– ganando algo.

 

 

Anterior crítica de libros: “Abambamboolooba”, de Javier Polo y Saioa Burutaran.

 

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