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DISCOS

«No es una tacha su conexión con la música ligera, porque saben dotarla de componentes sorprendentes y contemporáneos a la época»

 

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MUNSTER RECORDS, 2020

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

En el mundo de la música, solo hay algo que supere en placer al hecho de descubrir un grupo que se estrene y que logre despertar en el aficionado ese sentimiento de vibración ante la belleza inesperada: que se desentierre un grupo que ha quedado oculto durante años y que le causa el mismo sentimiento. Es la emoción de la arqueología: a la belleza de lo encontrado se alía el deslumbramiento de recibir algo oculto. Y eso es lo que sucede con el grupo valenciano Modificación.

En 1969 había sido formado por chavalillos valencianos que rondaban los 16 años y devoraban como podían los discos de Grand Funk Railroad, Vanilla Fudge o Led Zeppelin. Una actuación junto a Lone Star supone que EMI se fije en ellos y les grabe un single. Su discografía se completa con otros dos, con la etiqueta La Corrida —propiedad de dos Pekenikes— en los que apuntan a glam y a rock soleado de California. El empaque instrumental es sólido y consistente, y de ello bebe uno de los discos más buscados por los coleccionistas de nuestro país: Across the time, desmesurado, potente y bailable. Compuesta por los dos Pekenikes, las guitarras emergen como piedras que flotan y a la vez raspan como la seda. Una canción que vale por toda una carrera.

Las caras A estaban dominadas por las composiciones en castellano, pero la recopilación de Munster, que incorpora algunas inéditas grabadas en los estudios Audiofilm, nos presenta otra en inglés: “I say hey hey hey”, un blues correoso, con un extraordinario manejo de la electricidad de las guitarras, siempre presentes, siempre llevadas al máximo. Guitarras que transforman melodías de canción ligera en sólidos artefactos de ritmo en “Debo de conseguirlo” o que aportan wah-wah a calados tropicales como el de “Annelie”.

No es una tacha su conexión con la música ligera, porque saben dotarla de componentes sorprendentes y contemporáneos a la época. Construyen un tema muy Nino Bravo en “Te espero”, con ese estribillo vestido de gala, y hasta con piano en primera fila; pero también saben seguir la estela de su paisano de manera mucho más acústica, como en “Peregrino”.

Lo cierto es que, con estos mimbres, uno no entiende que pudieran pasar desapercibidos de tal manera; tanto más, cuando EMI pudo darles un primer impulso y cuando, demostrando —eso sí— personalidad, se ajustan a las tendencias de la época, tendencias que entre una amplia minoría eran respetadas y seguidas. En la estupenda “Regreso a la ciudad” hay una intensa combinación de la guitarra de Santana y el crash de la batería que los envuelve de cierto halo progresivo, cercano a lo que hacían, por ejemplo, Módulos. Quizás en esta virtud de la amplitud de miras esté su penitencia; combinar varios estilos que se entendían divergentes podía despistar a un posible público de uno y otro lado. Aunque en todos ellos fuesen maravillosos.

Anterior crítica de discos: Andévalo, de Beladrone.

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