Marcadores a cero, de Pachi García Alis

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DISCOS

«El tejido sonoro se amplía y oxigena, van ahí canciones más atentas al pop, más electrizantes y rockeras e incluso delicadezas folk»

 

Pachi García Alis
Marcadores a cero
ALIS RECORDS, 2019

 

Texto: César Prieto.

 

Pachi García Alis no ha hecho un disco, ha purgado su corazón. En primer lugar, parece estrenar proyecto. Es su noveno disco de estudio —si contamos el homenaje e Antonio Vega—, pero por primera vez aparece con su nombre completo. Al mismo tiempo, el tejido sonoro se amplía y oxigena, van ahí canciones más atentas al pop, más electrizantes y rockeras e incluso delicadezas folk. Y en las bases combina con los instrumentos tradicionales bases electrónicas que se acercan al hip hop o al dub. Pero sobre todo las letras, que parecen nacer desde el fondo perdido de una historia de amor, pero que poco a poco se van levantando y acaban encarándose a la vida con valentía y arrojo.

Una eterna historia de amor y superación. Desde el principio del repertorio, con la melancolía y naturalidad de “Bailando con el viento” —uno de los singles— y el músculo que toma “Lo peor”, una historia de parejas rotas y desesperanza (“te marchaste para no volver”), hasta el final en que “un tonto matrimonio perfecto” vuelve a llenar la casa de ilusión hay un recorrido duro, implacable más en la letra que en las músicas, del que nunca se sale indemne. “Me quejo de mis miedos”, sigue diciendo en esta última. Y con ello abre nuevos fantasmas.

Poco a poco, el yo lírico va entrando en un nuevo espacio, en la búsqueda de un lugar en el mundo de “Lo que me hace libre” (“solo avanza el que no guarda rencor”), y en el esfuerzo por superar antiguas heridas, conjuro casi sagrado: “Miedo, vete al miedo…”. Y justo en la mitad del disco aparece la canción que le da título, la más intimista en su evocación de las causas de la ruptura y aquella en que la introspección hace daño y la soledad viene de nuevo a buscarte.

Es curioso, a partir de este momento, con “Calcetines”, es cuando entran de manera más evidente los fondos electrónicos, en el momento en que la herida se hace física, pero ya abre la palabra para pedir a alguien que le reconforte. Y el culmen llega con “Somos de agua”, con su ritmo obsesivo y circular que acompaña cierta recomposición del corazón (“vi el vaso lleno otra vez”); la soledad ocupa espacio, no hay nadie que lo espere, pero alguien se revuelca con él esa noche en la luz del amanecer.

Tras la escucha, uno es consciente de que ha oído mucha música y ha vivido mucha vida, que las palabras de Pachi García Alis vienen de las telas rotas del corazón y que ese corazón nunca se vuelve a hacer puro por mucho que se purgue. Y todo esto, con solo diez canciones.

Anterior crítica de discos: Why hasn’t everything already dissappeared?, de Deerhunter.

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