Maquinaria, de Havalina

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DISCOS

«Tiende más a lo industrial, alcanzando la paradoja de que se trata de uno de los discos más guitarreros en su cuerpo, pero su alma anhela sonidos mecanizados»

 

Havalina
Maquinaria
HAVALINA S.C, 2023

Texto: CÉSAR PRIETO.


Havalina, pronunciado con hache muda, lleva más de veinte años en el negocio musical y sus guitarras no dejan de ser duras y compactas. Sí, cuánto más viejos, más duros.

La historia comenzó allá por 2003, cuando estos madrileños publican su primer álbum, y continúa —tras diversos cambios de sello— en 2009, cuando el cuarto, Imperfección, les lleva a un sonido mucho más seco, abrupto y metálico. En 2017, el octavo, Muerdesombra, incorpora teclados y el sonido se hace todavía más agreste, sendero estético que continúa este Maquinaria, que tiende más a lo industrial, alcanzando la paradoja de que se trata de uno de los discos más guitarreros en su cuerpo, pero su alma anhela sonidos mecanizados. Fíjense, si no, en el título de las canciones que vamos a ir desplegando.

“Maquinaria” es correosa y maquinal. La distorsión de las guitarras alarga el acero, los golpes de sonido son constantes y todo tiende a una densidad angustiosa. En “Robótica”, como su nombre indica, la voz es impersonal y fría, y el fondo guitarrero como si el shyntpop se hubiese quedado sin sintetizadores.

Un ruidismo que continúa en “Charco”, en la que se percibe cierta melancolía cercana a Décima Víctima, incluso con letras que hablan de miradas y oscuridad, lo cual indica que el campo de acción en el sonido y los contenidos es más variado de lo que parece a primera vista. Tan variado que en “Salmo destrucción” la letra habla de computadoras —lo cual es también una toma de posición— y el fondo es puro Giorgio Moroder en “I feel love”. ¡Cuánto juego han dado esas bases! En “Deconstrucción” nos sorprenden con un juego de percusión sísmico, constante, ardoroso, cercano a Depeche Mode o New Order, mientras las guitarras se calman un tanto.

Pero es que también hay lugar para conceptos más clásicos. “Actitud” se inicia con un piano acústico, con lo cual el tono es más dramático y fogoso, casi épico a la manera de grupos de estadio del siglo veinte. Incluso “Himno nº 9” tiene aire gregoriano, de canto litúrgico, que poco a poco se va convirtiendo en una canción llena de densidad sonora, que toma electricidad y cuerpo para arder en llama al final a la manera de Nine Inch Nails.

Al fin y al cabo, es un disco más orgánico y más electrónico de lo que nos tienen acostumbrados y en el que estudian la deshumanización del mundo que nos ha tocado. La ambientación es la puesta en sonido del espíritu de Blade Runner o Matrix, con un cierto retrofuturismo o la idea, cara a la ciencia ficción, de que la tecnología tiene comportamientos demasiado humanos o demasiado esclavizantes.

Anterior crítica de discos: Cracker island, de Gorillaz.

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