“Loving the alien” y otras favoritas de Bowie

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LA ESPUMA DE LOS DÍAS

«No nos abandona la sombra del Duque Blanco, y conviene rescatar canciones gloriosas que reposan a la sombra de sus discos más celebrados»

 

Cada cierto tiempo se aparecen la imagen y las canciones de David Bowie en La espuma de los días. Luis Lapuente aprovecha esa obsesión recurrente para evocar algunas canciones favoritas de su legado.

 

Una columna de LUIS LAPUENTE.

 

Uno de los pasajes más revolucionarios del Evangelio de Mateo dice que la verdad se ha ocultado a los sabios y los entendidos, y se ha revelado a los niños, a quienes viven su vida permanentemente con la mirada inocente, humilde y asombrada de un niño, un absoluto principiante. En La espuma de los días queremos ser siempre absolutos principiantes, y asombrarnos también con esas canciones que no aspiran más que a conmovernos, a recordarnos que los seres humanos no somos esclavos de ningún sumo sacerdote ni de ningún algoritmo, somos libres y somos la sal de la tierra.

Bowie dejó bien claro en una de sus grandes canciones, quizá la más emocionante de cuantas escribió, que él, también él, se sentía un absoluto principiante. El epítome del modernismo está en la novela de Colin McInners, Absolute beginners (1959), la historia narrada en primera persona de un fotógrafo adolescente y freelance que vive y desarrolla su actividad en 1958, en un barrio multirracial del oeste de Londres que se llama Napoli en el libro. Allí se ilustra esa naciente cultura que encaja música, moda y actitud vital en el nacimiento de la cultura mod (apócope de modernismo). El relato fue llevado al cine por Julien Temple en 1986, con David Bowie, Patsy Kensit y Ray Davies, entre otros. Y en su banda sonora se disfrutaban un puñado de obras maestras del pop, desde “Quiet life” (Ray Davies) hasta “Riot City” (Jerry Damners), pasando, claro, por la deslumbrante “Absolute beginners”, impregnada de un pasmoso romanticismo y con un imbatible crescendo de saxofón subrayando la épica conmovedora destilada por la garganta de un Bowie en estado de gracia.

Bowie murió el 10 de enero de 2016, pocos días después de haber publicado un hermoso álbum funerario titulado Blackstar. Justo un año más tarde, apareció un epé con sus grabaciones postreras, casi un testamento amargo, un daguerrotipo de los últimos días de vida de quien fuera llamado el Duque Blanco. Entre aquellas canciones destacaba “No plan”: «Todas las cosas que conforman mi vida: mis estados de ánimo, mis creencias, mis creaciones / Solo yo / Nada de lo que arrepentirme… este es un lugar que no existe, pero aquí estoy, y esto aún no es todo». No hay esperanza, más allá de la pervivencia de las ideas, cuando uno se enfrenta a la muerte, no hay futuro, un Bowie más desalentado y descarnado que nunca, en esta gema mortuoria póstuma, incluida también en el doble cedé del musical Lazarus, una especie de secuela de El hombre que cayó a la Tierra, la novela de Walter Tervis que el mismo Bowie había protagonizado en su versión cinematográfica: «No hay música aquí, estoy perdido en un montón de capas de sonido».

No nos abandona la sombra del Duque Blanco, y conviene rescatar canciones gloriosas que reposan a la sombra de sus discos más celebrados. Por supuesto, “Absolute beginners” y “No plan”, y “Young Americans”, que iba a ser el tema principal de un álbum (inédito) titulado The gouster, palabra que viene del slang escocés y que se acuñó en el sur de Chicago para referirse a los tipos duros que, a principios de los años sesenta, en los barrios negros, se vestían como los viejos gánsters. Chicago: The Gousty City. Y, claro, “Starman” y “Space oddity”, pero también, y sobre todo, relampaguean en mi memoria las secuelas de esta última, donde vuelve a respirar el Mayor Tom que luego exhalará su último aliento en Blackstar: la legendaria “Ashes to ashes” (1980) y la mucho menos conocida “Like a rocket man” (2013), que apareció en la edición especial de su penúltimo álbum, The next day, y que explica, como un absoluto principiante, el canon del mejor pop británico, como si los Beatles la hubieran dejado olvidada en un cajón.

El 20 de mayo de 1985, hace ahora cuarenta años, David Bowie publicó el single “Loving the alien” (incluido, por cierto, en uno de sus elepés más deslavazados, Tonight), otra de esas canciones suyas absolutamente deslumbrantes y lúcidas, embellecidas con la guitarra de Carlos Alomar y los arreglos de cuerda del histórico productor de Atlantic Records, Arif Mardin; una canción gloriosa también en el videoclip acompañante, y que hoy se percibe más de actualidad que nunca.

El propio Bowie la reconocía como una de sus favoritas en estas declaraciones a la revista Rolling Stone: «Esa fue la letra más personal que escribí en el álbum; no quiero decir que escribiera las demás desde la distancia, pero tienen un tono mucho más ligero. En este caso, me centré en la idea de la terrible mierda que hemos tenido que soportar por culpa de la Iglesia. Así es como empezó: por alguna razón, estaba muy enfadado… Lo que te destroza de la Iglesia es que siempre ha tenido mucho poder. Siempre fue más una herramienta de poder que otra cosa, pero la mayoría de nosotros no nos dábamos cuenta. De pequeño iba a la iglesia y escuchaba el coro y oía las oraciones, y nunca se hizo realmente evidente para mí el peso que tenían. Mi propio padre, que me llevaba allí, tenía una gran comprensión por todas las religiones. Él toleraba a budistas y musulmanes, o hindúes o mahometanos, lo que fuera, y creo que algo de eso me transmitió, me animó a interesarme por otras religiones. No le importaba particularmente la religión inglesa, la religión del rey Enrique VIII. ¡Oh Dios! “Loving the alien” surgió de la sensación de que gran parte de la historia es errónea y de que nos basamos en conocimientos erróneos. Ahora, un historiador está proponiendo la idea de que toda la idea de Israel es errónea y que, de hecho, estaba en Arabia Saudí y no en Palestina. Es extraordinario, teniendo en cuenta todos los errores de traducción de la Biblia, que nuestras vidas se rijan por esta desinformación, y que tantas personas hayan muerto a causa de ella, y de todas las facciones de poder implicadas».

David Bowie te atrapa en desgarradora sinceridad de “Loving the alien”, en ese grito contra las religiones establecidas y sus líderes, que pretenden hacer valer su superioridad moral a cuantos les rodean, esas religiones que te aplastan con sus normas, sus valores y sus moralinas y sus miedos. Por eso, y por la música absolutamente transparente y febril, “Loving the alien” es otra de sus grandes creaciones más o menos subterráneas.

Finalmente, también te atrapa Bowie con su voracidad musical, su exquisito gusto y su eclecticismo. Con las canciones que le gustaban y que siempre reivindicamos como nuestras, donde se dan cita la alegría de haber disfrutado de su talento y la tristeza por su muerte. Canciones radiantes y dolientes, desde el soul hasta la música contemporánea minimalista y el rock, el blues o el reggae. Lorraine Ellison (”Stay with me”), Gavin Bryars (“Jesus’ blood never failed me yet”), Linton Kwesi Johnson (“Sonny’s lettah (anti-sus poem)”), Neil Young (“I’ve been waiting for you”), The Rolling Stones (“We love you”), Champion Jack Dupree (“Junker’s blues”), Josephine Baker (“Blue skies”), Scritti Politti (“Wood beez (pray like Aretha Franklin)”), John Adams (“For with God nothing will be impossible”), Rufus Wainwright (“Dinner at eight”), King Curtis (“Something on your mind”), Amadou & Marian (“Sénégal fast food”) y otros grandes de la música del siglo XXI convocados a este nuestro memorial jubiloso por el Gran Duque Blanco.

Anterior entrega de La espuma de los días: El buscador de balas perdidas.

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