Los supervivientes, de Alex Schulman

Autor:

LIBROS

«A pesar de ser una novela extensa, realmente el marco temporal es muy breve; ello permite que gane en profundidad y en psicología»

 

Alex Schulman
Los supervivientes
Destino, 2022

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Una cabaña solitaria al borde de un lago. Tres hermanos ya mayores, que solían ir allí de vacaciones con sus padres, lloran abrazados, con la urna con las cenizas de su madre a los pies. Un coche de policía circula a trompicones por el camino que lleva a la casita.

Los hermanos son Nils, el mayor, introspectivo y solitario; Benjamin, sereno y racional; y el menor, Pierre, díscolo y agresivo. De mayores, siguen con la personalidad que tenían veinte años antes. Es difícil salirse de ella. Además, las circunstancias de su infancia se lo han puesto muy difícil. Unos padres sentados siempre, contemplando el lago, embotados por el alcohol, sacando platos de comida sin parar, no son el mejor ejemplo. Son severos, pero impulsivos; es decir, imprevisibles.

Esa cabaña va a ser el centro neurálgico. No van a salir de ahí, en el sentido literal y en el figurado. El tiempo, sin embargo, fluctúa entre el presente y los acontecimientos que trastocaron el pasado, ligados ambos por la cápsula del tiempo que enterraron de niños y que Pierre, impulsivo, desentierra casi con las manos: ahí encuentran lo que una tarde los entretuvo, esa cápsula del tiempo que contiene las uñas que se cortaron, un periódico con el ataque de la OTAN a Sarajevo y diez coronas.

Hay aún un centro más escondido: una estación transformadora de electricidad, un pequeño habitáculo que los hermanos descubren en el bosque. La puerta está abierta y la mente de los niños en tensión, entre el peligro y la curiosidad. Benjamin entra y desata la tragedia que cambia el rumbo de la vida de todos; pero no todos saben que ha cambiado ese rumbo.

Los personajes están tan perfilados, que se puede adivinar quién expresa cada parlamento sin que el autor lo señale. En contrapartida, hay un hecho que los iguala: los tres están igual de desvalidos; el que más, Benjamin, que asiste a la muerte de su padre en directo el día que van a comprar unos esquíes y que acompaña hasta su madre hasta el final, mientras Pierre hace fotos de sus rostros ya cadáveres. A pesar de ser una novela extensa, realmente el marco temporal es muy breve: con algún flash-back, ocupa solo algunos días de las vacaciones y una semana del presente. Ello permite que gane en profundidad y en psicología.

El final es estremecedor. La estación transformadora lo ha trastocado todo. Todo, hasta la visón del lector, que se sobrecoge y de golpe se da cuenta de que todo lo que ha leído es mentira, de que ha de volver a reformular la novela y no solo reconstruir los hechos, sino interpretar de otra manera el carácter de los hermanos, porque el narrador no es tal narrador: ha focalizado todo el texto en Benjamin y no nos dábamos cuenta. Y aquí es donde la novela alcanza su valor más alto: el de conectar verdad literaria y vida, el de derramar sobre toda la historia el verdadero dolor.

Anterior crítica de libros: La conquista de Tinder, de Jimina Sabadú.

 

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