Los solitarios, de Álvaro Arbina

Autor:

LIBROS

«Una lucha entre las utopías y la realidad, entre las ilusiones y el azar»

 

 

Álvaro Arbina
Los solitarios
EDICIONES B, 2020

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Los solitarios, la tercera novela de Álvaro Arbina, es un thriller. Sí; pero es un thriller un tanto especial. No por la situación que se investiga, ni por quienes lo hacen —una joven inspectora vasca asentada en Norteamérica y un metódico y fumador agente que aún vive con su padre, ya muy mayor—. No lo es tampoco por su resolución, quienes llegan a ella lo hacen por el método común de lugar del crimen-pruebas-reflexión. Si se aparta del espíritu de las novelas al uso es porque, cuando se llega a conclusiones, están son ciertas, claro, y explican los crímenes, cierto, pero no descubren nada. Y hasta aquí puedo leer.

La crónica de este tipo de novelas ha de empezar por un escenario. Ahí va: una cabaña perdida en medio de la nieve, un paraje inhóspito y un avión que puede llegar escasamente, y por alquiler, a una pista las más de las veces impracticables. En la cabaña aparecen diez cadáveres, gentes de todas las nacionalidades y clases sociales, que aparentemente no tienen nada que ver. Algunos enterrados, otros en las habitaciones. El lector experimentado, de inmediato relaciona la obra con el Diez negritos de Agatha Christie —que además aparece en el registro de las posesiones tanto de habitantes de la casa como de sospechosos—. Es decir, un asesino que poco a poco va eliminando piezas.

A medida que avanza aparecen pistas, caminos que no llevan a ningún lado, exploraciones del terreno que desvelan extrañas cabañas, y el lector no se da cuenta de que la obra, sutilmente, lo lleva por otro lado. Primero porque el pasado de los personajes —en sus dos novelas anteriores, Urbina es un maestro en trazarlos— es esencial para la trama; no para desvelar ninguna prueba, sino para explicar cómo se establecen los vínculos entre ellos. Es especialmente doloroso el de Lisa Flanagan, no solo por la vida truncada, rota, que ha de soportar, sino por la dignidad con que la sobrelleva. Y, en segundo lugar, porque la obra empieza a salir fuera de la mera secuencia de crímenes, para despertar otros temores.

Poco a poco, lo va dominando todo una lentitud de sueño. Y ahí, lo oscuro, lo sórdido, parece adentrarse por una rendija, pero una sordidez que no viene de la maldad, sino del destino, hasta convertir a la novela en una lucha entre las utopías y la realidad, entre las ilusiones y el azar. El saber popular expresado con claridad: el infierno está lleno de buenas intenciones.

Anterior crítica de libros: La venganza de las punks, de Vivien Goldman.

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