Los Planetas: Reguero de clásicos populares

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planetas-19-05-17

“La densidad, el tacto tan corpóreo como atmosférico de esa lisergia jonda que han ido perfilando con el paso del tiempo, dejando que a medida que pasan los minutos emerja a la superficie su vis más pop, es su marca de fábrica desde hace una década”

 

La gira de Los Planetas continúa, y Carlos Pérez de Ziriza acudió a la presentación de “Zona temporamente autónoma” en la sala Moon de Valencia.

 

Los Planetas
Sala Moon
Valencia, 18 de mayo de 2017

 

Texto: CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA.

 

Concebidas como graníticas ceremonias de intensidad creciente a las que el fan (de largo recorrido, por lo general: la habitual primacía cuarentonil) acude con el pálpito del acto de fe, hace mucho tiempo que los conciertos de Los Planetas apenas dejan resquicio para lo imprevisible. Así fue, al menos, este jueves en Valencia, en donde su parroquia no gozó de ninguno de los cameos con los que se le obsequió al público de Madrid (Soleá Morente, La Bien Querida) o Barcelona (Yung Beef), en sus respectivas presentaciones bajo techo de “Zona temporalmente autónoma” (El EjércitoRojo/El Volcán, 2017), su noveno álbum. Tampoco es que el asunto tenga mucha relevancia: la densidad, el tacto tan corpóreo como atmosférico de esa lisergia jonda que han ido perfilando con el paso del tiempo, dejando que a medida que pasan los minutos emerja a la superficie su vis más pop, es su marca de fábrica desde hace una década. La tomas o la dejas. Entras al trapo del envite o permaneces ajeno a la maniobra. Pero esa es su intransferible rúbrica, al fin y al cabo, concretada –sobre todo– en las espirales de guitarra de Florent Muñoz, el ritmo inmisericorde de las baquetas de Eric Jiménez y los textos de Jota Rodríguez Cervilla, de quien se dice que canta mejor que nunca, aunque en la abarrotada sala Moon (por donde no pasaban desde el año 2000, si no nos falla la memoria, cuando aún era Roxy Club) aunó su proverbial displicencia vocal (oculta casi siempre entre la maraña sónica, otra marca registrada con más de dos décadas de trayecto) con algunos momentos de mayor énfasis.

En esencia, el nuevo álbum esponja ligeramente su cancionero con letanías de combustión instantánea (hay que ver cómo cantaba la gente con ‘Porque me lo digas tú’, una de las casi recién salidas del horno, coreada con honores de clásico), con ese desvío a territorios por explorar que es la inicial ‘Islamabad’ y, sobre todo, esa vuelta a su mejor registro pop (en sintonía con su producción de finales de los 90) que sustancian ‘Ijtihad’ y ‘Espíritu Olímpico’, enlazadas para recordarnos –junto a ‘Zona autónoma permanente’, que cayó un poco después, antes de los bises– que esa secuencia de canciones, nuevas gemas de pedrería que añadir a su nutrida colección, es lo mejor que han facturado en muchos años. Por lo demás, pocas novedades en el frente. Más o menos lo de siempre, con la solvencia habitual pero también con unas condiciones de sonido fluctuantes, licuando su repertorio con algunos altibajos.

Los puntos de inflexión fueron los habituales, diseminados también en el mismo orden. Cada uno de ellos dando paso a un nuevo grado de cocción escénica. La vulnerabilidad casi ancestral de ‘Siempre me asomo a la reja’, el sereno allanamiento del terreno para avistar el pasado de su fase intermedia, que es ‘Corrientes circulares en el tiempo’, la emotividad descarnada de ‘Santos que yo te pinte’, la ternura desarmante de ‘Jose y yo’, lo certero de dianas melódicas tan recurrentes como ‘Segundo premio’ o ‘De viaje’, ambas pugnando por matener sus cualidades intactas…  aquello que dicen los anglosajones: no news, good news, y que cualquier fan firmaría. Argumentos todos ellos con los que calibrar si Los Planetas mantienen plena su vigencia en 2017 o son ya el primer dinosaurio de la independencia estatal. Desde luego, la voladura descontrolada de algunas cervezas y un pogo final no precisamente adolescente se esforzaron por contradecir la idea de los granadinos como reliquia andante, como sujeto pasivo de ese concepto museístico del pop que tanto se estila hoy en día.

Los ampurdaneses Cala Vento habían ejercido antes de espléndidos teloneros, con uno de sus habituales sets, rebosantes de energía (la ecuación entre el impulso físico y rotundo de la escudería post hardcore a la que se adscriben y unas letras en castellano repletas de anhelos post adolescentes) y con ese punto de insolencia juvenil que tanto transpiraban precisamente Los Planetas cuando empezaron en esto hace más de dos décadas. El tiempo no pasa en balde para nadie. El truco seguramente resida en saber crecer.

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