Los Imprescindibles de Carlos Tena:Paolo Conte

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Una sección de CARLOS TENA.

Paolo Conte tiene algo que ver con el río Guadiana. Surge, discurre y se esconde, para reaparecer más tarde. El autor confiesa que a medida que avanza el siglo, precisa de más tiempo entre disco y disco, recital y recital, cumpliendo aquello que Sócrates solía aconsejar a sus alumnos: “No navegues con prisa. Deja que el mar del tiempo te muestre el horizonte”. El genial músico italiano, regresaba de nuevo a la escena hace pocos años, tras la correspondiente etapa de reflexión y actividad, para destilar de nuevo su melancolía inimitable, rodeado de esa amplia banda que es un auténtico dolor de cabeza para los promotores que se hallan al frente de los festivales de jazz más importantes en Europa y EEUU. Y no es extraño: sólo los viajes y estancia de los músicos que la integran, superan los 35.000 euros. Si no lo creen, vayan a la Consejería de Cultura de la Comunidad Autónoma de Madrid, y pregunten a la titular Ana Moreno Espert, cuánto tuvo que pagar en Octubre de 2002, dentro del llamado Festival de Otoño, para que los fans españoles pudiéramos disfrutar de uno de los memorables conciertos del artista milanés, en el teatro Albéniz, espacio ubicado a cien metros de la madrileña Puerta del Sol, idóneo para representaciones y conciertos, que a punto estuvo de ser demolido, en una de esas operaciones urbanísticas tan habituales en el neoliberalismo, cuyo monto económico hubiera sido mareante, de no ser por las protestas de todo tipo, provenientes de los ámbitos culturales más valientes, que generó el rumor. Parece que el teatro sigue emplazado aún en su sitio.

El que suscribe esta sección, tuvo la fortuna de conseguir dos entradas para uno de los dos conciertos que dio allí el Conde, sólo medio año antes de embarcarme para la Habana. Mi acompañante en aquella ocasión era otro fan de Paolo, un amigo de la farándula que se llama Antonio de la Cuesta, cantante, aunque se le conoce entre los melómanos inteligentes como Tonino Carotone. Tuve oportunidad de trabar amistad con él gracias a mi trabajo como director artístico de la película El gran Gato (del director catalán Ventura Pons), dedicada a la memorable obra poética y musical de Xavier Patricio Pérez, alias Gato Pérez. A Carotone ya había tenido el honor de aplaudir como miembro activo de Kojón Prieto y los Huajalotes. Durante el rodaje, Tonino (que bordó el tema “Se fuerza la máquina”) agarró por el cuello el recuerdo del inolvidable Gato, dejando al personal absorto y pasmado ante el derroche de gracia que desplegó. Ventura, sin embargo, que me confesó que la experiencia de rodar con Tonino “había sido muy fuerte”, quedó más tranquilo cuando un primo carnal de Gato, que también había emigrado a Barcelona, le espetaba, con ese peculiar acento de la familia bonaerense: “Mirá, Pons, si Gato hubiera conocido a Carotone y hoy estuviera vivo, vos podés estar seguro de que sería uno de sus mejores amigos”. Así que nos sentamos en las butacas del teatro Albéniz, salieron a escena Paolo y su banda, comenzamos a aplaudir y comentar en voz alta los discos que teníamos, hasta que a los quince minutos un acomodador nos expulsaba de la sala, mientras decía. “Parece mentira, señor Tena, que yo le haya tenido que levantar de su asiento, porque seguro que no era usted el culpable del escándalo, sino ese que está a su lado, qué pinta tiene…”. Aproveché la confidencia para pasarle una mano por el hombro al buen hombre, y al cabo de un rato regresábamos a platea con la promesa de portarnos mejor, no aplaudir de forma estentórea, ni gritar de placer, ni cosas de esas que suelen hacerse en todos los lugares del planeta, incluida la iglesia o las procesiones de la Virgen del Rocío. Alguien, al parecer, había llamado al acomodador, indignado por el goce de Tonino y el mío propio ante el impecable comienzo del Conde; supongo que pudo ser la misma Esperanza Aguirre, que no soporta el disfrute ajeno si el que goza es rojo o melenudo. Cosa que no nos hubiera pasado a finales de julio de este 2008, cuando me entero de que el Conde estaba dándole a los sintetizadores y teclados en pleno cuartel de Conde Duque, pocas semanas antes de lanzar el que será su nuevo disco. No sé por qué, pero recuerdo que un solemne gilipollas, que estaba sentado delante de nosotros (oculto el nombre por piedad), de esos que siempre quieren blasonar de haber hallado astutos símiles entre artistas, dejó caer la magnífica estupidez de que “Paolo era como Serrat pero curtido en el jazz”. No vomité porque no había cenado todavía. Pero dejemos aquellos momentos y vayamos al Conde.

Paolo nació en la villa de Asti el 6 de enero de 1937, y desde chaval se dejó mecer en los brazos amorosos y epilépticos del jazz norteamericano, formando bienintencionados grupos como la Barrelhouse Jazz Band, Taxi for Five, The Lazy River Band Society, y uno menos risible como fue el llamado Paul Conte Quartet, en el que tocaba habitualmente el vibráfono, llegando a grabar un disco buscadísimo por los expertos llamado The Italian way to swing (RCA), una colección de estándares de cierto éxito internacional, que distaba millas del encanto de los conjuntos de Marino Marini o Renato Carosone, enamorados ambos también del swing, pero sin perder un ápice del aroma italiano.

A comienzos de la década del 60, junto a su hermano Giorgio, que también gozaba con el asunto de la música, comienza a escribir canciones para las estrellas del pop, no sólo porque sabía confeccionar ese tipo de ropaje sonoro con la maestría de un Mort Shuman, sino porque el jazz le llevaba a la ruina y necesitaba de forma perentoria algo de pasta, pero no precisamente ravioli o fettucini. Sus fuentes eran las pequeñas obras de autores franceses como Aznavour, Brel o Brassens. Así, lanzó en voces ajenas, páginas que aún suelen cantarse en todos los karaokes italianos: «La coppia più bella del mondo» o «Azzurro», ambas compuestas para el incombustible Adriano Celentano, «Insieme a te non ci sto più», para la ya olvidada Caterina Caselli, «Tripoli ’69», que Patty Pravo suele cantar junto a la que ella misma llama “versión 2008” de su “Bambola” (dedicada a Amy Whinehouse), «Messico e nuvole» para el radical y vitriólico Enzo Jannacci (junto a quien ha formado dúo hace poco en el tema «Bartali»), «Genova per noi» y  «Onda su onda» en la voz de Bruno Lauzi, y una interminable lista con la que podría finalizar mi espacio. El dinero logrado por sus derechos de autor, le sobra para darse el gustazo de registrar una pequeña obra maestra, titulada con su nombre, Paolo Conte, en la que, con esa voz tan peculiar, oscura y cavernaria, narra pequeñas historias personales, que corona cinco años más tarde (1979) con su primer álbum de éxito popular: Un gelato al limone. El gran público comienza a descubrir al señor Conde, a quien consagra dos años más tarde cuando edita Paris milonga (la Ciudad de la Luz sigue siendo una de sus pasiones confesables), disco premiado en el riguroso Club Tenco de Sanremo, organización creada en honor del cantautor Luigi Tenco, quien se suicidó durante el Festival, en 1968, cuando supo que su creación “Ciao, amore, ciao”, había sido elimiada de la gran final.

En 1982 lanza Appunti di viaggio, obra en la que demuestra sus inquietudes como viajero impenitente, que además abre la puerta a un Paolo mucho más ambicioso en los arreglos, cercanos al ambiente concertístico. Tras dos años de descanso y creatividad, edita su primer disco para el sello italiano CGD, que titula simplemente Paolo Conte, recibido por la crítica y su público con auténtico entusiasmo.

Mientras tanto, el Conde había ya conquistado Francia, actuando en el parisino Theatre de la Ville con una regularidad insólita para un artista extranjero. Parte de ese ambiente y de la gira europea que aquel año 85, se recogerían fielmente en el disco Concerti, grabado en vivo. Un par de años después llega otra obra maestra: Aquaplano, doble álbum que me regala el editor Antonio Pérez Solís, fan declarado del milanés (y curiosamente de otro Pablo, también Milanés, pero cubano), que contiene veintiuna canciones de las que hacen época, como “Paso doble”, “Blu notte” o “La negra”, que reflejan de manera exquisita el porqué Paolo no pertenece al mundo de la consagrada mediocridad que buscan los ejecutivos de las compañías discográficas.

El éxito del Conde, silenciado, por ignorancia y cutrerío intelectual, en los grandes medios periodisticos españoles, era ya tan apabullante, como lamentable el hecho de que en 1988 no se encontraba en Madrid ni un teatro público o privado que se atrevieran a organizar un concierto. Paolo recorre nuevamente el mundo, visitando Canadá, Francia (tres semanas en el Olympia), Holanda (donde logra varios discos de oro y platino), Alemania, Austria, Bélgica, Grecia, Estados Unidos (actuando en el neoyorquino club Blue Note, verdadero templo del jazz), participando en innumerables festivales (Montreux, Montreal, Jean les Pins, Nancy, Cagliari, etc.). El reposo del guerrero le lleva de nuevo a casa, desde donde contempla el lanzamiento de otra obra en directo; esta vez Paolo Conte live, grabado en directo en el Concert Hall Spectrum de Montreal, y un vídeo de los conciertos celebrados en el Teatro Carre de Amsterdam. Dejo aquí voluntariamente el listado de las producciones posteriores, no sea que mi amigo y colega Juan Puchades, tenga que echarme un rapapolvos por “pasarme” de líneas, pero no puedo olvidar títulos como “Parole d’amore scritte a macchina”, «Novecento», «Una faccia in prestito», “Elegia”, y otras joyas que hacen del Conde una de las personalidades más atípicas en la Italia de siempre, y más personales del jazz europeo.

Hace unos días, de nuevo en París, pero en esta ocasión en la Sala Pleyel, catedral de la música llamada clásica o culta, Paolo ha entregado otra tesis doctoral, esta vez junto a la Orquesta Nacional d’Ile de France. Estos versos del Conde, de su canción “Sotto le stelle del jazz” (Bajo las estrellas del Jazz), ilustran con sencillez su pasión por ese mundo sonoro tan peculiar como libre,

Certi capivano il jazz,
l’argenteria spariva…
Ladri di stelle e di jazz,
così eravamo noi,
così eravamo noi…

Pochi capivano il jazz,
troppe cravatte sbagliate…
ragazzi-scimmia del jazz
così eravamo noi,
così eravamo noi…

(Algunos comprendíamos el jazz,
desaparecía la vajilla de plata…
Ladrones de estrellas y jazz,
así éramos nosotros,
así éramos nosotros…

Pocos entendían el jazz,
demasiadas corbatas equivocadas…
Muchachos-simios del jazz
así éramos nosotros,
así éramos nosotros…)

(Traducido por C. Tena)