Los Imprescindibles de Carlos Tena: Chico Buarque, labrador y albañil del verso y la música

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Una sección de CARLOS TENA.

Las naciones herederas de lo que el genial pintor aragonés Eduardo Viola llamó, de manera cruda, hijas de cien mil leches, se distinguen ante todo por mostrar al mundo una cultura vastísima, impregnada de una pasmosa mezcla de raíces bien diferentes, que con el paso del tiempo, el implacable, generan un potencial creador cuya vertiente más popular suele ser la música.

En el caso de Brasil (como en el de Cuba) los genes indios, africanos y europeos dieron como fruto, a mediados de la década del 50 del pasado siglo, el nacimiento de uno de los fenómenos más peculiares y ricos de ese inmenso país: la MPB (Música Popular de Brasil). Una manifestación sonora de matices tribales, primitivos, empapada con los aromas de la hoy castigada Amazonía (aunque también de sus metrópolis más célebres), a la que enriquecieron cadencias y ritmos indígenas, amén de las tradicionales folclóricas criollas. Caminando así, entre lo popular y lo erudito, entre lo campesino y lo citadino, esa joya que es la música brasileña, iniciaba su internacionalización con el movimiento conocido como Tropicalismo.

Poetas, instrumentistas y cantantes como Vinicius de Moraes (además de diplomático respetado), Joao Gilberto, Antonio Carlos Jobim y otros, forjaron los primeros cambios reales de estructura e interpretación con respecto al samba (masculino) y la bossa nova (femenina) tradicionales. En  términos sencillos, el nuevo estilo constituía un cruce entre ambas tendencias y el cool jazz, cuyas características fundamentales se encuentran en la diversificación rítmica, el enriquecimiento armónico de los acompañamientos de la guitarra acústica, y líneas melódicas de una variedad también riquísima.

La segunda generación de músicos de bossa (a mediados de los 60) se caracterizó por una actitud más comprometida y por un tipo de composición de corte netamente nacionalista. La dictadura militar que condenó en Brasil a miles de ciudadanos (1964-1985), encontró una respuesta inteligente, valiente y sensual, en las creaciones de autores como Chico Buarque de Holanda, protagonista de esta sección, quien a diferencia de algunos de sus colegas españoles en esa misma época, sabía componer canciones cuyo argumento no era únicamente la contestación o la denuncia social. Nada más eficaz a la hora de enfrentarse a la violencia, la incultura general y la mediocridad más pasmosa (además de la lucha clandestina o abierta), que la canción, la danza, la poesía… y el sentido del humor. Arte, en suma.

El llamado Tropicalismo abrió con Buarque, amén de muchos otros y otras colegas, un camino ancho y largo como el Amazonas, para esparcir la diversificación y la hibridación de la MPB hasta finales del siglo XX. A los pioneros ya citados, Gilberto, Jobim y Moraes, no podemos obviar al guitarrista Baden Powell, pero sobre todo las voces de Elis Regina, Caetano Veloso, Gilberto Gil, Tom Zé, Joao Bosco, Djavan, Beth Carvalho, Paulinho Da Viola, Milton Nascimento, Maria Bethania, Gal Costa, Maysa Matarazzo, el Quinteto Violado, Ney Matogrosso, Marisa Monte, Nara Leao y mas recientemente Simone, Lenine o grupos de pop rock como Carlinhos Brown.

Pero fue Chico, el niño mimado de la MPB (Música Popular Brasileira), quien llevó su obra lejos de las fronteras de lo cursi y edulcorado en extremo, colocando sus composiciones elegantes y su verbo directo, sin concesiones a la galería, entre lo más inteligente y personal que se ha dado en aquel continente. No olvidemos que además de poeta, Buarque ha sido reconocido también por sus novelas, e incluso por sus intervenciones, directas e indirectas, en el séptimo arte.

Francisco Buarque de Holanda nació el 19 de junio de 1944 en Río de Janeiro, siendo el cuarto hijo del historiador, sociólogo y crítico Sergio Buarque de Holanda y de la pianista Maria Amelia Cesario. Cuando Chico tiene 5 años, ya se le ve fascinado por la música que descubre a través de la radio. A los diez marcha con su familia a Roma, donde su padre se ve casi a diario con Vinicius de Moraes, persona decisiva en la futura carrera del pequeño, ya que años más tarde sería quien le presentará a Jobim, otra de las grandes influencias para el muchacho. En 1956, de vuelta a Brasil, se interesa especialmente por la literatura, por el fútbol (cómo no) y el cine, y con 19 se declara abiertamente como joven de izquierdas, lo que provoca que, siendo estudiante en la universidad de arquitectura y urbanismo de Sao Paulo, se le señale con el dedo como alguien no muy recomendable. La CIA en esos años (ya se han desclasificado los documentos relativos a las decenas de intentos de golpes militares en Latinoamérica) provoca la ascensión al poder de una Junta militar, lo que obliga al músico a abandonar sus estudios.

La música brasileña comienza una andadura incómoda, similar a la emprendida por la copla y la canción española durante el franquismo, pero Buarque aprovecha el tiempo para consagrarse a la canción, interpretando sus primeras composiciones en el Colegio Santa Cruz, consiguiendo publicar su primer disco, como autor, en 1965, con dos canciones interpretadas por Geraldo Vandré.

Tanto es su empeño en interpretar sus propios temas, que logra el primer premio en el Festival de Música Popular Brasileira, cantando «A Banda». Ya en 1964 había comenzado a presentarse en shows de colegios y en festivales. Grabó su primer disco de vinilo en 1966, que contenía las canciones «Pedro Pedreiro» y «Sonho de um Carnaval». Pero el éxito de «A Banda» le convierte en la única unanimidad nacional según el actor y humorista brasileño Millor Fernández, por haber conseguido un emotivo reencuentro entre la bossa nova y la velha guarda del samba (vieja guardia del samba).

Sin embargo no todos son rosas para Chico, ya que algunas de sus obras como «El Funeral del Labrador» (una de las más vetadas, que en España se editará en versión castellana por el dúo argentino Bárbara y Dick), le suponen sus primeros problemas con la censura, pero también el comienzo de lo que él mismo llamó “Una gran historia de amor con el público”. En 1968, la dictadura prohíbe varios de sus recitales, siendo detenido en dos ocasiones, acusado de burlarse violentamente (y eso que sólo cantaba) del régimen militar, por lo que su padre decide enviarle de nuevo a Italia. Durante algunos meses estuvo de gira al lado de grandes artistas, como su compatriota Toquinho, la francesa Joséphine Baker o la italiana Mina, una de sus grandes ídolos, junto a la que acaba de grabar en un reciente disco de mi idolatrada Tigresa de Cremona, titulado Todavía, que sin duda es uno de los más patéticos de su carrera, donde se encargan de hundirla definitivamente, entre otros, El Cigala, Miguel Bosé o Joan Manuel Serrat.

En 1970, Chico regresa a Brasil, pero la mano de los Torquemadas se ceban en sus canciones, casi siempre antes de su lanzamiento, lo que no impide que se conviertan en éxito, vendiendo dentro, casi clandestinamente, y fuera de Brasil, más de 100.000 ejemplares, como «A Pesar de Voce», uno de cuyos versos dice “a pesar de você, amanha a de ser outro dia” (pese a ti, el mañana será otro día), que fue uno de los estribillos más coreados por el pueblo brasileño en las grandes manifestaciones por la recuperación de la democracia. El LP Construcción (1971), supone un punto de inflexión en su decisión como creador combativo, cuyo tema central fuera adaptado magistralmente por su colega uruguayo Daniel Viglietti.

Chico está comprometiéndose hasta el tuétano en la lucha por las libertades, y los pequeños rifirrafes que había tenido con Caetano Veloso y Gilberto Gil (menos radicales) terminan en un amistoso apretón de manos. Registra un álbum en público con el primero y canta junto a Gil una canción hermosa y descriptiva: «Cáliz», por supuesto prohibida. En esta época, sólo algunas de las composiciones de Chico obtienen el visto bueno de la censura militar, pero él trabaja a un ritmo febril y mientras crea, también prepara colaboraciones con Veloso, Gil, Paulhino Da Viola o Toquinho, amén de una canción sobre el miedo de la policía; «Acorda Amor», firmada por un tal Julinho De Adelaida. A partir del momento en que los militares descubren que se trata de un seudónimo de Chico Buarque, obligan a todos los compositores del país a adjuntar una copia de su carné de identidad con cada canción depositada. Ni Franco lo hizo mejor.

En los años 80, los censores aflojan la cuerda, ya que se avecinaba el final del régimen militar. Chico Buarque publica títulos que no habían cruzado antes la barrera de la incultura y sinrazón gubernamental. Cada dos o tres años lanza nuevos álbumes, en los cuales se expresa en mil formas diferentes, ya fuera bossa, samba, vals, rock o fado. Así se suceden, sin  prisa pero sin pausa, álbumes excelentes como Vida (1980), Almanaque (1981), Saltimbancos trapalhões (1982), un agradable intento de acercamiento al idioma castellano titulado Chico Buarque en español (1982), Para vivir un gran amor (1983), El corsario del Rey (1985), un recopilatorio llamado Los Mejores momentos de Chico & Caetano (1986), Danza de la Media Luna (1988) Chico Buarque (1989), varios en directo en Italia y Francia, Para todos (1993), Una palabra (1995), Tierra (1997), Las Ciudades (1998), Cambaio (2001), junto a otros de gran éxito comercial pero de dudosa calidad, como el titulado Duetos (2002), que no fue sino un pretexto para reunirse con amigos y colegas de medio mundo (Milanés, Serrat, etc.), y el reciente Carioca (2006), que aquí en Cuba suena insistentemente. Existen además, en su inmensa discografía, otras decenas de álbumes registrados junto a otros tantos artistas de distintos continentes.

Paralelamente a su carrera como cantante, Chico Buarque también ha escrito obras teatrales, como la ópera titulada Malandro, inspirada en las canciones de Bertold Brecht y Kurt Weill; o guiones para películas, como Roda viva (1967), Calabar o el elogio de la traición (1973), Sinal Fechado (1974), Gota de agua (1975), sin olvidar su actividad literaria, porque a lo largo de 40 años, el músico ha ido editando novelas de cierta repercusión como Estorbo, Benjamín (ambas llevadas al cine por directores como Ruy Guerra y Monique Gardemberg), Cortocircuito, o Budapest, su último libro, del que el portugués Saramago dijo: «Algo nuevo sucedió en Brasil», y que Caetano Veloso, describe como: «Un laberinto de espejos que finalmente se resuelve, no en la trama, sino en las palabras». Como los poemas. Incluso se atrevió a colarse en el cine, como actor, interpretando el personaje de Pedro en la película de Werner Herzog, Aguirre, la cólera de Dios, aunque lo más reciente fue una notable participación (financiera y artística), junto a Caetano, en el filme de Carlos Saura, Fados (2007), al lado de otros colegas como el portugués Carlos do Carmo, y que personalmente no me parece sino una excusa del director español, para continuar con su pretenciosa saga de largometrajes musicales.

Definir a este inmenso creador es complicado, aunque tal vez, la mejor sentencia que de Chico se ha escrito, la haya firmado otro realizador, en este caso Ruy Guerra, quien aseguró: “Es compañero de la euforia y la desventura, amigo de todos los que llegan en segundo lugar, de generosidad sistemática, de silencios elocuentes, de palabras quirúrgicas, de humor agudo, autor de las mejores canciones de amor para la noche, cuyas notas vibran en la punta de los dedos, mientras su verbo callejea en la extremidad de la lengua, y es capaz de ponerte el corazón en carne viva”.

Sólo un enorme artista, humilde y discreto, como él, genial y honesto, es capaz, efectivamente, de dar protagonismo en sus canciones, a un anónimo albañil destrozado al caer del andamio, a un sencillo labrador muerto violentamente, a una prostituta de Río, o a un policía torturador… sin perder el compás, la gracia y la sensualidad.

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