LOS DISCOS DEL DÉCIMO ANIVERSARIO: Andrés Calamaro, también conocido como Dios

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LOS DISCOS DEL DÉCIMO ANIVERSARIO: Andrés Calamaro, también conocido como DiosEncarando ya la recta final, la octava entrega de la colección de «discos virtuales descargables», con la que EFE EME celebra su décimo aniversario, presenta Nada se pierde, un álbum de Andrés Calamaro que agrupa materiales inéditos procedentes de diversas épocas: directos, ensayos, trabajos en estudio, versiones de temas propios y ajenos. Algo así como un nuevo volumen de las añoradas Grabaciones encontradas. Un lujo contar con Calamaro en esta colección.

 

 

Texto: JUANJO ORDÁS.
Foto: CLAUDIO DIVELLA.

 

 

Quizá debido a su descomunal pulso creativo, no suele repararse sobre la condición de trotamundos de Calamaro. Poco se medita sobre su espíritu de viajero musical, especialmente si tenemos en cuenta que su carrera ha sido una odisea homérica marcada por la aventura musical.

Fraguado en dos grupos clave de la vecina-lejana Argentina como Raíces y los Abuelos de la Nada, el joven Calamaro tuvo tiempo para entregar sus primeras composiciones y crecer al calor de la experiencia con la que los curtidos miembros de dichas formaciones le amamantaron. Es exactamente en ese punto en el que se vislumbran las cualidades compositivas del por entonces teclista y ocasional vocalista. Piezas de perfecto pop como «Mil horas» engrandecerían el cancionero de los Abuelos de la Nada mientras, a la vez, prenden la mecha de un universo personal que dinamitaría años después.

Sus primeras obras en solitario se sucederán como un muestrario del crecimiento artístico y personal del músico. Discos que mejoran en concepto y destreza autoral según se suceden y que acabarán por beneficiarse de la guitarra de Ariel Rot, con el ex Tequila dejando su impronta en los dos mejores trabajos de la primera etapa creativa de Andrés: Por mirarte y Nadie sale vivo de aquí.

La temprana década de los 90 es testigo de la llegada de Andrés Calamaro a España, tentado por las posibilidades que le puede ofrecer el país de sus adorados Gabinete Caligari y Joaquín Sabina. Los Rodríguez será el grupo que el músico formará junto a dos ex Tequila como eran Ariel Rot y Julián Infante a las guitarras y el batería Germán Villela, siendo complementados por  el legendario y fallecido Guillermo Martín al bajo, puesto que finalmente recaería en las manos del también excelso y fallecido Daniel Zamora.

La maquinaria Rodríguez calentó motores y arrancó pronto a nivel underground, aunque el éxito masivo se les resistió hasta el punto de que Andrés meditó seriamente la posibilidad de regresar a Argentina y finiquitar su aventura española. Pero los esfuerzos de la banda tuvieron su recompensa y con la edición de Sin documentos se coronaron como el grupo del momento. Al famoso disco y tema título le seguirían muchos más singles de éxito y Palabras más, palabras menos, un trabajo que remataba la faena y ponía punto y final a una discografía sobresaliente, de la que no conviene dejar de lado Buena suerte, su explosivo debut.

Tras la inmolación de Los Rodríguez, Calamaro ya era considerado una gloria nacional, una adopción de oro. Él se dejaba querer y devolvía el cariño a sus seguidores iniciando en 1997 la segunda parte de su trayectoria en solitario con Alta suciedad, una lujosa colección de canciones que elevaban el rock español a nuevas cotas de calidad, ingenio y oficio. Grabado con músicos de renombre como Steve Jordan, Charly Drayton o Marc Ribot entre otros, Alta suciedad presentaba una producción mimada por Joe Blaney y preparada para, esta vez sí, explotar con todas sus consecuencias. El rock en castellano era reinventado por el argentino en su concepto, sonoridad, propuesta e intenciones, llegando a alcanzar el olimpo de la canción popular mediante “Flaca”. Sin fronteras, navegando entre el funky, el pop o el rock and roll, fundiendo géneros al son de una riqueza instrumental exquisita y una voz personal, con estilo y variedad, capaz de clavar la lírica más trabajada que jamás hubieran disfrutado oídos castellanos, sólo a la altura de vacas sagradas como Serrat o Sabina, en un disco que es no sólo uno de los más grandes de la historia del rock en español, sino del rock universal.

Tras un tour en el que se hizo acompañar por una banda de lujo en la que destacaban su compadre argentino Gringui Herrera y el nunca olvidado Guillermo Martín a las guitarras, Candy Caramelo al bajo y el Niño Bruno a la batería, el torrente creativo de Andrés comienza a hervir, a supurar un magma que con el trascurso de los años se tornaría en estallido volcánico.

Honestidad brutal sería el disco doble que vería la luz en 1999, poco después las míticas fechas españolas durante las que telonearía a Bob Dylan. Pese a su longitud, se trató de un trabajo del que no sobra absolutamente nada, una particular y heterogénea mezcla entre Blonde on blonde y Blood on the tracks cuyo leit motiv es el dolor sentimental y donde Calamaro exhibe un trabajo vocal descarnado, áspero, real y sincero. Mientras las letras sangran, el autor ofrece una interpretación profunda. Pese a su formato, Honestidad brutal parece aún más espontáneo que Alta suciedad. Sigue tratándose de una obra de sonido cuidado, cocinado en distintos estudios a cargo de Joe Blaney, pero la variedad se multiplica y el furor creativo comienza a romper. La espontaneidad y crudeza de «El día de la mujer mundial» o «Paloma» encuentran su lugar en la colección, exactamente igual que díscolas canciones como la brasileña «Los aviones», o nuevos juegos con viejos amigos como el reagge de «Veneno» o el funky de «Más duele». La expansión de Andrés como autor musical al margen de géneros avanzaba décadas en un único disco que, más que un disco, es un muestrario certero de emociones: melancolía, euforia, pero siempre la pérdida. La paleta con la que había pintado Alta suciedad se extiende con sabiduría pero con aún más inmediatez si cabe.

Tour y descanso. En 2000, Calamaro inicia un encierro que le alejará de la mirada pública durante un periodo en el que se dedicará en cuerpo y alma al oficio de componer. Dicha estancia monacal en el templo de la canción se vuelca en El salmón, un quintidúple CD que recoge grabaciones registradas en su estudio casero, siendo algunas de ellas retocadas en estudio profesional para su planteamiento comercial. Alejado de la orfebrería musical para centrarse en la materia prima de la canción, El salmón pecaba de un acabado espartano en consonancia con el espíritu libre que permitía que locuras, esbozos y grandes temas convivieran de forma conjunta en una obra cuya mayor virtud y defecto es el mismo: la libertad. Gemas reconocidas como «El salmón» y diamantes por descubrir como «Lorena» forman parte de una colección extensa de grabaciones tan inconexas como conectadas por su propio entorno.

El tira y afloja que siguió a esos años entre Andrés y la industria se saldó con diversas grabaciones regaladas a los fans gracias a la red de redes y con el retorno del músico al negocio mediante El cantante y Tinta roja, dos discos producidos por Javier Limón en los que Calamaro abordaba la canción popular hispana con esmero, regalando en el primero de los dos citados tres temas inéditos. Ambos trabajos conforman una dualidad y merece la pena escucharlos seguidos entendiendo que estamos ante un cantante que se enfrenta a un desafío. Fue en el impás entre ambos discos, concretamente en 2004, cuando Andrés regresó a los escenarios con la Bersuit como banda de acompañamiento y transformado en artista multitudinario, capaz de llenar enormes recintos dejando como testimonio El regreso, un directo espectacular al que pronto se uniría Directo en Buenos Aires, un cuidado DVD en vivo. Asimismo, 2006 vería a Rot y a Calamaro compartir escenario en seleccionadas fechas donde repasaron un repertorio lleno de temas de sus propias carreras solistas y, cómo no, de Los Rodríguez.

El siguiente paso sería polémico, pues su retorno al estudio para registrar composiciones propias vendría a estar tutelado por la leyenda argentina Litto Nebbia. El palacio de las flores no sería el disco de retorno que muchos esperaban (y para el que habría que esperar un poco más), sino un trabajo artesano mano a mano con Nebbia en el que no habría desentonado el nombre del productor como cofirmante. Arreglos delicados y canciones extremadamente inteligentes con el mejor cargamento lírico de Andrés desde Honestidad brutal conformaban una obra de categoría (y hermosa portada) que se alejaba de la inmediatez a favor de lo que había que contar, cómo y porqué. Belleza estética, plástica, vertida en formato sonoro. Paladear El palacio de las flores merece tiempo, degustarlo y perderse en su ornamentada producción y mezcla, ir más allá del efectivo e inmediato single («Corazón en venta» obró como tal).

El 2007 sería el año del retorno del Calamaro más clásico, del arquitecto del rock, del artesano del pop. Con el apoyo de Cachorro López (ex Abuelos de la Nada) parió La lengua popular, una nueva línea de meta para el argentino, una nueva paleta cromática que remitía lo justo al ayer y miraba de frente a nuevas sonoridades. Donde antes había reggae ahora hay cumbia, el rock arquetípico vuelve a remozarse con guitarras duras, los ritmos golpean más vivos que nunca. La lengua popular tenía gancho, fuerza y honestidad, claro que sí. Tras la edición del “souvenir” audiovisual que retrató el minitour que coprotagonizó junto a Fito y Fitpaldis, Andrés se metió entre pecho y espalda una extensa gira por España y Sudamérica que le llevó a disfrutar –una vez más– de su  estatus de artista reconocido, querido, demandado y absolutamente influyente.

 

NADA SE PIERDE, EL DISCO

Por Juan Puchades.

Si eres de los que, como yo, disfrutó con los dos volúmenes que a mediados de los años 90 Andrés Calamaro publicó bajo el nombre de Grabaciones encontradas, Nada se pierde es tu disco. Sí, porque aquellos añorados CDs que no tuvieron continuación –El salmón fue otra cosa: cubría un mismo periodo compositor-grabador– tenían la gracia, y la magia, de presentarnos a Calamaro en sus diferentes facetas: la del explorador musical, la del compositor, la del investigador un poco enloquecido, la del intérprete de temas ajenos… Eran, tal vez, discos no muy recomendables para oyentes poco predispuestos a dejarse sorprender.

Así que si eres es de estos últimos, lo mejor es que no te molestes en descargarte Nada se pierde, un disco que recoge ese espíritu maravillosamente libre y que incluye desde temas grabados en directo (o en pruebas de sonido) en 2007 y 2008 con geniales lecturas de «Los mareados» y «Jugar con fuego», a instrumentales sin fechar como «Jamming with myself vol. 1 y 2», con Andrés desarrollando su faceta más negra, jazzera y funk. O podemos recordar aquellos directos de 1999, en plena gira junto a Bob Dylan y escudado por Guille Martín y Candy Caramelo, en la interpretación magnética de «I Can´t help falling in love» (¡Sí, Elvis está vivo! Pero, por favor, fíjense en la interpretación vocal: si aquella noche Dylan lo estaba escuchando, igual se le cayeron las pelotas al suelo). O rememorar, de aquel mismo periodo del 98-99, cuando atacaba con frecuencia el «Una noche sin ti» de Burning, aquí en una sentida toma acústica, diferente a las eléctricas que tenemos archivadas en nuestras colecciones de piratas calamarianos.

Como recordando sus raíces en el rock argentino, Nada se pierde también nos permite disfrutar de «Bajan», tema de Luis Alberto Spinetta que Calamaro borda en esta versión cegadora de 1999, registrada al acabar las sesiones que darían lugar a Honestidad brutal; «Pato trabaja en una carnicería», de Moris –la única canción de las aquí incluidas editada anteriormente, en el single en edición limitada (¡450 copias!) «Loco»–; y, por último, «Mejor no hablar», tema de Sumo, el grupo que lideraba el fallecido Luca Prodam.

Andrés, incluso, nos invita a compartir un «Días distintos» grabado en Tablada 25 durante un ensayo, uno de esos momentos en los que los músicos construyen en la intimidad de cuatro paredes las canciones que llevarán al escenario. Por haber, hasta hay acidez sonora, para abrir y cerrar el disco: Primero él solo en Camboya («Up in the morning»), y al final («Slave driver», de Marley según la versión de Taj Mahal) con su banda en una prueba de sonido.

Vale la pena adentrarse con calma en Nada se pierde (Calamaro lo guarda todo, podríamos añadir), un regalazo inexcusable para los seguidores de Andrés. Una golosina para disfrutar tranquilamente, para saborearla y ampliar la mirada más íntima sobre un músico que siempre se ha negado a ser, exclusivamente, el cantante dorado que se escucha en la radio y los videoclips.

Discografía esencial de Andrés Calamaro:

CON RAÍCES:
B.O.V. Dombé, 1978
30 años, 2008

CON LOS ABUELOS DE LA NADA:
Los Abuelos de la Nada, 1982
Vasos y besos, 1983
Himno de mi corazón, 1984
En directo desde el Ópera, 1985

CON LOS RODRÍGUEZ:
Buena suerte, 1991
Disco pirata, 1992
Sin documentos, 1993
Palabras más, palabras menos, 1995
Hasta luego, 1996
Para no olvidar, 2001

EN SOLITARIO:
Hotel Calamaro, 1984
Vida cruel, 1985
Por mirarte, 1988
Nadie sale vivo de aquí, 1990
Grabaciones encontradas Vol. 1, 1993
Live in Ayacucho 1988 (mini-álbum)1994
Caballos salvajes (BSO), 1995
Grabaciones encontradas Vol. 2, 1996
Alta suciedad, 1997
Honestidad brutal, 1999
El salmón, 2000
El cantante, 2004
El regreso, 2005
Tinta roja, 2006
El palacio de las flores, 2006
La lengua popular, 2007

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Mañana viernes, podrás descargarte desde EFE EME, completamente gratis, Nada se pierde.

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