Los Beach Boys, Dennis Wilson y Charles Manson, una conexión explosiva

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«Una de las canciones de Charlie, “Cease to exist”, acabará dentro de un disco de los Beach Boys»

 

Los sesenta dejaron millares de titulares, guerras injustas, grandes discos y artistas, aperturismo mental y sexual… Casi a finales de la década, unos crímenes horrendos perturbaron la tranquilidad de las colinas de Hollywood y Los Ángeles. Un año antes, el instigador de la masacre vivió a cuerpo de rey con su secta en casa de Dennis Wilson y conoció de primera mano a los Beach Boys. Una historia en la que no faltan artistas, productores y discos que fueron parte de unos sucesos que, por desgracia, siguen siendo inolvidables. Por Manolo Tarancón.

 

Texto: MANOLO TARANCÓN.
Foto de Charles Manson: Departamento de Correcciones y Rehabilitación de California (Wikipedia).

 

El afamado batería de los Beach Boys, Dennis Wilson, pasa por un duro momento personal cuando para a dos jovencitas con pinta jipi que hacen autostop en la zona de Los Ángeles. Es un día cualquiera de 1968. Los tres acaban en la mansión del músico en Malibú. Entre sexo y mucha hierba, se dan decenas de menciones a un tal Charlie, un gurú, insisten ellas entusiasmadas, que se presenta a la noche siguiente en ese mismo domicilio. Wilson sucumbe a su hechizo al instante, influenciado como está en el chamanismo y la meditación, y lo que tiempo después se conocerá como la secta La Familia, que en esos tiempos se mueve en un autobús escolar customizado y se muda al completo a la mansión, donde las orgías, el desenfreno y la gonorrea hacen de las suyas.

Del bolsillo del batería salen los dólares para sufragar todo tipo de gastos. También para pagar el tratamiento médico de la enfermedad venérea contraída por casi una veintena de personas. Su paciencia llega al límite y termina por expulsar al líder y su séquito de la casa. Wilson, hasta el episodio nada económico y las desavenencias con Charlie, está tan encantado con la comuna que pasea en cueros por su casa las veinticuatro horas y hasta se jacta de su forma de vida en una entrevista que concede a David Griffiths, para Record Mirror, con un titular muy clarificador: «Vivo con diecisiete chicas».

La Familia ya está fuera, pero necesitamos un flashback para explicar que el plan de ese tal Charles Manson está bien trazado tiempo atrás. Antes de ser libre como el viento y dirigirse al verano del amor de la California de finales de los sesenta, ha pasado más de la mitad de su vida en la cárcel. Quiere convertirse en venerado músico y artista. Además de picotear unos pocos conocimientos sobre cienciología, ha aprendido a tocar la guitarra y compuesto algunos temas entre rejas. El Rancho Spahn y el Valle de la Muerte, las dos cochambrosas localizaciones que convertirá en su hogar tras la vida de rey en casa de Wilson, es común verle conduciendo un buggy o con una guitarra que no se despega de su cuerpo. Canta a sus acólitos, ensaya escenografías con ellos y en muchos de sus sermones afirma con seguridad, mientras todos le observan con la boca abierta, que a su fama como cantante le queda poco para explotar. Los miembros de la secta, en un porcentaje muy alto chicas adolescentes, tararean sus melodías y repiten estribillos durante todo el día. El trovador los tiene en el bolsillo, como en su momento a Dennis Wilson.

Volvamos a la mansión. Poco tarda en conocer, gracias a Dennis, al cotizado productor Terry Melcher, asiduo de los Beach Boys. El batería trata de que le conceda una audición y le grabe algunos temas, ¿por qué no después un disco? Wilson está convencido, pero no tanto el resto del grupo, que al conocer en una de sus fiestas caseras al barbudo de metro cincuenta y mirada torva, tratan de hacerle ver que ese menda no es trigo limpio y debe borrarlo de su vida lo antes posible. En el documental The Beach Boys, (2024) dirigido por Frank Marshall y Thom Zimny, Mike Love, uno de los fundadores de la banda es tajante: «Solo lo vi una vez. Y fue suficiente para mí». Lógico.

Dennis sigue empeñado en que hay en él una estrella y que compone de maravilla —de hecho, lo hacen juntos—, lo que alimenta la seguridad de Manson en sus posibilidades de triunfo. La devoción de Wilson es tan alta que le regala uno de los discos de oro que adornan la mansión. No es cierto que Manson lo robara. La policía de Los Ángeles lo encontrará en la redada del Rancho Spahn, durante la detención en masa de todo el séquito a raíz de los brutales asesinatos de Sharon Tate y sus amigos, y del matrimonio LaBianca una noche después. Pero esto va de música, no nos desviemos. Una de las canciones de Charlie, “Cease to exist”, acabará figurando en los créditos con Wilson como compositor único, bajo el título “Never learn not to love”, dentro del disco de los Beach Boys 20/20, grabado en 1968 y publicado un año después, lo que cabreará mucho a Manson al no ver reflejado su nombre y percibir variaciones en la letra y estructura.

Es aquí donde llegan las contradicciones: testigos fiables afirman que la audición con Melcher se produce y sale horrorizado al poco de empezar; y otros, que nunca se da. Para más glamur, añadamos que el productor es hijo de la afamada cantante y actriz Doris Day. Según el propio Manson, varios componentes de los Beach Boys le producen una decena de canciones en el estudio que Brian Wilson tiene instalado en su casa. Siempre lo han negado. El ingeniero Stephen Desper afirma que existen. Nos quedamos con la duda.

¿Quién vive entonces en la casa de Cielito Drive antes de que la alquilaran Roman Polanski y Sharon Tate? Terry Melcher. Y Manson lo sabe, porque una madrugada, tras una de las fiestas, acompaña a Dennis y al productor hasta la misma puerta.

Para acomplejar más las cosas, ya en el rancho Spahn, Manson empieza a escuchar como loco el White album de los Beatles. Es fan incondicional del grupo. Hace saber a sus acólitos que en sus canciones hay mensajes cifrados que hablan de un Apocalipsis, de una guerra que los Panteras Negras —Manson era racista— van a plantear muy pronto a toda la raza blanca. Ellos se esconderán en una gruta del Valle de la Muerte donde hay cascadas de leche a raudales, seguros bajo tierra de la guerra que se librará fuera. Entonces saldrán y La Familia (la secta) dominará el mundo. Todo de un sentido incontestable. No ayuda la escucha compulsiva y enfermiza del White album de los Beatles, grupo del que Manson siempre fue muy fan; pero su carácter se agría y, en un momento dado, esos mensajes en las letras viran y, según su versión, le dan indicaciones sangrientas para llevar a cabo lo que llamará La obra del Diablo. Ya sabemos, los asesinatos.

Antes de ordenar a sus pupilos, Manson se muestra muy nervioso porque Melcher ya no contesta a sus llamadas. Se siente rechazado. Es posible que la rabia sea incontrolable al comprender que su oportunidad de convertirse en una estrella de la música se desvanece. Incluso se planta en la casa de Cielito Drive preguntando por él —recordemos que sabe dónde vive— y el peluquero, Jay Sebring, íntimo amigo de Sharon Tate, le asegura que ya no vive allí. El productor se ha mudado a una casa propiedad de Doris Day en Malibú. ¿Acelera todo este odio sus órdenes de matar? ¿Por qué en Cielito Drive? ¿Pudo ser la masacre un mensaje para asustar a Melcher, que ya había recibido amenazas de Charlie ante su silencio y negativa? Quién sabe.

Hay mil teorías al respecto. La paranoia, las drogas y en concreto el LSD ayudarán a convencer las mentes programadas de sus pupilos de La Familia para matar sin piedad. La justificación de los asesinatos sale del disco de los Beatles. En uno de los escenarios de los crímenes aparecen las palabras «helter skelter», escritas con sangre en la parte frontal de un frigorífico. Es el título de una canción del White album, pero la poli no ata cabos. Sí lo hará Vincent Bugliosi, fiscal del caso y del juicio posterior, en su libro Helter skelter (Contra, 2019), editado en Estados Unidos en 1994 y, posiblemente, el mejor del género true crime que se haya escrito, obsesionado con todo el tema de las canciones buscando un móvil que justifique los hechos. Como para no estarlo.

Con Manson condenado a pena de muerte finalmente conmutada a cadena perpetua, su compañero de presidio, Phil Kaufman, se encarga de publicar en forma de elepés muchos de sus temas que, hoy, siguen escuchándose en Spotify y por toda la red. Su figura lleva a grupos como los Ramones, Guns ´n ´ Roses, por poner solo dos ejemplos, a escribir canciones alrededor de su figura. Hasta una estrella del rock lo utiliza como nombre artístico: Marilyn Manson. Charlie nunca fue número uno en ventas, pero en el top del true crime sigue ostentando el trono.

 

 

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