Los asquerosos, de Santiago Lorenzo

Autor:

LIBROS

«La frase justa y gráfica, los diálogos chispeantes y el perfecto encadenamiento de circunstancias que casi no deja respiro al lector»

 

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Santiago Lorenzo
Los asquerosos
BLACKIE BOOKS, 2018

 

Texto: César Prieto.

 

Santiago Lorenzo lo ha vuelto a hacer. Heredero de ese entramado de humor a la española —tierno y ácido a la vez— que podría empezar en Mihura, seguir por Berlanga y Azcona y concluir en José Luis Cuerda, a las dos películas que rodó en en 1997 y en 2007 les faltó tanta repercusión como les sobró inteligencia costumbrista. Desencantado del mundo del cine, tomó el bolígrafo y se pasó a la novela con Los millones, la descacharrante historia de un miembro del GRAPO al que le toca la Lotería Primitiva, pero no puede cobrar el premio porque carece de DNI. Y desde entonces todo han sido alegrías que a cada novela se desbordan un poco más. Como en esta, Los asquerosos.

La primera virtud es desplazar el punto de vista a un narrador testigo. En primera o tercera persona la novela sería deficitaria de ese encanto de la media distancia. La segunda es el personaje de Manuel, que no deja de responder al arquetipo de humor hispano: un sujeto poco adaptado, vulgar, con alguna habilidad especial y zarandeado por la vida en infraempleos. Y como siempre, también un suceso fortuito lo enfrenta a un cambio en su vida que lo deja patitieso. Al defenderse de un antidisturbios, Manuel lo hiere de tal manera que duda si el policía en cuestión va a durar no más que unos minutos. Por supuesto no se queda para comprobarlo, sino que se afana en desaparecer. No de la escena, de la sociedad.

Así que se refugia en uno de esos pueblos abandonados de la España vacía, en medio de cualquier secarral, donde hay una casa que por lo menos se mantiene en pie, aunque no está dotada de ninguna de las comodidades a las que los ciudadanos civilizados nunca renunciaríamos. Y se da cuenta de que, con una compra mensual encargada por su tío, cubre todas sus necesidades. En el fondo no es más que una vuelta de tuerca a esa novela rural que parece haberse puesto de moda, un mismo objetivo pero dosis de parodia —cuando la casa vecina es acondicionada por una familia de domingueros— que la convierten en una novela revolucionaria, al dar una patada en los mismos riñones de la sociedad actual: no hay ningún motivo para gastar dinero.

Todas esas zarandajas que estudiaban en el colegio y les parecían tan lejanas y poco útiles para la sociedad del XX (o XXI, si son jóvenes), como el estoicismo, el locus amoenus o el beatus ille, tienen tanta actualidad como en el siglo XVI. Manuel lo resume a su manera: «En mi puta vida me he sentido mejor». Nuestro protagonista aprende a vivir sin nada; bueno, únicamente con un móvil de primera generación que carga con un panel solar que roba de una señal lumínica de tráfico, necesario para contactar con su tío. Hasta que aparece la familia de urbanitas, a la que espía sin que lo puedan ver, y la situación se vuelve sangrante en un tono que combina la intriga de La ventana indiscreta con el boicot preparado por nuestro ingeniero Manuel. Todo esto con la sublime maestría cinematográfica de Santiago Lorenzo: la frase justa y gráfica, los diálogos chispeantes y el perfecto encadenamiento de circunstancias que casi no deja respiro al lector. Y aquí no dejar respiro significa carcajadas a mandíbula batiente.

Anterior crítica de libros: Paso en falso, de Manuel de Pedrolo.

 

 

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