“Los abismos”, de Iban Petit

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LIBROS

 

“Hay certeros indicios de que la bondad acaba siempre por triunfar y que lo difícil, lamentablemente, no es otra cosa que el camino”

 

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Iban Petit
“Los abismos”
EXPEDICIONES POLARES

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

En “Los abismos”, la segunda novela de Iban Petit, se alían tres voces narrativas en un principio desconectadas. Claro está, el lector espera que se vaya anudando la coherencia para que los cauces secretos con los que van anudándose salgan a la luz. Dos narradores externos que parecen focalizar distintos ambientes y uno interno cuyo contexto parece más actual sembrando terrenos separados que poco a poco van convergiendo en la historia de tres generaciones de una misma familia vistas desde la óptica de tres mujeres. Tema y ejes marcados, pues: la mujer, su sensibilidad y sus luchas –cotidianas, sociales– que le parecen a uno –que también es hombre– especialmente empáticas.

Una de ellas es María Fontán, que vestida de uniforme escolar no va sin embargo al colegio y pasa los días mirando por la ventana en casa de su tía Flora. Ella va a ser el primer eje, después difuminado para centrarse en los amoríos y la voluntad de escribir de Claire, joven de nuestros días, por tanto aparentemente con libertad, y sobre todo de Fabiola Garmendia, una española que ha tenido que emigrar a servir a París en los años 50 y allí alcanza un inesperado éxito literario que la lleva a codearse con Cortázar o Bioy Casares. Una maleta, que su nieta –no es otra que Claire– ha de ir a buscar a Portbou se convierte en un macguffin interno que la lleva a encontrase con unos acogedores personajes.

La presencia de la literatura es constante, pues. No solo la escritura como medio de conocimiento propio, como pasión en el sentido clásico, o estas reuniones de escritores, sino las lecturas, que desfilan sin el ejercicio de la pedantería. Ezra Pound y Becket y Walter Benjamin. En cuanto al estilo, se trata de una novela poemática, hecha de un lenguaje transparente, pero que tiende a reforzar los adjetivos y deslizarlos en sugerencias.

En el fondo –casi sin personajes masculinos, los que aparecen no parecen entender con claridad su misión en la vida– es una novela femenina, y ellas sí que entienden por dónde tirar. Petit, sin ser panfletario, expone sutilmente cómo se les sajan las alas. Y sin saber cómo, en el tramo final, fundidos ya completamente los hilos, hay certeros indicios de que la bondad acaba siempre por triunfar y que lo difícil, lamentablemente, no es otra cosa que el camino.

Anterior crítica de libros: “Mikel Erentxun. Una cosa y la contraria”, de Ana Lucas Ruiz.

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