Lo que hay que tener: John Edwards

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» John Edwards fue uno de esos benditos artistas que convirtió el soul clásico en la música más cálida y vivificante de todo el siglo XX»

John Edwards
“Careful man”
ACE

 

 

Una sección de LUIS LAPUENTE.
 

Uno de los grandes olvidados de la historia del soul es John Edwards, vocalista de inmenso talento forjado al calor del gospel, como Sam Cooke, Bobby Womack, Al Green y otras leyendas mayores del género, un intérprete versátil y energético, capaz de conducir a su audiencia a momentos de puro éxtasis físico, según cuentan quienes tuvieron la fortuna de asistir a alguna de sus actuaciones históricas de los años 70.

Edwards nació en San Luis, Missouri, el 25 de diciembre de 1944. Tras cumplir su servicio militar en Alemania, a mediados de los años sesenta se estableció en Georgia y trabajó al lado de figuras entonces en alza como Wilson Pickett y James & Bobby Purify. Descubierto por Curtis Mayfield y Donny Hathaway, fichó por el sello WEIS de Chicago y registró un puñado de singles (alguno de ellos, distribuido por Stax) que no tuvieron éxito. Entonces, Edwards entró en el círculo de influencia de Floyd Smith, marido y protector de la gran Loleatta Holloway, quien puso a su disposición los medios para grabar algunos singles más y un álbum completo (titulado “Careful man”) en dos pequeñas compañías (Bell Records, Aware) con peso artístico en la escena del soul de la época. Discos producidos con todo el sabor y el magisterio del mejor soul-funk de Muscle Shoals y Chicago, con magníficos instrumentistas y arreglistas y repertorios abrasadores, firmados por tipos del talento de Bobby Womack, Sam Dees, Ashford & Simpson, Phillip Mitchell, Frederick Knight y Jimmy Lewis, que no necesitan carta de presentación entre los buenos aficionados al soul.

En 1975, John Edwards sustituyó brevemente a Phillippe Wynne al frente de The Spinners y dos años después, tras una breve estancia como solista en el subsidiario Cotillion de Atlantic, fue de nuevo requerido por aquel grandísimo grupo para liderar ya definitivamente su formación, tras la huida de Wynne a Funkadelic. Una suerte para The Spinners y una pérdida para quienes ya nunca sabremos qué habría dado de sí la eventual carrera en solitario del fabuloso vocalista de Missouri, desde entonces al servicio de los intereses de su banda.

Por fortuna, hace unos años la compañía británica Ace compiló las legendarias grabaciones de Edwards en este portentoso cedé titulado como su único elepé, una soberbia antología que incluye además rarezas añadidas (como una curiosa recreación del himno tradicional irlandés ‘Danny Boy’, quizás lo menos interesante del disco) y singles oscuros que se cotizan a niveles astronómicos en el mercado del coleccionismo.

Pese a todo, me temo que su nombre aún seguirá reposando en el Panteón de los Grandes Desconocidos, pero quienes le descubran ahora ya nunca olvidarán que John Edwards fue uno de esos benditos artistas que convirtió el soul clásico en la música más cálida y vivificante de todo el siglo XX.

Anterior entrega de Lo que hay que tener: David Ruffin.

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