Lo que el Rock and Roll Hall of Fame y la muerte de Battiato dicen sobre nosotros

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COMBUSTIONES

«Lo contrario del chovinismo no es el desprecio de lo propio, sino la celebración de lo bueno, venga de donde venga»


Al hilo de la nueva edición de la célebre Rock and Roll Hall of Fame, Julio Valdeón reflexiona sobre el reconocimiento que otorgamos a nuestros referentes musicales, señalando los casos de la muerte de Franco Battiato y el reciente cumpleaños de Bob Dylan.

 

Una sección de JULIO VALDEÓN.

 

Cuando era más joven (joven a secas, vaya) la parafernalia del Rock and Roll Hall of Fame me provocaba vahídos. Ahora tampoco es que me mate por ver la gala. No hago quinielas con los futuros agraciados y no me cabreo si el jurado deja fuera a mis favoritos. Pero resulta imposible no anhelar para España y Europa algo semejante en intención canónica, pretensiones académicas y presencia mediática. Celebramos lo que respetamos. Honramos la trayectoria de quienes conocemos su trabajo. Acertamos a tasar los méritos, y a festejarlos, cuando asumimos que hemos vivido a hombros de gigantes. El pasado, lejos de ser un continente ridículo para hacer chistes de cromo y mierda, es la región donde viven los que dijeron lo mismo que tú quisieras pero mejor. Con más novedad y hondura. Antes, de hecho, de que fueras capaz de imaginarlo.

Entre los nominados de este año descubro nombres tan sugerentes como Tina Turner, Gil Scott-Heron y Carole King, tan influyentes como Kraftwerk y Charley Patton, tan discutibles como las Go-Go’s y tan coñazo como los Foo Fighters. Me interesa sobremanera la presencia de Billy Preston, el exuberante teclista que veló armas al lado de Ray Charles y a punto estuvo de coronarse como Quinto Beatle: revisen Let it be. Bien por los Grammys: la historia del arte es la de los intermediarios y también la de los secundarios, tanto como la de los figurones insoslayables.

Hablando de monstruos sagrados… Tampoco hay color entre el reconocimiento que tributamos a nuestros gigantes y el que manejan los gringos: la muerte de Franco Battiato antecedió en pocos días el 80 cumpleaños de otro titán, Bob Dylan. Lejos de mi intención parangonar méritos o ejercer de balanza. Entre otras cosas porque, aunque absorbente, la obra del narigón de Catania palidece frente a la del hijo de ferreteros nacido en Duluth. Quiero decir que no tiene sentido confrontar el canon dylanita, y que intentarlo supone quedar automáticamente carbonizado. Con todo, Battiato fue un compositor extraordinario, un cantante expresivo y un aventurero cautivador y libérrimo con no menos de media docena de discos obligatorios, incluso a pesar de aquellos arreglos de plástico y aquellas instrumentaciones ortopédicas y aquellas guitarras AOR. Pero lean, lean la sarta de tópicos que, más allá de las opiniones de los críticos y escritores con más criterio, hemos leído y escuchado sobre el primero, frente a la avalancha de trabajos ilustrados, bien pertrechados de conocimiento y anécdotas, con el que los medios anglosajones y europeos saludaron el aniversario del tío Bob.

De especial dolor resulta leer los comentarios en redes sociales sobre Battiato. Es posible que muchos desconozcan los méritos de Dylan, pero atisbas un cierto pudor a que te acusen de escribir chorradas. Como decía mi abuela, no hay como el miedo allí donde no hay vergüenza. Con el autor de La cura, en cambio, no hubo mayor problema para participar y competir en un hipotético concurso de boutades estrepitosas y estupideces teóricamente agudas. Que si era un hortera, que si menudas chaquetas, que si solo recuerdo “Voglio vederti danzare” y que si como letrista me parece soso, etc. Lo cual me lleva de vuelta al Rock and Roll Hall of Fame: no sé si vale de algo, pero apuesto a que los bobos de guardia se lo pensarían dos veces antes de desovar sus boberías si desde la industria y desde los medios europeos nos hubiéramos tomado la molestia de explicarles que en Catania, en Úbeda, en Schaerbeek, en el Poble-Sec y en Utrera también nacieron talentos irresistibles, autores de obras gloriosas que menospreciamos frente a las de sus colegas de Oklahoma o Memphis porque seguimos sin entender que lo contrario del chovinismo no es el desprecio de lo propio, sino la celebración de lo bueno, venga de donde venga y sin dejarnos aplastar por los complejos de la gente sin memoria.

Anterior entrega de Combustiones: Bob Dylan, el cantautor que vino a enterrarlos a todos.

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