Libros: “Palabras mayores”, de Emilio Gancedo

Autor:

“Un ejercicio de memoria oral en el que intenta recuperar la vida del país en un enclave difuminado entre la Guerra Civil y el desarrollismo”

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Emilio Gancedo
“Palabras mayores” (Pepitas de Calabaza, 2015)

 

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

 

Quizás este libro no vaya a suscitar ningún tipo de empatía en el lector de “Efe Eme”, acostumbrado a la épica y la solidez de la industria del rock esto van a parecerle –a pesar de su título– palabras menores, evanescentes, propias de un pasado que no reconoce como mundo personal. Soy consciente, pero me arriesgaré a entrar en él porque considero que quien extrae su estética del mundo de la música tiene una especial sensibilidad para captar aquello que en un segundo se diluye y aquello que se sustenta sobre la tradición, como las canciones, al fin y al cabo. Y eso es este libro.

Emilio Gancedo, redactor del “Diario de León” y autor de varios libros de relatos y de etnografía, hace un día la maleta, arranca el coche y le da trote durante medio año recorriendo una a una las diecisiete comunidades autónomas en busca de personas que hubieran nacido hacia los años veinte, nunca más allá de los cuarenta. Y les deja hablar en un ejercicio de memoria oral en el que intenta recuperar la vida del país en un enclave difuminado entre la Guerra Civil y el desarrollismo. No son tan baldías sus palabras: en estos tiempos de confusión quizás sea bueno atender a los que las han pasado peores.

Los datos son certeros y coincidentes, unanimidad en las formas de vida de la península y variedad en las soluciones. Hay quien no salió nunca de su pueblo y quien salió a los cinco años y volvió a los noventa, tras vivir el mayo del 68 y reconvertirse a los cuarenta en fotógrafo e ilustrador para “Life” o “Time”. Hay gente con chispa –las contestaciones de Progreso están a la altura de “La hora chanante”– y escritores de versos terrosos, sin ningún tipo de garbo. Y sobre todo, hay una serie de constantes, las he ido apuntando, son muchas: la presencia de los maestros rurales, la emigración, gente sin luz eléctrica en casa, una recogida de vocabulario arcaico o de hierbas medicinales, que la Guerra Civil hizo mucho daño en absolutamente toda la península, no solo en ciertas zonas… También el gusto por contar historias, cualquier dato ofrecido tiene como argumento un suceso, como si las anécdotas fueran las depositarias de la verdad. Y extrañamente, otra constante recoge la alegría: una gran parte fueron músicos aficionados.

Habían formado parte de rondallas de música o habían animado fiestas de toda su comarca, haciendo muchas veces de luthiers de sí mismos con flautines, chiflos o tamboriles. Una música hispana de la que nunca se hablará, que ha quedado escasamente registrada y que compitió con la de las ciudades –la copla, el bolero y el pop– hasta que murió de inanición. Es lo que hay en el libro; sabiduría ancestral, vidas anónimas en las que encontramos más enjundia y bondad que en las de cientos de personajes reconocidos. E inteligencia, en el paisano de Zaragoza que proclama que un país no es desgraciado por sus gobernantes, sino por la pasividad de sus gentes, con la memoria de que colaborar en todo fue una manera de sobrevivir. A lo mejor, solo apunto, sus palabras nos podrían ayudar a encontrar soluciones.

Anterior crítica de libros: “Rock & Ríos. Lo hicieron porque no sabían que era imposible”, de Josemi Valle.

 

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