Libros: «Noche de los enamorados», de Félix Romeo

Autor:

«La última novela de Félix Romeo –desprecio rabiosamente la palabra «póstuma»– viene acompañada de un librito que recoge todos los artículos que a raíz de su muerte fueron espigando sus amigos»

Félix Romeo
«Noche de los enamorados»
MONDADORI

 

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

 

La última novela de Félix Romeo –desprecio rabiosamente la palabra «póstuma»– viene acompañada de un librito que recoge todos los artículos que a raíz de su muerte fueron espigando sus amigos en diversas publicaciones. Javier Cercas, Martínez de Pisón, Ángeles González-Sinde y una quincena más, aparte de los que aparecen citados dentro de cada grupo; una cantidad desmesurada, como parece ser -desmesurado, emocionante, magnético– que era su carácter. Hay algo en la trastienda de cada palabra de este librito que asegura que no son panegíricos el uso. Desde luego –y a mí pesar– nunca fui amigo de Félix Romeo, pero creo que a todos los que hemos sido heridos por las letras en este país, especialmente los de nuestra generación, nos ha tocado un poco su cercanía. Si leer a un escritor es, en parte, conocerlo, la realidad es que sí que lo conocí, no solamente en su impecable programa «La mandrágora» sino también en sus cuñas para Radio 3, que te asaltaban en momentos inesperados y eran siempre gratas, siempre cercanas. También por sus libros. Cuando nuestros años empezaron a pasar de la juventud, también empezamos a buscar novelas que la explicasen, y ahí se aposentaron «De Madrid al cielo» de Ismael Grasa –de quien se ha hablado hace semanas en estas páginas– o «Dibujos Animados». Más conceptual la primera, la segunda sí era nuestra novela, nuestras fijaciones infantiles de los últimos años del franquismo y las reacciones misteriosas de los adultos, los detalles que solo nosotros sabíamos entender como simbólicos treinta años después, un estilo repetitivo y circular.

Este mismo estilo vuelve a vivir en «Noche de los enamorados», frases cortas y perpetuas, ritmo demorado. El porqué queda en los primeros momentos escondido; la meditación posterior desvela que este tono obsesivo, las constantes búsquedas en el diccionario, las digresiones que determinan detalles biográficos ajenos al caso y la pequeña investigación que emprende el narrador van todas en el mismo sentido: la extrañeza, la existencia de un hecho que sin duda es real pero que en las palabras se presenta como esencialmente ficticio. Ese es el verdadero tema de la obra, el poder del lenguaje de la autoridad para velar lo probado, para que el asesino sea la víctima de una casualidad. No hay censura más efectiva.

En esencia, la trama no va mucho más allá de lo que determina la breve coda final: la muerte de María Isabel Montesinos Torroba un día de diciembre de 1994. Ni siquiera aquí –en las únicas palabras objetivas del libro– se presenta el hecho de que fuera a manos de su marido, es lo que oficialmente se ha ido borrando página tras página en noticias de diarios e informes forenses y judiciales.

Quedan sentados así los dos protagonistas y los narradores oficiales del hecho: prensa y administración. Son un narrador objetivo, pero como todos escogen las escenas y los personajes, eliminan otros –testigos, se les llama– que nunca llegarán al lector. Y como coro de tragedia griega, los vecinos repiten insistentemente sus frases de catarsis para el público: era una prostituta, constantemente embriagada. Tiene mucho, sí, de tragedia griega, pero también de tremendismo, de ficción reportaje a lo Javier Cercas, de notas para una investigación.

Romeo conoció a Santiago Dulong, el marido, en la cárcel zaragozana de Torrero, cumplía el escritor condena por insumiso. Falangista y cofrade, había conocido a María Isabel –familia nómada, sin detalles de su vida anterior– en un local de alterne. El día del asesinato fue especialmente movido en la casa, entradas y salidas de hombres y de María Isabel. La escena del parricidio es tratada con morbosa delectación. No oyen nada los vecinos y los informes periciales no preguntan, son objetivos pero no preguntan. Por tanto en el texto, entrecruzado de narradores, Romeo lo único que puede decir es «quizás», o «es muy posible». Aun así, en esta segunda parte de la novela, sobre tres, la reconstrucción es minuciosa, al minuto. Buscando significados que nunca se encuentran del todo, para llegar a una conclusión que nunca existe. Ni siquiera el nombre de la víctima aparece reflejado de forma estable en el juicio. No sabemos como nombrar lo que molesta. Así que la sentencia lo único que constata es una terrible verdad: María Isabel Montesinos Torroba nunca existió.

Anterior entrega de libros: “La magnitud del desastre. Memorias de un rock critic poco fiable”, de Oriol Llopis.

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