Libros: “Música alternativa. Auge y caída”, de Ramón Oriol

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Y si la ciudad condal aparece tan representada es básicamente porque Ramón Oriol pinta todo de memorias, de los conciertos a los que acudió, de las salas, de las tiendas de discos, en opiniones no condicionadas, frescas, pero a las que les falta cierta extensión para madurar”

 

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Ramón Oriol
“Música alternativa. Auge y caída (1990–2014)”
MILENIO

 

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

 

Y en el principio fue Kurt Cobain. Esta es la columna vertebral que sostiene el denso análisis que Ramón Oriol nos ofrece de la música alternativa entre 1990 –el año en que Nirvana fichó por DGC, o sea por Universal– y la actualidad. Es un periodo muy concreto el que abarca, y largo, a la par que significativo, porque aunque grupos que buscan otras maneras de enfrentarse a su creación y su público –alternativo viene de “alter”, otro– ha habido siempre, sí que es cierto que los de Aberdeen hicieron un buen barrido y llegaron a sitios impensables cuando apareció “Bleach”, su primer elepé, creando una especie de secreta comunidad. Así pues, es el eterno problema léxico de ciertas etiquetas: alternativo se refiere tanto a un sonido como a una ética, y a ambas cosas se dedica este barcelonés –las referencias a su ciudad son constantes– que tanto puede enfocar una banda de metal o de garaje como espigar material para extraer un breve ensayo sobre la sociología de principios de los noventa. Fijémonos que el autor parece evitar el término indie, la visión de su libro va mucho más allá de un término también indefinible. En todo caso –y más allá de problemas terminológicos–, Ramón Oriol considera que todo empieza cuando se alían un espíritu, unas ventas y una devoción.

Claro que para ello ha de hacer menguar a los ochenta a los que tiene como una época de pose constante, obviando que aparte de que la pose no ha de ser mala para la música necesariamente, poco de ella podremos encontrar en Elvis Costello o en The Field Mice, por poner dos ejemplos bien separados.

Y si la ciudad condal aparece tan representada es básicamente porque Ramón Oriol pinta todo de memorias, de los conciertos a los que acudió, de las salas, de las tiendas de discos, en opiniones no condicionadas, frescas, pero a las que les falta cierta extensión para madurar. No demasiada, en todo caso; pero ello también define un estilo rápido, casi mareante en el que pasan como centellas canciones y canciones, discos y discos. Me atrevería a decir que superan el millar, muchas de ellas con sus correspondientes comentarios.

También hay páginas para las revistas musicales y para el elogio de todas –el formato físico es lo único válido, proclama una y otra vez–, especialmente de “Popular 1”, la cual aparenta estar muy alejada de todo ese espíritu, pero los elogios a su dirección y sus redactores son emocionados, y traídos con certeros argumentos. Porque emoción hay bastante y el pudor se esconde, por ejemplo, para comentar como rompe en lágrimas al escuchar a Mika Miko o la espiral de estremecimiento que encuentra en Lucinda Williams.

Así, con todos estos mimbres nos vamos a enfrentar a un recorrido por ciudades y películas, cómics y novelas. De Olympia a Londres, de Daniel Clowes a Mike Leigh en un inmenso catálogo en el que al lector se le invita a rebuscar, a dejarse sorprender en lo que puede parecerle interesante, ahora que está todo a la mano. De American Music Club al anorak pop, del trip hop a Belle & Sebastian en continuo juego de asociación de ideas, útil como recorrido pero en ocasiones mareante por la acumulación, por el despliegue continuo de referencias en un texto que sólo se detiene cuando comenta la situación sociológica y apuesta por el activismo, por el anhelo punk de los principios. Cinco años de escritura, como comenta su autor, es tiempo suficiente para intentar volcarlo todo, hará bien el lector en entrar en el libro como por un paseo sin prisas, pero con una cámara en forma de papel para tomar vistas de lo importante.

 

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Anterior crítica de libros: “LSD Flashbacks. Una autobiografía”, de Timothy Leary.

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