Libros: «Mis páginas mejores», de Julio Camba

Autor:

«Es absolutamente desesperante la escasa atención que nuestro mundo editorial dedica a la edad de oro del periodismo español, ese periodo que cubre la Segunda República y tras el vacío de la guerra alcanza hasta la ley de prensa de Fraga»

Julio Camba
«Mis páginas mejores»
PEPITAS DE CALABAZA

 

 

Texto: CÉSAR PRIETO.
 

 

Es absolutamente desesperante la escasa atención que nuestro mundo editorial dedica a la edad de oro del periodismo español, ese periodo que cubre la Segunda República y tras el vacío de la guerra alcanza hasta la ley de prensa de Fraga. El lector de diarios en el siglo XXI adopta la noticia como información fetiche y obvia los artículos de carácter más literario, la crónica o la opinión, por ejemplo. Así que los autores que les voy a citar carecerían hoy en día de enjundia frente a las vicisitudes económicas, las bestialidades bélicas o las heroicidades deportivas. No, no son plato del gusto lector, y sin embargo tienen el perfume del buen periodismo, de aquel en que la realidad solo actúa como excusa para dar una visión personal del mundo, de aquél en el que importa lo que se escribe y no lo que sucede.

Bien, ni González Ruano ni Wenceslao Fernández Flórez están editados de ninguna manera, Chaves Nogales se empieza a descubrir ahora y Cunqueiro, a pesar de haberse celebrado el año de su aniversario, tiene ediciones muy locales o raramente distribuidas. Y es una verdadera lástima, porque sus percepciones de la vida, esa ventana que se abre a los tiempos modernos y esa mirada perpleja son muy necesarias hoy en día. De esta misma pasta es Julio Camba, gallego de Vilanova de Arousa, de humor amable y cosmopolita, maestro en el tempo de la crónica. Pepitas de Calabaza tiene el buen gusto de reeditar punto por punto “Mis páginas mejores”, un volumen que había aparecido en Gredos en un lejano 1956 bajo el impulso de Dámaso Alonso; en él, selecciona el periodista los artículos que considera de mejor construcción.

Causa verdadero asombro observar desde sus primeros artículos, apenas un jovenzuelo de veinte años y poco, el análisis con escalpelo; un viaje en diligencia –por ejemplo– puede abarcar un mundo, las confesiones de un pequeño y costumbrista filósofo. Es un tono que continúa en su producción y que resulta modélico, hechos banales que bajo su percepción descubren el absurdo del mundo, un simulacro de incendio, por ejemplo, o la compra de un traje lo enfrentan a la extrañeza. Aparte de esto los ejes temáticos son variados, reflexiones sobre todos los países donde estuvo de corresponsal, artículos gastronómicos –nunca nadie ha escrito nada mejor sobre las sardinas que él– o análisis parlamentarios y políticos que resultan de una finura intelectual tan deslumbrante que serían perfectamente actuales; llega la Segunda República, apenas lleva dos meses, y un viajero se indigna no de las malas condiciones del transporte, sino de que la locomotora se llame aún Alfonso XIII; Camba no da crédito, aquel hombre “no sentía el menor deseo de sustituir con otras mejores las pésimas máquinas de nuestros trenes, pero quería a toda costa ponerles unos nombres nuevos”. “Horror vacui” ante reflexiones que casi cien años después siguen siendo actuales.

Anterior entrega de libros: “Jagger. Rebelde, rockero, granuja, trotamundos”, de Marc Spitz.

Artículos relacionados