Libros: «Hostal Parisien», de Antonio Fontana

Autor:

«Entre los elogios que  se le han dedicado a la novela está el de Juan Marsé, y bien pensado, la ambientación recuerda a la del autor barcelonés y Málaga deviene una especie de Carmelo más vaporoso y menos oscuro»

Antonio Fontana
«Hostal Parisien»
EL ALEPH

 

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

 

Antonio Fontana es el escritor tranquilo, de su primera novela a la cuarta han pasado casi quince años, lo que demuestra que su oficio es recreación y tranquilidad. Tanta tranquilidad como la que se respira en la prosa de «Hostal Parisien»; más que una autobiografía al uso, una autoficción en la que el autor deja claro en el epílogo que todo es verdad y mentira a la par. La novela –porque también lo es– parte de un tejido estructural muy claro: un despliegue de la memoria de un Antonio Fontana, que es a la vez  personaje, que le lleva a ordenar la crónica de su familia. Es la invención de algo que ha sucedido.

Hay, en todo caso, un impulso inicial: los padres del narrador han llegado a una decadencia vital irreversible y es en el marco temporal de un fin de semana de visita cuando encaja todos los leves recuerdos en un tapiz de vida. Y se inicia el viaje por los abuelos paternos, genoveses establecidos en Málaga, se continúa por los maternos, familia de muchos posibles venida a menos cuyo palacete estaba lleno siempre de parientes, hasta llegar al noviazgo de sus padres y la fundación, una semana después del negocio familiar que da título a la novela. Es un texto con un suave trazado de personajes, un delicioso tono menor que los hace ligeros pero también los llena de vida.

La ciudad también se convierte en un personaje. Málaga –sobre todo el barrio del Perchel– y en menor medida Torremolinos, donde residen también los abuelos por su problemas de salud, se convierten en decorados esplendorosos, pintados con un estilo lleno de la especial luminosidad del sur, casi evoca su carácter algunos pasajes en prosa de Juan Ramón o de Cernuda. Es el paisaje en el que despliega la historia de su infancia, en los setenta, un homenaje lleno de irónica ternura, con retazos de historia oral, estampas y anécdotas con el punto justo de tensión para no caer ni en lo banal ni en lo grandilocuente.

Entre los elogios que  se le han dedicado a la novela está el de Juan Marsé, y bien pensado, la ambientación recuerda a la del autor barcelonés y Málaga deviene una especie de Carmelo más vaporoso y menos oscuro. También lo recuerda ese final de dramatismo casi asfixiante que, como en el buen hacer de la comedia, acaba bien. Porque el objetivo del libro es precisamente éste, demostrar que la vida es, al fin y al cabo, una comedia.

Anterior entrega de Libros: “Pampanitos verdes”, de Óscar Esquivias.

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