Latitud Estéreo: desde Granada al universo

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«Soy consciente de que ha quedado un álbum, por muchas razones, irrepetible; que no volveré a ser el mismo»

 

Tras cinco años de trabajo, el grupo granadino Latitud Estéreo acaba de debutar con un disco homónimo. Javier Gamo habla con su vocalista, bajista y compositor, César Cruz Parra. 

 

Texto: JAVIER GAMO y CÉSAR CRUZ PARRA.
Foto: ANTONIO PELIGRO.

 

A la sonora denominación de Latitud Estéreo responde esta formación granadina, como si actuase de punto cardinal en el que sus componentes cruzan diversas y dilatadas trayectorias –e incluso generaciones– y cuyo esperado álbum de debut acaba, por fin, de ver la luz. Con José Ángel Ruiz (KGB, 400 Golpes, Dee Songs) como pieza clave a la guitarra y mano maestra en la mezcla definitiva de las diez pistas que componen el elepé, y Vincent Gutfreund (Blindfall, Onírica) como última incorporación a la batería, el bajista, cantante y compositor César Cruz Parra (Mekanik Disorder, Strange Too) ve por fin cómo el proyecto en el que ha focalizado desde hace cinco años todo su esfuerzo creativo es ya una realidad palpable y lista para sorprender: «El peso de los lugares en la inspiración es algo decisivo en el despegue de este nuevo material y quería reflejarlo en un nombre bien surtido de carga geográfica, así que “latitud” resultó incontestable; el “estéreo” se me antojó ideal para rematar un claro sentido sonoro, considerablemente abstracto y por supuesto muy “retro” y en dos palabras, como más me gusta».

 

De los oscuros ochenta al brillo sonoro de los noventa

Con la zona oscura de los ochenta como campamento base, los albores «dream» e incluso «shoegaze» de los noventa como cumbres que ir atacando y letras muy trabajadas íntegramente en castellano (algo con lo que César rompe por fin un muro psicológico tras años componiendo en inglés, alemán e incluso neerlandés) resulta innegable la influencia de grupos como Radio Futura, La Mode, Décima Víctima, Ceremonia, Golpes Bajos, La Dama Se Esconde, los primeros Héroes del Silencio o por supuesto Los Enemigos; pero al tiempo no dejan de fluir en la atmósfera del álbum «esos referentes vitales que uno inevitablemente y con orgullo “lleva puestos”, como The Cure, Chameleons, Cocteau Twins, Minimal Compact, Pink Turns Blue, Pixies o Ride».

Esencias que, en definitiva, desembocan en «lo que poder volver a llamar, con todas las letras, pop rock español alternativo» y a través de las cuales va saltando a las fibras sensibles, al poco de sumergirse en los surcos de su primer vinilo. Latitud Estéreo no es un grupo más de Granada –por considerable que sea el peso de la denominación de origen–, pero además se termina de comprender en un concepto artístico de su tierra que va más allá del callejero de la ciudad de la Alhambra para coger impulso a campo abierto en diversos rincones de la provincia y más allá. Lo cuenta su vocalista: «Aunque el renombre de la marca Granada cuando hablamos de música habla por sí solo, y el tema «Suspiro» sí que es una suerte de himno personal a la ciudad y sus leyendas nazaríes, mi inspiración se sale claramente de lo urbanita y rompe a volar sobre las badlands del altiplano y los techos de la Penibética hasta caerse al mar: son los precipicios emocionales de eso que llamo “ángulo sureste” que por supuesto abarca más allá de la provincia para adentrarse en su hermana Almería, una tierra que también me fascina. Sentir un golpe de frío en el rostro, rodeado de sierras, me da sensación de abrigo… paradojas de una criatura invernal».

Sea como fuere, sin desplazarnos de latitud pero sí en el tiempo, asistimos también a una «carga de vibraciones pop-rock-punk vieja edad dorada “made in Graná”: «Los de mi quinta del terreno crecimos con 091, y por mis venas circulan –claro– los KGB, los Sesión de Noche o por supuesto Lagartija Nick. Supongo que todo esto lo vais a ir notando de pista en pista».

 

Evolución sonora

Porque después de años inmerso en la expresión electrónica más underground con Mekanik Disorder, allí donde mandaban las secuencias y la víscera fría de los sintetizadores ochenteros e incluso las listas de música alternativa de Alemania le deparaban más de un Top 10, César nos habla de un punto de no retorno en su viraje definitivo de estilo que coincide con el momento (octubre de 2015) en que actúan «en casa» en la sala Planta Baja de Granada teloneando a una de esas formaciones míticas del guitarreo alternativo de los ochenta como es Immaculate Fools: «Tenía por entonces un puñado de composiciones inéditas, todas para cuerda, en una onda muy post punk, muy Glasgow y Manchester, que coparon nuestra actuación y en la que no me descolgué el bajo de principio a fin. Cuando a los pocos meses me asaltan inspiraciones en esa misma onda y ya en castellano, me doy cuenta definitivamente de que hay una nueva criatura sonora dentro de mí y la tengo que bautizar de otra forma». Guitarras y bajos son también los protagonistas principales de la personalísima colección de «versiones para la cuarentena», con la que, bajo el mismo nombre que utiliza en sus redes sociales y en su faceta de DJ (César Mekanik), irrumpe a través de Facebook en decenas de hogares a régimen de no pisar la calle en plena primera ola pandémica 2020 y de la que se hacen eco, a página completa de sección cultura, medios locales como Granada Hoy: «Con aquel chispazo de repercusión terminé de creer en la magia y la mina de ideas que esconden los momentos jodidos. Esto último me dio para una canción dedicada a la ausencia y las sensaciones de aquellos días confinado donde se mezcla nostalgia y alucinación, Destellos, la perla shoegaze del disco».

 

La composición del álbum

Cierto grado de magia envuelve asimismo el momento del impulso definitivo a lo que hoy es una realidad hecha vinilo (y, por supuesto, también a mano en plataformas digitales): «El proceso de composición comienza hace ya todo un lustro, cuando una noche de verano por bares del Albaicín me invaden la letra y acordes de lo que iba a ser el tema “Toda una vida”. A partir de ahí empiezo a grabar las primeras demos, y poco a poco ir descremando material hasta llegar a aquel primer cedé de cuatro pistas que nos dio para presentarlo en un par de directos». Es entonces cuando se suceden las primeras colaboraciones, como las guitarras de Carlos Pueyos y Pablo Sampedro o el violonchelo de Alba Membrilla. El antes y el después de todo el proceso caótico pero irreversible que desemboca en este elepé es una conversación de terraza de bar entre César y José Ángel Ruiz, que pese a llevar unos años sin verse mantienen constante la sintonía musical en cuanto a inclinación de estilo y se lanzan a colaborar en lo que al final representa uno de los platos fuertes del álbum, “Latitud estéreo” (la canción): «En febrero de aquel imprevisible 2020 José ángel se ofrece a producirme un tema, el que yo eligiera, como gesto de amistad y apoyo al proyecto. Su mezcla final y guitarras la hacen despegar de tal manera que nos venimos arriba del entusiasmo y ya él quedaría encargado de la producción de todas las demás canciones».

En inolvidables días de estudio –y bien surtidos de alhambras- le dan sentido a un verano extraño, sabiendo leerse las ideas, explotar la creatividad y sacarle todo el partido posible a una conexión que parte de un buen puñado de referencias comunes para sonar definitivamente distintos: «Soy consciente de que ha quedado un álbum, por muchas razones, irrepetible; que no volveré a ser el mismo que en esta travesía de varios años se ha ido sacando del alma estas composiciones… y su sonido en vinilo es sencillamente una alucinación». El aliño definitivo es un hilo del pasado que les lleva a la mitad de los años 90 cuando José Ángel se encuentra al mando de la grabación de ese álbum que cambió la forma de entender el rock y el flamenco como es Omega, y un joven César recién entrado en la Universidad se va entregando a la noche granadina, «mi padre, Juan Cruz, fue un excelso flamencólogo y apasionado de muchos mundos musicales, y formaba parte del círculo íntimo del maestro Enrique Morente; damos por hecho José Ángel y yo que en más de una noche mítica de aquellos momentos hemos tenido que coincidir, y si la memoria concreta de aquello se pierde un poco en nieblas matutinas la explicación cae por sí sola y bien clara, supongo».

 

La lírica de Latitud

Capítulo aparte merece el tratamiento de las letras de las canciones, que encontramos impresas en la funda interior que envuelve el vinilo, y en las que César trabaja a conciencia moldeando estímulos que en muchas ocasiones se desatan desde la misma observación de paisajes y bajo la soledad del corredor de fondo, lo que aporta ese carácter tan particular de inspiración geográfica –e incluso geológica, como queda manifestado en Filábride– que envuelve el proyecto y que igualmente conecta con su pasión por el ciclismo, «hasta el punto de tener que detenerme a grabar un primer chapurreo de tema en plena ascensión al puerto del Calar Alto».

Pero hay sitio también para canciones-relato, como Veterano de la Guerra Fría, o viajes más introspectivos como Margen de Error, «una canción dedicada al complejo de culpa y en definitiva una terapia personal –con todas sus figuras y su escenario de proceso penal– sobre la forma de sobreponerme al mismo». Todo ello «partiendo del hecho de que en mis letras suelen caber diversas interpretaciones porque me gusta expresarme en lenguaje poético –y no directo, por así decirlo– y el catálogo de emociones al que recurro para escribir se mueve entre tonalidades diversas». E igual de diverso y ciertamente evocador es el lenguaje visual del que Latitud Estéreo hace gala en los tres videoclips que han ido funcionando como adelanto del álbum, y que por momentos también representan un viaje en el tiempo. Porque, en el concepto de Latitud Estéreo, imagen y sonido actúan de la mano: «Crecí con la edad dorada del videoclip y desde bien crío jugaba a imaginarle un vídeo a cada canción que llegaba a mis sentidos, deliciosa costumbre que no he abandonado». De esa forma, y en estrecha relación con un profundo interés por la fotografía, «busco un impacto en vídeo que pueda estar a la altura de lo que he logrado expresar en letra y melodías; es como volver a componer una canción ya terminada, al menos en cuanto a la autoexigencia de alguien que no para de soñar despierto y necesita liberar ideas de dentro casi constantemente».

En definitiva, una propuesta con ingredientes de lo más particular, de la que no para de extraer matices a gusto del oyente/espectador… y lista para despertar esencias que, sin salir de unas coordenadas muy concretas en el mapa, nos desplazan a épocas y escenas musicales de huella imborrable. Hay disco, pronto habrá directos. Promete paisajes de vértigo esta Latitud.

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