Las picardías de nuestros abuelos, de Antonio Gómez

Autor:

LIBROS

«Antonio Gómez hace un repaso que se aleja de lo erudito, pero que es amplio, documentado, con curiosidades y mucho material gráfico»

Antonio Gómez
Las picardías de nuestros abuelos
EDICIONES ATLANTIS/SERIE GONG, 2021

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

En España también hubo felices 20. Del siglo pasado, desde luego, no de este. Felices 20 con desarrollo de espectáculos de Music-hall, teatros de todo tipo, noches interminables, derroche. Y figuras, muchas figuras. Del cine y de la canción. Pero al mismo tiempo, figuras prácticamente olvidadas. La copla y el rock, posteriormente, pusieron una lápida al estilo que dominó en tiempos de Primo de Rivera y la República, a las picardías con que nuestros abuelos —y disculpen, es uno de los lemas del libro— soñaban con frotar el higo.

El cuplé, ahí es nada. La canción con trasfondo erótico más potente que ha habido en este país, nacida en los últimos años del siglo XIX. La novela erótica también estuvo muy de moda en esos años, las postales eróticas corría de forma más notoria de lo que puede parecer ahora, y muchos de los que pertenecían a la bohemia más recalcitrante eran los compositores más afamados del género. Sepan, pues, del olvidado escritor Antonio de Hoyos y Vinent, el estandarte de este género, que vio a La Chelito y nos lo cuenta en lo que parece ser una crónica de rock cincuenta años antes. Asistan a una escena que no conocen y es fascinante.

Bueno, quizás sí. Les debe de sonar “Fumando espero”, “Tápame, tápame” o “La pulga”; pero las versiones a las que han accedido, estragadas por el franquismo, no tienen nada que ver con las versiones originales. En un género marcado por el doble sentido y la sugerencia, la sustitución de una sola palabra cambia todo el sentido. Y aquí nunca se insinuó tanto con tanta inocencia. Las cantantes hablaban de verduras o de insectos sin aparentar saber. Los espectadores sabían muy bien a qué correspondía un pepino o una zanahoria. Y al mencionar la cantante si quería «la falda» corta o larga, o si echaba polvos, ya sabía el público a qué atenerse.

Los personajes de estos mundos son maravillosos. Se habla de cupletistas como La Fornarina o de compositores como Álvaro de Retana, fantástica vida, que acudía a las manifestaciones obreras con un mono de seda. Todos ellos darían —de hecho, ya han dado—, para unas cuantas novelas. Y las mujeres eran ese nuevo tipo de mujer. Con el pelo a lo garçon, devotas de actividades intelectuales y políticas, provechosas. Entre los cuplés reseñados los hay tan significativos como “Comunista” o “La pequeña bolchevique”, compuesto poco después de la Revolución Rusa, cuando en España no se sabía lo que era eso.

Antonio Gómez hace un repaso que se aleja de lo erudito, pero que es amplio, documentado, con curiosidades y mucho material gráfico. Y sobre todo, con conexiones a vídeos donde se puede comprobar gran parte de lo que, para el lector curioso de la música, la historia o la literatura de nuestro país. Puede ser un campo de sugerencias fascinante.

Anterior crítica de libros: Hotel California, de Barney Hoskyns.

Artículos relacionados