Lapido y Leiva: Vértigos y guitarras en llamas en Córdoba

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«No tuvo que rebuscar en exceso entre su discografía para encontrar los temas más guitarreros, porque la música de Lapido no se entiende sin una guitarra protagonista»

 

El Festival de la Guitarra de Córdoba unía en una misma noche al maestro José Ignacio Lapido y al cada día más veterano Leiva. Una velada que Arancha Moreno no quiso perderse y que aquí nos relata.

 

 

Texto y fotos: ARANCHA MORENO.

 

 

Unas alfombras cubrían el escenario de La Axerquía minutos antes de que saltara al ring el maestro Jose Ignacio Lapido. Llevaba dos años sin pasar por allí y lo hacía para responder a la llamada del Festival de la Guitarra de Córdoba, que este año cumple su 34 edición. Algo “tremendamente romántico”, como diría un par de horas más tarde Leiva, que completaría la programación de la noche. Dos generaciones, dos formas de hacer, pero una misma pasión por el género rock.

El techo cordobés no estaba lleno de estrellas cuando arrancó Lapido a cantar ‘La antesala del dolor’; era una noche de cielo oscuro y gradas hirvientes. El movimiento se había concentrado entre la pista y las dos primeras gradas; las últimas filas quedaban vacías. El teatro había vendido 1.300 entradas de un aforo de 3.000, una cifra algo más baja de lo esperado. Pero eso no cambió el semblante del músico granadino, acostumbrado a lidiar con los contratiempos y sabiendo aceptar los caprichos del público como pocos. Hay quien hace música para triunfar, y hay quien la hace porque lo necesita, y esa necesidad conlleva un respeto que le exige buscar la palabra exacta, la melodía perfecta, el riff soñado. Y después de tres décadas sigue procurándolo con avidez y acierto.

Tenía una hora el rockero para convencer al público, y se esmeró en su propósito. No tuvo que rebuscar en exceso entre su discografía para encontrar los temas más guitarreros, porque la música de Lapido no se entiende sin una guitarra protagonista. Se llevó también a su sempiterno compañero Víctor Sánchez, que demostró conocer y amar la guitarra a partes iguales, algo imposible de esconder cuando uno disfruta en el escenario. Así se entregaron también Raúl Bernal a las teclas, Paco Solana al bajo y Popi González a la batería. Lamentablemente, sus nombres no fueron recogidos en el programa de mano del festival, en el que sí estaban todos los músicos del resto de las bandas.

Los cinco se empeñaron en hacer un show eléctrico y potente que siguió sin pausa con ‘Algo falla’, tras la cual el público aprovechó unos segundos para corear su nombre. ‘Cuando el ángel decida volver’ comenzó templado y fue in crescendo con bonitos solos de guitarra del jefe y de su mano derecha, que a cada canción cambiaba de guitarra para encarar el siguiente tema.

Las guitarras siguieron brillando en ‘El más allá’ y ‘Luz de ciudades en llamas’, capaces de entonar un rock muy vibrante en los estribillos pero también de lograr unas perfectas atmósferas repletas de slides al comienzo de ‘La ciudad que nunca existió’. Quien sabe jugar, sabe subir y bajar los tempos y acelerar y detener los ritmos sin tropezarse. Así estaba pasando en directo, pero un sector del respetable lo era todo menos eso. En mitad del concierto, unos cuantos –cuantas– decidieron llamar a gritos a Leiva, voces ansiosas porque saliera su esperado artista, carentes de toda consideración. A un artista, sea o no del agrado del público, siempre se le debe tratar con respeto.

Arriba siguieron con ‘Muy lejos de aquí’, una de las mejores armas de su reciente disco, «Formas de matar el tiempo», y con un certero ‘No hay vuelta atrás’, en la que Popi animó a los de abajo a levantar los brazos y disfrutar del show. Un sector, “lapidiano” y pro 091 –camisetas de ambos mediante–, hacían caso a la banda. Siguieron con ‘La hora de los lamentos’, de coros muy beatle, y los ‘Zapatos de piel de caimán’ de los Cero, cuyo deletreo sonó casi estadounidense en el arranque. “Vamos a hacer ahora una canción del siglo pasado que viene bien para esta noche”, anunció el granadino antes de encarar otro clásico de su ex banda, ‘La noche en que la luna salió tarde’. Dijo bien: la noche avanzaba a pasos agigantados y estaban gastando sus últimos cartuchos. Entre ellos, una bala que levanta cualquier concierto, ‘Cuando por fin’ y el clásico arrebatable que sabe a declaración de principios ‘En el ángulo muerto’. Ya se sabe que entre guitarra y guitarra, el granadino suele encontrar tiempo para lanzar lamentos, y aullar al dolor, a la crudeza y al olvido.

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En cuanto Lapido y los suyos se esfumaron, en una despedida discreta y que parecía responder a un horario muy medido, una veintena de personas corretearon por las tablas como si trataran de borrar las huellas de un crimen. La superficie que soportaba la batería de Popi fue despiezada y tras ella apareció la batería y la percusión de Leiva, cómodamente colocadas al fondo del escenario para no tener que hacer ningún cambio. Los pipas fueron probando y comprobando los instrumentos y dejándolo todo a punto. El ajuste horario del primer participante de la noche no evitó que pasaran tres cuartos de hora hasta que comenzó el segundo concierto, un tiempo excesivo para un escenario ya montado que –curiosamente– no impacientó a las voces que protestaron durante el concierto anterior.

La espera casi se olvidó en el instante en el que apareció la «Leiband», apodo de la banda que encabeza el ex Pereza, que arrasaron el escenario con una enérgica ‘Los cantantes’, título que abre el nuevo trabajo del madrileño. Dos décadas menor que su predecesor, el reciente telonero de los Rolling Stones demostró cómo llegar, ver y vencer sin quitarse el sombrero.

Llevaba el cantante siete compañeros en escena: el batería Niño Bruno, el percusionista Luismi Huracán, el teclista César Pop, el bajista Manolo Mejías, el guitarrista –y sin embargo, hermano– Juancho y los vientos de Tuli (al saxo) y Gato Charro (trompeta). Son los miembros de una banda, pero actúan como una panda de amigos o una pequeña familia. Así lo demostraron en la interpretación de cada uno de los temas, con una viveza y una camaradería que dejaba claro que más que representar un papel, lo celebraban pletóricos.

Sonaron ‘Volvamos a intentarlo’ y ‘Animales’, y sin bajar un milímetro el show aprovecharon la primera pausa para saludar y agradecer formar parte de un festival tan longevo. Así dieron paso a ‘Mi mejor versión’, repleta de vientos, y ‘Palomas’, dos de los temas que conforman su último trabajo, ‘Pólvora’. Fue ese disco el eje de un concierto en el que también tuvieron cabida “gestos por los viejos tiempos”, como anunció antes de cantar ‘Windsor’. Una nostalgia que enlazó muy bien con el espíritu de un certamen “alucinantemente romántico”, como lo calificó en ese instante Leiva. Tuvo también palabras de simpatía hacia Lapido tras entonar ‘Vértigo’, y después para el “inigualable” César Pop, compañero de armadura que abandonó varias veces el piano para levantarse a bailar y fingir tocar un tercer viento que era justo eso, aire sin ningún metal. Sobre el escenario, como decíamos antes, uno no puede esconder el disfrute. Y la Leiband convierte cada concierto en una auténtica fiesta.

De los viejos tiempos sonaron también ‘Superhermanas’ y ‘Como lo tienes tú’, con un público que se sabía cada estrofa de antaño y cada letra en solitario. Lo demostraron también en ‘Miedo’ –historia de un pánico que se olvida cantando–, ‘Pólvora’, ‘Eme’, ‘Ciencia ficción’ y ‘Mirada perdida’, con las guitarras también en llamas. Con su estética habitual –sombrero de ala ancha, pitillos y un pañuelo colgado al micrófono, cual bandera pirata–, Leiva cantaba y dejaba cantar. Abajo bailaban, arriba también.

No era una noche de palabras, era una noche de acción. Así desfilaron ‘Pólvora’, ‘Superhermanas’ y ‘Mirada perdida’, momento en el que la banda agradeció la entrega de la gente de la pista y se retiró. Pero los gritos les invitaron a volver, y Leiva cogió una guitarra española y salió a cara descubierta, solo, encarando ‘Vis a vis quincenal’, arropado en los albores de la canción por el resto de la banda, que reapareció en el escenario para regalar los dos últimos hits de la noche, ‘Terriblemente cruel’ y ‘Lady Madrid’. Y Leiva saltó del escenario al suelo, para dar las gracias a su público de cerca. Así terminaba el show cordobés pasadas las dos y media de la madrugada, con el cielo todavía oscuro y el teatro lleno de chispazos eléctricos, como si la noche acabase de comenzar.

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