La vida sin música

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COMBUSTIONES

«La vida sin juglares, sin músicos, sin cantantes, merece menos la pena»

 

Julio Valdeón detiene su mirada en un reciente estudio del New York Times, que ha analizado el riesgo que se corre al celebrar un concierto en la era pandémica. Estas son las conclusiones del Times y de Valdeón.

 

Una sección de JULIO VALDEÓN.
Foto: LORENA FLORES (FLICKR).

 

Con la industria discográfica arrasada, la condena de unas plataformas que reproducen y/o multiplican los peores defectos de las disqueras (y ni una sola de sus virtudes), la gran pestilencia, el coronavirus, nos remató el gozo. Sin conciertos los músicos están condenados a mendigar en la calle o aprobar de una vez las malditas oposiciones al Cuerpo General Administrativo de la Administración del Estado. De ahí que anime leer lo de la investigación en Alemania, donde según el New York Times han analizado lo sucedido en un concierto bajo techo, organizado y controlado por los propios científicos. Concluyeron que, con las debidas medidas profilácticas, el riesgo de propagación y contagio es entre bajo y muy bajo. Siempre, eso sí, que la ventilación sea la adecuada, la higiene sea estricta y la capacidad limitada.

«No hay ningún argumento para no tener un concierto así. El riesgo de infectarse es muy bajo», le ha dicho al New York Times Michael Gekle, de la Universidad Martin Luther Halle-Wittenberg. Hay un pero. El periódico advierte de que el estudio todavía no ha sido revisado por pares y no está nada claro que los conciertos reales, en el mundo real, puedan replicar las condiciones ideales del estudio. Que fue, eso sí, bastante exhaustivo. «Para medir los contactos durante el concierto», cuenta el Times, «los voluntarios primero fueron examinados para detectar el virus y se les realizó controles de temperatura antes de ingresar al lugar. A cada persona se le entregó un desinfectante de manos mezclado con un tinte fluorescente y un rastreador de ubicación digital, y se simularon diferentes escenarios de distanciamiento social durante diez horas. Incluyeron descansos para que los asistentes fueran al baño y simularan comprar comida y bebida a los vendedores».

Desde que matamos el disco, con la disculpa de que la música, como el aire, es de todos y a todos corresponde disfrutarla con independencia o no de que pasen por caja, y con desprecio olímpico por quienes crearon esos contenidos, desde que apostamos la supervivencia de los músicos al directo no hay posibilidad otra que cargar los amplificadores, subirse a la furgoneta y repartir el cancionero allí donde sea reclamado. Ahora ni eso. De ahí que el estudio que trae el New York Times sea tan importante. Si bien es posible que haya vacunas durante el primer tercio de 2021, la normalidad, de llegar, no lo hará hasta bien entrado 2022. Recuperar la música en directo no acabará con el virus, tampoco reanimará muchos negocios groguis ni nos devolverá a los muertos. Pero la vida sin juglares, sin músicos, sin cantantes, merece menos la pena. Necesitamos como el comer volver a un concierto.

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