“La vida cotidiana del dibujante underground”, de Nazario

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LIBROS

 

“El libro de memorias que Nazario lleva adelante retrata en dos partes bien diferenciadas todo lo que es su mundo”

 

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Nazario
“La vida cotidiana del dibujante underground “
ANAGRAMA

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Al abordar la imagen de Nazario Luque nos enfrentamos a alguien que es mucho más que un personaje, es un hondo recuerdo de esos años –pocos, momentos casi– que, encajonados entre los últimos años del franquismo y los primeros de transición, con la autoridad competente preocupada por otros asuntos, permitieron crear un espacio de transgresión más que ética, vital. Dejados a su aire, una serie de artistas coincidieron en un momento en que no tenían que someterse al poder del mercado ni al político y pudieron vivir sin limitaciones. Cuando eso ocurre, hay peligro: la Barcelona libertaria que llamaron, un peligro al que el poder corta las alas cuando se entera.

De esto va el libro de memorias que Nazario lleva adelante y que retrata en dos partes bien diferenciadas todo lo que es su mundo. En la primera, el recorrido es sociológico y salen al escenario espacios, personas, ambientes, de un pasado del que se ha hablado mucho y escrito poco. Lástima, el recorrido es a vuelapluma, sin pararse más que en detalles puntillistas; cuando el lector interesado espera detalles, narración si no escabrosa, sí novelesca  –cosa que Nazario sí proclama en otros libros y textos escritos sobre la época salidos de su pluma–, lo que en este se ofrece es demasiado escueto.

Escueto, que no falto de jugo. Sin datos de su infancia y con un prólogo en el que se describe el ambiente de la Sevilla de los primeros 70, de donde parte Nazario –tan brutal como el de Barcelona–, tenemos a nuestro protagonista como maestro de escuela en uno de los barrios extremos de Barcelona, Vallbona, puerta norte de la ciudad, que aún hoy conserva huertos y cosechas. Evidentemente eso no era lo suyo, y casi sin solución de continuidad, se pasa al hambre, al piso de la calle Comerç donde se gestó la generación de El Rrollo Enmascarado, la génesis también de Star y a las jornadas libertarias del Parque Güell. Y la autoridad sin enterarse. Vean las fotos que acompañan el volumen, también escuetas, y después me dicen si esto sería posible en la España de hoy.

Más tela que cortar: los bares canallas y personajes que venían de Madrid como Almodóvar, que quien se entretiene con mirada cálida– y Eduardo Haro –con quien resulta bastante frío. Hilarante también su visita a “La edad de oro”. Y por supuesto, el litigio con Lou Reed y todos los colegas de francachelas de entonces y cuyos nombres me llevarían páginas y páginas. Barcos que se van encontrando en una divertida travesía a la deriva. Un defecto: a veces los personajes no son siquiera presentados, con lo que un lector poco avisado se pierde entre docenas de nombres de los que únicamente se nos da un dato o ninguno. Tampoco a veces hay hilo temporal, así que uno se queda con las escenas, pero no les sabe dar continuidad. Una curiosidad: una de estas escenas tiene como protagonista una estafa que les arreó Mateo Fortuny, el máximo impulsor del fenómeno fans en aquellos años. Qué bonito. Los Pecos y las locazas en la misma increíble dimensión.

La segunda parte de la obra nos presenta a un Nazario más íntimo y a unos capítulos centrados en dos de las relaciones que lo marcaron a fuego, la de Ocaña y la de su pareja, Alejandro. Es un Nazario que se dedica a las labores de casa, que resulta enormemente tierno, que nos cuenta cada reforma que hace en el mítico piso de la Plaza Real que se permite comprar. Un narrador que si desgrana anécdotas, lo hace a la manera costumbrista galdosiana, como la de esas marquesonas que viven en su bloque, los porteros y los niños que se cuelan entre puertas de casas abandonadas. Un verdadero cuento negro con obras perdidas de Miró y bailadoras en decadencia. O como encuentra en la basura tirados unos cuadros del Equipo Crónica, que le proporcionan unos milloncejos. Un Nazario que se ha convertido en un verdadero sibarita, y que se lo merece, desde el ánimo del lector. Justicia poética.

Nazario tiene 72 años y la lucidez la conserva toda. Otros compañeros de generación como Ramón Boldú, Montesol o Gallardo, de una u otra manera se han descolgado en los últimos tiempos con recreaciones de esos años. Que vivan mucho, y que nos sigan contando sus batallitas. En esta Barcelona de hoy en día las necesitamos más que nunca.

 

 

Anterior crítica de libros: “Diccionario enciclopédico de la vieja escuela”, de Javier Pérez Andújar.

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