La verdad, de Dani Llamas

Autor:

DISCOS

«Lo que consigue Dani Llamas es llevar la poesía del pueblo a instrumentos de aldea global»

 

Dani Llamas
La verdad
WILD PUNK RECORDS, 2021

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

La evolución en la estética musical del jerezano Dani Llamas es digna de atención mayúscula. Recuerdo su primer grupo, de adolescente, unos G.A.S Drummers que pisaban terreno con un estilo enérgico, plagado de guitarrazos que hacían temblar el misterio, desahogo puro y duro que tenía su buen punto melódico. Poco a poco, fue descubriendo cantautores norteamericanos y recorriendo parajes power-pop, atravesando páramos folkies para llegar, en este 2021, a detenerse en la música tradicional hispana. Entiéndase bien: no estoy hablando de flamenco, estoy hablando de música popular, de la que el flamenco es solamente una parte.

No quita esto que aparezcan guitarras bien sonoras y vitales, sí, guitarrazos que vienen de su adolescencia, pero ahora siguen un compás de siglos. Lo deja bien claro la que abre el disco, “Se canta lo que se pierde”, un claro homenaje a Machado y a las cantiñas y cantos de jornaleros, en el que hace lo que hacían Lagartija Nick con Lorca en su Omega, un ejército sonoro impresionante y flechas de acero en los breves solos, tras los cuales se adivina algo muy ibérico. No sé hasta qué punto esto deriva de la situación de confinamiento —en el sentido de que épocas difíciles requieren refugio en lo nuestro— o la música de nuestro país ya iba a coger este camino, pero lo cierto es que solistas y bandas, últimamente, convergen en volver la vista a las fuentes que han latido siempre en nuestras tierras.

Decimos que no solo hay flamenco en La verdad. “El salto al cielo” tiene todo el regusto de unas seguidillas y de unas alegrías de Cádiz —en el manto de una leyenda de monasterios—, que acaban resolviéndose en un perfecto estribillo pop, espíritu que aparece también dentro de “En un vergel”, más acústica —también hay variedad en la elección de los fondos instrumentales— y a la vez psicodélica y serena. Si se piensa bien, es algo que ya intentaron hacer los Módulos de Pepe Robles.

Lo que consigue Dani Llamas es llevar la poesía del pueblo —también en las letras, “Ay amor” es un prodigio de barcas, mares y amores, entre Ryan Adams y el José Mercé que la cantaba— a instrumentos de aldea global, algo que, modestamente creo, en este país siempre se nos ha dado muy bien. Ya hemos hablado de Módulos, repasemos más. “Fui piedra” —soleá cantada por varios de los flamencos más reconocidos, Sabicas y Enrique Morente a compás— goza de un inicio muy pop, muy sesentero incluso; tanto, que en ocasiones recuerda a los Brincos cuando querían ser cañís —“Flamenco”, “A mí con esas”— y, con más electricidad, podría ser de Seguridad Social. La que canta junto a The New Raemon, “Pozo de la víbora”, hace derivar su neopopularismo hacia un ambiente más oscuro y denso, lo que revelaron los injustamente olvidados La Búsqueda a finales de los ochenta.

He dejado para el penúltimo capítulo el flamenco, que también hay. Son dos versiones; más bien dos canciones recogidas de cauces por los que ya ha discurrido esta música. La primera son los “Fandangos de la libertad”, que cantó en tiempos Agujetas, sostenida con una guitarra de doce cuerdas que le da un aire folk-rock y un crescendo que poco a poco hace más intensa la canción, también más vieja. La segunda es “Con el viento y con el agua”, cantada por El Cabrero con letra de su mijer, Elena Bermúdez, que dibuja paisajes de sequedad al inicio, casi western, y vuelve al perfecto equilibrio entre la crudeza de las guitarras eléctricas y los tonos árabes, entre la percusión que parece provenir de todos los lugares y unas palabras llenas de visiones cósmicas.

El último capítulo es para “Caulina”, un emocionante recuerdo a 1892. Ese año dos mil campesinos de ideología anarquista quisieron invadir Jerez. El hambre no paraba en sus vidas. Los cuatro cabecillas fueron ejecutados. Otro soberbio ejemplo —el disco tiene muchos— de que desde la música se pueden defender causas sociales, que no solo es un divertimento, es parte de la lucha de la vida.

Anterior crítica de discos: Promenade blue, de Nick Waterhouse.

 

 

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