La última de las rock stars

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COMBUSTIONES

 

«Ya no era la chica que enamoró a los Stones y los Beatles, pero deslizaba a cambio una sabiduría de vuelta de todo y una gracia inmarchitable»


En su columna semanal, Julio Valdeón rinde tributo a la recientemente fallecida Ronnie Spector, entre los recuerdos de un concierto hace años en Nueva York y la eterna importancia de “Be my baby”.

 

Una sección de JULIO VALDEÓN.

 

Creo que fue hace más de diez años cuando vimos a Ronnie Spector en directo. Su voz sensual, su presencia restallante quemaban sobre las tablas, en el escenario del B.B. King Club, junto a Times Square. Yo venía de empaparme durante años todos sus discos firmados con el maníaco de su ex marido, Phil Spector, del que tomó el apellido y del que acabó huyendo descalza, cuando el creador del Muro de Sonido le escondió todos los zapatos para evitar que huyera de la mansión que compartían en Hollywood. La lista de canciones es demasiado apabullante y gloriosa. Baste con una, “Be my babe”, que define la era rock; la excitación que provocaron las girl groups, el talento en galerna de unos compositores, Jeff Barry y Ellie Greenwich y el propio Spector, tocados por los dioses; un elenco de sesioneros, la Wrecking Crew, inimitable; un arreglista, Jack Nitzsche, que sabía cómo ordenar y propulsar las cabalgadas wagnerianas del jefe; unas gargantas, unas cantantes, las Ronettes, que traían adosado a las cuerdas vocales toda la picardía, la rabia, la nostalgia anticipada y la calle de Harlem y El Barrio.

Decir que el concierto fue memorable es una pura vulgaridad. Ronnie ya no era la chica que enamoró a los Stones y los Beatles, empeñada en follarse cuerpo y mente al público. Pero deslizaba a cambio una sabiduría de vuelta de todo y una gracia inmarchitable, con todo el encanto y el aguijón y el veneno de aquellas melodías en technicolor y aquellas avalanchas entre el rhythm and blues, el pop con oropel y el glamour sin aditivos ni vainas. Un puñado de artistas claves, de Bruce Springsteen a Willie DeVille y Los Ramones, y así hasta Amy Winehouse, estaban en deuda con ella. Adiós a una cantante de rompe y rasga, que escupía trallazos de caramelo al son de unas rolas inolvidables. Lo dijo alguien, no sé si Lennon, que si alguna vez llegaban los marcianos y preguntaban qué cosa fue el rock and roll bastaría con pincharse los tres minutos de “Be my baby”. Sensual, evocadora, brillante y fuera, Ronnie concentró en su menuda persona la quintaesencia de moverse sobre el escenario y de modular el fraseo, los guiños, los versos, a punto de extinguirse.

 

Anterior entrega de Combustiones: Persiguiendo un sueño.

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