La película de 091: los cimientos de la escena granadina

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“Un paseo sincero, a ratos incluso divertido y con las dosis necesarias de perspectiva e ironía, por la Granada que explota a golpe de punk en una democracia en pañales”

 

Eduardo Tébar analiza “¿Qué fue del siglo XX? Una historia de 091”, una proyección que recuerda la trayectoria de la banda y reconstruye el rock granadino de los años ochenta y noventa.

 

Texto: EDUARDO TÉBAR.

 

Cada vez sabemos más y mejor cómo se configuró el puzle de la escena granadina en los ochenta. El afán revisionista en el que andamos sumidos arroja infinidad de pistas reveladoras. La biografía de 091 del veterano periodista Juan Jesús García, las memorias del batería Eric Jiménez, el volumen de la editorial Ciengramos sobre la primera década de la sala Planta Baja o el librito con testimonios que glosa el archivo del fotógrafo Javier Martín aportan información acerca de un relato no difundido (la “Historia del rock en Granada” de Juan Jesús García lleva años en fase de remate, pero ya queda menos). Y eso en papel. En formato cinematográfico, son recientes los documentales “En Granada es posible”, “Omega” y “Aunque tú no lo sepas” (en torno a la figura del poeta Luis García Montero). Filmes, todos ellos, en los que se reflexiona sobre el fenómeno que convirtió a la ciudad de la Alhambra en la capital cultural de Andalucía. Sin embargo, faltaba una película centrada en la trayectoria de la banda de José Ignacio Lapido, José Antonio García y Tacho González, abanderados de la movida sureña en la época.

La Filmoteca de Andalucía acogió el miércoles la proyección de “¿Qué fue del siglo XX?. Una historia de 091”. En casa, con los protagonistas atentos en las butacas. Dirigida por Alejandro González Salgado a lo largo de 2017 (en plena resurrección del grupo) y producida por La Zanfoña Producciones con una ayuda de la Agencia Andaluza de Instituciones Culturales, la cinta resulta un paseo sincero, a ratos incluso divertido y con las dosis necesarias de perspectiva e ironía, por la Granada que explota a golpe de punk en una democracia en pañales. Existe un antecedente: el especial “14 años sin piedad”, de una hora de duración, que realizó Antonio Hens para Canal Sur tras la separación de los Cero en la segunda mitad de los noventa. De aquel montaje, disponible en YouTube, se rescatan las remembranzas del desaparecido Jesús Arias.

De hecho, la narración no arranca en Granada sino en Huétor Tájar, el pueblo en el que surgen TNT. Y con ellos, la versión local del punk, casi en paralelo con Londres. ¿El detonante? La vecina Sagrario Luna, biógrafa de The Clash, que trae de fuera los vinilos de Joe Strummer y compañía. Ángel Doblas, fundador de TNT y luego bajista temporal de 091, era el único lugareño con guitarra eléctrica. Por su parte, José Antonio García, procedente de un hogar donde se canturreaba flamenco, fue uno de esos jóvenes hechizados por el dosier sobre el punk que emitió “Informe Semanal” en 1978. En la formación inicial abundaban los hijos de guardias civiles: las presiones familiares provocaron bajas forzosas. Sin entrar en los planes de ninguno de los interesados, Jesús Arias acabó ingresando como guitarrista. Parece que convenció su interpretación del riff ‘Honky Tonk women’ en una prueba que no era para él. Jesús dotó a TNT de un imaginario potente, palpable en su asimilación de “La naranja mecánica” de Kubrick; un fanzine inspirado en Orwell, Picasso y Sid Vicious; y letras como la de ‘Cucarachas’, que conllevaban la visita de los agentes a la emisora que radiaba la maqueta.

El seguidor de 091 se sabe ya la historia de cabo a rabo. Pero el documental incorpora voces externas. El pintor Juan Vida y Luis García Montero desvían el hilo hacia la cuestión social y narcótica: “La gente era invitada a la droga para desplazarla de la disidencia con el poder”. En cambio, Jesús Ordovás apunta a diana: “A los Cero les pasó lo mismo que a Surfin’ Bichos o Los Enemigos. Eran muy buenos, pera iban a verlos 150 individuos”. Antonio Arias era un púber cuando logró el puesto de bajista, en 1982: “Tomé el destino de otra persona, porque todo estaba diseñado para que entrara mi hermano”. Aparece hasta la concejala de Cultura del momento, Mariló García Cotarelo, que apoyó la movida y dio alas a proyectos como “Rimado de ciudad” (versos de García Montero con música de TNT y Magic), absolutamente impensable hoy: el artefacto se ilustraba con imágenes de la Plaza de las Pasiegas (delante de la catedral) colonizada por litronas.

Era el festival de las chupas de cuero, las chapas y los tupés. La película de González Salgado apunta a los bares como focos de retroalimentación entre punk-rockers, poetas y pintores. Los Cero se aposentaron en el Silbar, donde conocieron a Joe Strummer. Pero también intervienen los creadores de Planta Baja, espacio avanzado y abierto a la performance teatral y el videoarte. Al artista Julio Juste, que trabajó con 091, TNT y KGB, lo entrevistaron poco antes de morir. La ciudad de la “siglitis”, que decía un presentador de TVE. El documental recoge ecos de la ignota Granada experimental, representada por Juan Planta (el hombre que volaba a Londres cada pocos días a la caza de discos para pinchar el sonido crujiente de los Cabaret Voltaire primigenios en su sala) y Ani Zinc (Diseño Corbusier). En los ochenta, Granada fue a Madrid lo que Sheffield a Londres. Mientras las segundas acaparan titulares y focos, las primeras atendían al ruido de las máquinas, propalado en fanzines como “La Visión” o en la revista “Olvidos de Granada”, en cuyas páginas eran asiduas las firmas de Mariano Maresca, Antonio Muñoz Molina o Luis Antonio de Villena.

En “Qué fue del siglo XX” adquieren valor confesiones como las de Paco Ramírez, tío de Tacho y manager en los comienzos, que venía de ejercer de director de Promoción Cultural en la Unesco en París. Un benefactor de lujo. Su chalet, entre la sierra y la vega granadina, encarnaba el principal espacio de agitación artística. Por ahí desfilaban Enrique Morente y Mario Maya… y llegaban a dormir setenta en la casa. A través de los miembros de 091, descubrimos el terror de aquellos conciertos entre orquestas de pachanga en la Andalucía profunda. O la experiencia indecible del gremio, cuando todos los músicos ensayaban en unas cuevas del Sacromonte atestadas de ratas. O la no menos surrealista actuación en el Rockola de Madrid una noche de Navidad: sin público ni pintas convincentes para acceder a La Vía Láctea en Malasaña, pero el contrato con Dro en el bolsillo.

Ay, las discográficas. De la ingratitud de la industria, los episodios con Zafiro y Polygram, y la comprensión de Joe Strummer al respecto, se cuentan interesantes confidencias. A su vez, los Cero se explayan en capítulos brutales (las giras por Francia) y angustiosos (los antipáticos años noventa y la pérdida del espíritu colaborativo). Con final feliz: dos décadas después de despedirse, resucitaron con justicia poética.

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