LA ESPUMA DE LOS DÍAS
«Del cruce de la música cajun con el blues negro, nació el zydeco, un blues acelerado donde, además del acordeón, se utiliza como instrumento de ritmo la tabla de lavar»
Esta semana, Luis Lapuente se felicita de las efemérides que señalan a dos gigantes, Clifton Chenier y Bobby Charles, y a algunos de sus géneros musicales favoritos: el zydeco, el swamp pop, el cajun y el rhyhtm and blues con aires shuffle de la Luisiana rural.
Una columna de LUIS LAPUENTE.
El zydeco es un género ancestral, anclado en los pantanos de Luisiana, la Luisiana heredera de los acadianos, francoparlantes de origen canadiense que se instalaron en sus tierras en el siglo XVIII. Allí, a orillas del río Misisipi, fueron conocidos como cajunes y crearon una música de baile, festiva, marcada por el sonido del violín, el acordeón y el regusto de las viejas polkas europeas. Del cruce de la música cajun con el blues negro, nació el zydeco, un blues acelerado donde, además del acordeón, se utiliza como instrumento de ritmo la tabla de lavar.
El próximo 25 de junio se cumplen cien años del nacimiento en Leonville, muy cerca de Opelousas, del acordeonista, armonicista, cantante y compositor Clifton Chenier, universalmente reconocido como el rey del zydeco. Heredero de una familia firmemente anclada en las tradiciones negras de la Luisiana rural y sureña (su padre fue el acordeonista y violinista John Chenier y su tío, el guitarrista Maurice «Big» Chenier), Clifton se convirtió en el genuino portaestandarte de una música fresca, vitalista y gozosa que él mismo se encargó de dotar de carta de ciudadanía con el single “Lousiana stomp” / “Clifton blues”, publicado en 1954 por el pequeño sello local Eko a nombre de Cliston Chanier.
Devoto desde muy joven del sonido de bluesmen como Muddy Waters, Peetie Wheatstraw y Lightnin’ Hopkins, Clifton Chenier creció como artista a la luz de las primeras grabaciones de Fats Domino y Professor Longhair, así como del acordeonista criollo Amédé Ardoin (1898-1942), uno de los grandes pioneros negros del cajun y el zydeco. Al principio de su carrera, alternó la música con otros trabajos (cortador de caña de azúcar, camionero), pero, en 1955, pudo empezar a ganarse la vida sin ayudas extras, al fichar por la discográfica Specialty y entrar en lo que Lou Rawls bautizaría como chitlin’ circuit, el circuito de garitos donde podían actuar los artistas negros en el sur de Estados Unidos.
Tras una breve estancia en el catálogo de Chess, en 1964 Clifton Chenier dio un paso de gigante al firmar con la discográfica Arhoolie Records, un oasis de las músicas de raíz norteamericana, fundada en 1961, en la pequeña localidad californiana de El Cerrito por Chris Stachwitz, donde también grabaron, entre otros, Fred McDowell, Flaco Jiménez, Skip James, Jessee Fuller o K.C. Douglas. Allí debutó con el single “Ay ai ai” / “Why did you go last night?” y enseguida, con el elepé Louisiana and zydeco (1966), primero de una larga serie de discos sincretistas, interpretados en inglés o en francés criollo, donde convivían en gloriosa armonía el blues, el rhythm and blues, el pasodoble y el vals criollos, géneros mestizos que bebían tanto de los pantanos de Luisiana como de las aguas transparentes del Caribe.
Clifton Chenier murió el 12 de diciembre de 1987 en Lafayette, el corazón de la Luisiana cajun, a causa de complicaciones de su diabetes (llegaron a amputarle una pierna meses antes), dejando una herencia deslumbrante en álbumes prodigiosos como Bogalusa boogie (Arhoolie, 1976) o I’m here! (Alligator, 1982). El próximo 27 de junio, para celebrar el centenario de su nacimiento, la discográfica Valcour Records, afincada en Eunice (Luisiana), ha anunciado la publicación del álbum A tribute to the king of zydeco, con participación de Lucinda Williams, Steve Earle, John Hiatt, Ruben Ramos, Marcia Ball, Taj Mahal, Jimmy Vaughan, David Hidalgo, C.J. Chenier (hijo de Clifton) y los mismísimos Rolling Stones, secundados por el acordeonista Steve Riley en una versión del tema de Chenier, “Zydeco sont pas salés”, relectura del clásico cajun “Les haricots sont pas salés”.
Bobby Charles, leyenda del swamp pop
«Bon ton roulet, Clifton, bon ton roulet». Seguro que así le habría saludado Bobby Charles si Chenier y él hubieran coincidido con su común amigo Johnnie Allan en algún Mardi Gras.
Dijo Johnnie Allan (a quien algunos recordarán por esa maravillosa versión cajun del tema de Chuck Berry “Promised land”) que Bobby fue el precursor del swamp pop, porque suya fue la primera canción grabada que puede reconocerse en ese estilo de pop pantanoso típico del sur de la Luisiana. El tema en cuestión, “On bended knee”, figuraba como cara B del primer single de Charles, publicado en noviembre de 1955 por Chess Records con la referencia Chess 1609, una hermosa balada típica de la Luisiana cajun que ahora cumple setenta años. Por cierto, la cara A de aquel single primigenio fue una de las piezas fundacionales del rock and roll, el clásico “See you later, alligator”, titulado en contra del criterio de su autor, “Later alligator” (se ve que los polacos afincados en Chicago no captaban las sutilezas sureñas, donde un alligator era más o menos sinónimo de un colega negro). En todo caso, ya con su título original, un año después Bill Haley aceleró el ritmo del original de Charles y lo convirtió en un éxito mayúsculo en todo el mundo: en España e Hispanoamérica, los mexicanos Los Llopis lo inmortalizaron como “Hasta luego, cocodrilo”.
Robert Charles Guidry, conocido como Bobby Charles, había nacido en la localidad de Abbeville, muy cerca de la populosa Lafayette, el 21 de febrero de 1938. En una de las escasas entrevistas que concedió, se refirió a su infancia: «Vengo de una familia muy pobre, no teníamos nada. Mi padre era muy trabajador, repartía petróleo y gas a los granjeros de la zona. Trabajó como un perro toda su vida. No tenía ayuda, yo era su verdadero ayudante. Trabajaba para unas personas que tenían una planta a granel de Texaco. No trabajaba para Texaco, sino para unos distribuidores. ¡En aquella época era bastante duro! Recuerdo que, de niño, antes de ir a la escuela, mi hermano y mi hermana venían a casa con libros de canciones, ellos estaban en el coro, y yo simplemente hojeaba el libro de canciones, no sabía leer música, pero si me decían que era un libro de canciones, me ponía a cantar, inventándome mis propias cosas sobre la marcha. Sigo haciendo lo mismo. Nací amando la música».
En 1958, Bobby se marchó de la discográfica Chess y grabó algunos singles para Imperial Records, donde triunfaba su amigo Fats Domino con canciones suyas como “Before I grow too old”, esa que hablaba de la alegría de disfrutar la vida hasta la última gota: «Quiero salir a bailar todas las noches / y ver las luces de la ciudad, / y quiero hacer todo lo que me han dicho, / así que tengo que darme prisa antes de hacerme demasiado viejo (…) Y voy a hacer un montón de cosas que sé que están mal, / y espero que me perdonen antes de que me muera, / porque se necesitarán muchas oraciones para salvar mi alma, / así que tengo que darme prisa antes de que sea demasiado viejo».
Dos años después, Fats Domino volvió a darle otra alegría a su amigo blanco, ese tímido chico cajun de raro talento, cuando llevó al Top 2 de las listas de R&B de Billboard otra de sus canciones. Al parecer, Fats quería invitarle a su casa, pero Bobby le dijo que no tenía coche ni dinero para ir de Lafayette a Nueva Orleans, «así que voy a tener que ir andando». Y entonces surgió la memorable “Walking to New Orleans”. Fue, por cierto, la primera vez que Fats Domino utilizó arreglos de cuerda. Todo parecía marchar sobre ruedas para Bobby Charles, que casi repitió éxito con “(I don’t know why I love you) but I do”, una pieza pegajosa grabada por el vocalista negro Clarence «Frogman» Henry, en los estudios de Cosimo Matassa, y publicada en 1961, también por el sello Chess.
A principios de los años sesenta Bobby aprendió y disfrutó mucho en sus giras por el chitlin’ circuit con gente como los Five Blind Boys of Alabama o Chuck Berry, con quienes se alojaba en hoteles segregados para negros, compartiendo con ellos agresiones e insultos de los rednecks más racistas. Llegó a hacerse buen amigo de Chuck Berry, que intentó enseñarle a tocar la guitarra, pero Bobby reconoció que nunca tuvo ese talento. De hecho, cuando se encontraba inspirado, componía canciones rápidamente, escribía la letra y retenía la melodía en su cabeza hasta que podía plasmarla en una cinta. Si no estaba en casa, llamaba por teléfono al número de su domicilio y cantaba la canción en el contestador a la espera de que algún amigo músico la transcribiera más tarde.
Lo que le gustaba a Bobby Charles era escribir canciones ancladas en las tradiciones de Luisiana, músicas de sabores negros y olor a pantano, a tardes relajadas y fiestas nocturnas en torno a una barbacoa, como se escucha en las maravillosas y casi olvidadas grabaciones de mediados de los años 1964 y 65 para los sellos Jewel y Paula, disponibles en la antología Walking to New Orleans (The Jewel & Paula recordings 1964-1965) (Demon, 2000).
A principios de los setenta, Bobby Charles andaba empeñado en restablecer su vida personal tras haber fracasado en su matrimonio. Llevaba una existencia relajada, escribiendo canciones transparentes, donde el country sureño se mezclaba con el funk perezoso y el humo de la marihuana. En una visita a Nashville, fue detenido fumando porros en casa de unos amigos y el mánager de Dylan, Albert Grossman, se ofreció a resolver sus problemas con la ley si firmaba con él y grababa un álbum para su sello Bearsville, en sus estudios de Woodstock. Allí confraternizó con los miembros de The Band y, en 1972, publicó una obra maestra intemporal titulada sencillamente Bobby Charles, donde le acompañaron sus amigos Ben Keith (gigante de la pedal steel), Bob Neuwirth y el Dr. John, además de Levon Helm, Garth Hudson, Richard Manuel y Rick Danko, con quien coescribió ese clásico serpenteante titulado “Small town talk”.
A lo largo de las canciones de aquel elepé adictivo parece escucharse el sonido de la hierba y también de la añoranza que sentía Bobby por las tierras del sur, atrapado en Woodstock mientras no se resolviera sus problemas con la justicia. No se me ocurre una pieza más maravillosamente melancólica que “Tennessee blues”, que podrían haber firmado Robbie Robertson y sus amigos de The Band, con quienes Charles actuaría en el concierto de despedida del último vals: pero lo hizo a su manera, tranquilo, desapercibido entre tantas estrellas de relumbrón. En el documental de Martin Scorsese casi ni se le ve, pero ahí estuvo Bobby cantándole a su querida Crescent City en el tema “Down south in New Orleans”.
Bobby Charles vivió buena parte de su vida alejado de todo y de todos, en una pequeña casa de madera junto al río, cerca de su Abbeville natal. Allí tenía un aviario, un pequeño acuario donde estudiaba la vida de los cangrejos de río y hasta un pequeño cocodrilo que atendía al nombre de Gaboon, y que entraba y salía del pantano a su antojo. Desgraciadamente, a mediados de los años noventa su casa se quemó a causa de un cortocircuito y Bobby tuvo que trasladarse a Holly Beach, en Luisiana. Pero, en septiembre de 2005, esa segunda residencia fue arrasada por el huracán Rita y nuestro héroe se fue vivir a una caravana, sin sus queridos animales y casi con lo puesto.
Bobby Charles actuó en contadas ocasiones a lo largo de su carrera, y grabó media docena de álbumes antes de morir el 14 de enero de 2010, por un infarto de miocardio, tras una larga batalla contra la diabetes y un cáncer de riñón. En 2004, había publicado en su propia compañía, Rice ‘n’ Gravy Records, una antología de viejas grabaciones titulado Last train to Memphis. Por allí pululaban colegas y admiradores como Eddie Hinton, Ben Keith, Fats Domino, Neil Young, Willie Nelson o Maria Muldaur, que le acompañaban en un par de canciones, “Full moon on the bayou” y “Homesick blues”.
Poco después de su fallecimiento, se publicó el álbum Timeless, que había estado grabando con el Dr. John; un disco dedicado a su amigo Fats Domino, a quien felicitaba por su cumpleaños en el jubiloso tema “Happy birthday, Fats Domino”. Cuando murió, su amigo Johnnie Allan dijo que Bobby «tuvo muchas adversidades, pero siempre parecía superarlas. He perdido a un buen amigo, pero, Dios mío, las canciones que escribía ese hombre. El mundo ha perdido a un gran compositor».
¡Bon ton roulet, Bobby, bon ton roulet!
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