La Música de El Mundano: Abbey Road

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«Paul no lo dudó. ‘No me gusta ‘Her Majesty’, tírala’, le pidió a Kurlander. Probablemente éste no contestó nada, se limitó a tocar botones y a maniobrar con los deslizantes de su mesa. Pero en su pensamiento ya se había asentado la reiterativa fórmula con la que Bartleby, el escribiente creado por la imaginación de Melville, respondía a todo requerimiento del mundo que le rodeaba: ‘Preferiría no hacerlo’»

Una sección de ADRIAN VOGEL.

El Mundano –mi blog– me ha brindado varias oportunidades. Las que más valoro: reestablecer relaciones y contar con colaboraciones de conocidos y desconocidos. Algunos de estos últimos al “desvirtualizarse” (afortunada descripción, original de José Luis Orihuela según me contó Antonio Cambronero) se han convertido en habituales de mi mundano círculo social.

Estos pasados días han surgido noticias sobre el futuro de los estudios Abbey Road. Un tema muy relacionado con la temática de mis dos ultimas entradas. Muchas ideas y sentimientos surgen alrededor de este hecho empresarial, pero dotado de una fuerte carga emocional. O romanticismo barato, en versión de escépticos y “sabelotodos”.

Aprovecho el momento para rescatar del blog un post –escrito por Antonio Perea– y traer a colación una anécdota: la hoy tan conocida condición de becario, antaño conocida como aprendiz o discípulo, en los estudios ingleses era muy singular. A semejanza de los novatos en un equipo de fútbol, que tienen que ejercer de utilleros, en las salas de grabación los aspirantes a técnico de sonido empezaban sirviendo el té.

El relato de Antonio Perea hace referencia uno de estos “unsung heroes” del mundo de las grabaciones. Pero no nos confundamos: eran reputados y muy apreciados profesionales. John Kurlander es uno de ellos. Además fue un “producto” de los estudios Abbey Road.

“Kurlander, el escribiente” nos cuenta cómo una decisión afecta a la configuración de un álbum de los Beatles. Pero no sigo porque es mejor dejar sitio al texto del amigo Perea. Fue el primero que me envió y el ilustre José Manuel Rodríguez “Rodri” nos aportó pruebas gráficas de la época:

“Se llama John Kurlander, y mucho antes de participar en la producción musical de la trilogía cinematográfica ‘El Señor de los Anillos’ ya era un valorado técnico de sonido reclamado por grandes artistas y orquestas sinfónicas para sus grabaciones con la compañía EMI. Sin embargo, para nosotros los ‘beatlemaníacos’ su gran minuto de gloria le sobrevino siendo un joven asistente de técnico de grabación de los estudios de Abbey Road el 30 de julio de 1969. Aquel día le tocó escuchar a solas con Paul McCartney uno de los últimos montajes de las pequeñas canciones que, como teselas en un mosaico, iban a constituir el núcleo de la cara B del álbum ‘Abbey Road’, el último atribuible en rigor a la autoría de The Beatles.

El músico y el técnico habían ya escuchado juntos el recadito envenenado de Paul para Allen Klein contenido en ‘You never give me your money’, y también las arriesgadas armonías vocales concebidas para el ‘Sun King’ de John Lennon. Iban ya por el tema también de Lennon ‘Mean Mr. Mustard’, cuyo acorde final daba entrada con bastante trabajo de estudio a un tema de McCartney, ‘Her Majesty’. A su vez, el último acorde de guitarra de éste último se solapaba a base de laboratorio con el primero del siguiente tema, ‘Polythene Pam’, también de Lennon. Así, entre dos muestras del poderío rockanrolero que brotaba casi involuntariamente de cualquier cosa sobre la que Lennon posara sus manos, se instalaba aquella sencilla cancioncita medio folk y acústica.

Paul no lo dudó. ‘No me gusta ‘Her Majesty’, tírala’, le pidió a Kurlander. Probablemente éste no contestó nada, se limitó a tocar botones y a maniobrar con los deslizantes de su mesa. Pero en su pensamiento ya se había asentado la reiterativa fórmula con la que Bartleby, el escribiente creado por la imaginación de Melville, respondía a todo requerimiento del mundo que le rodeaba: ‘Preferiría no hacerlo’.

Nunca sabremos, más allá de las propias y quizá interesadas opiniones de ambos protagonistas, si Kurlander desobedeció a McCartney por motivos artísticos. Quizá anticipadamente al resto del mundo le pasó con aquel temita intrascendente lo que nos pasaría después a todos. Es cierto que no tiene mucho que decir, pero a fuerza de conocerlo enamora. Lo mismo que sucede, por cierto, con la mujer a la que se refiere su letra, que un servidor se resiste a creer que fuera la Reina de Inglaterra, por mucho que Sir Paul se lo cantara a ella personalmente décadas después en un concierto con motivo del aniversario real.

Son, sin embargo, más los que creen que Kurlander tan sólo obedecía instrucciones estrictas de los ejecutivos de EMI. ‘Que nadie se deshaga de ningún material que graben Beatles en la sesión’, ordenaron entonces a todos los técnicos. No resulta difícil imaginar a los encorbatados directivos trasmitiéndoles la orden a los técnicos, mientras se ponían de espaldas a la cristalera del control y hacían bocina con las manos para que ni siquiera se les leyeran los labios. Y la verdad es que los descartes de las grabaciones de los de Liverpool y, muy especialmente, los de aquellas sesiones de ‘Abbey Road’ y las de ‘Get Back/ Let It Be’ anteriores, iban a ser un jugoso negocio años después.

Cualquiera que fuese el motivo, Kurlander cortó laboriosamente ‘Her Majesty’ de su ubicación original en la cinta, pero lejos de tirarlo como su autor le había solicitado, lo empalmó al final de aquella, y ya sea por olvido o por visionarismo del entonces neófito ingeniero, allí quedó. Muchos días después el equipo escuchó por última vez el montaje, y cuando habían transcurrido catorce segundos desde el último compás de ‘The End’, canción que estaba prevista como final del álbum, por los altavoces del estudio aparecía por arte de magia la casi mutilada versión de ‘Her Majesty’ que había quedado de aquella sesión del 30 de julio. Allí sonaba, sola y desnuda de todo lo que no fuera la acariciante voz de McCartney y el límpido sonido de sus arpegios en Re mayor, si bien desprovista por razones técnicas de su acorde final, fagocitado éste por ‘Polythene Pam’. Les gustó tanto a todos aquella sorpresa, Paul incluido, que se decidió inmediatamente que quedaría tal cual en el master. Las carpetas del disco llevaban ya tiempo en imprenta, por lo que la canción tardó muchas reediciones de ‘Abbey Road en figurar en la carátula del disco.

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Por cierto, se dice que muy poco tiempo después y a pesar de su juventud, John Kurlander fue ascendido a ingeniero senior, lo que constituyó una promoción en tiempo récord para la costumbres de la casa.

Sé que hablar de ‘Abbey Road’ tomando como base ‘Her Majesty’ es algo así como adorar a un santo por la peana. Pero aquel álbum contenía demasiadas grandes cosas como para que un lego se meta en mucha harina. La historia que cuento referida a la canción más pequeña nunca creada por Los Beatles, circula entre los ‘beatlemaníacos’ desde hace años y la hemos visto recogida en infinidad de antologías, libros de investigación y páginas Web. Pero no puedo descartar que sea una leyenda urbana.

Advierto de que no me he molestado en contrastarlo, y no lo voy a hacer ahora porque tengo mucha plancha. Pero si alguien tiene tiempo, que se anime…”

Anterior entrega de El Mundano: Expecies en extinción.

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