La mida, de Anna Andreu

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DISCOS

«El grado de belleza sonora, no solo se mantiene, sino que gana en elegante sofisticación, aupado en unos textos cincelados con mimo y pasión»

 

Anna Andreu
La mida
Hidden Track Records, 2022

 


Texto: CÉSAR CAMPOY.

 

La pátina, prácticamente impoluta, que envolvió a Els mals costums (Hidden Track Records, 2020) fue tal, que existía inquietud por saber cómo afrontarían, Anna Andreu y Marina Arrufat, esta segunda aventura larga. El peso emocional que supuraban piezas como “El part” y, cómo no, la incontestable “Torrent sanguini”, se antojaba abrumador.

Con este nuevo La mida, reconforta comprobar que el grado de belleza sonora, de agridulce y punzante sensación en el oyente, no solo se mantiene, consolidando un estilo personalísimo, sino que gana en elegante sofisticación, aupado en unos textos cincelados con mimo y pasión. Abrazada por las sutiles baterías, los sorprendentes y nada ampulosos teclados (dispuestos en su justa medida, despojados de innecesarios artificios), y los cómplices coros de Marina, Anna ha conseguido armar, sublimada por una guitarras rabiosamente contenidas y un registro vocal que hiere en su etérea ejecución, un universo repleto de vericuetos sensoriales.

Como en aquel mágico estreno, aquí, a la artista catalana le basta con ocho composiciones, y apenas veinte minutos, para volver a disponer un fino lienzo en el que la tensa quietud parece esconder mucho más de lo que, a priori, muestra. Una vez más, en La mida, el avezado oyente es capaz de otear el tremendo maremagno que incuba ese bello y frágil continente. El que se mece, entre acordes, armonías y ambientaciones que suenan a nana, en “Penyora” («Duia una pena tan gran, sobre una esquena tan petita; com si fos ferro infernal, era oberta la ferida»), pero también el que se muestra digno en una de las piezas maestras de este disco, una “La certesa” («Floria l’arbre que n’era sepultura») de inapelable intensidad estructural rematada por una guitarra celestial.

En “Un son”, Andreu camina de la mano de Ferran Palau a través de una (en aparente) ilusionante y serena senda iluminada por sintetizadores de otra época y cautivadores juegos vocales («Sóc l’angle mort on tu t’amagues fins que es destapi el desastre»), sumergiéndose en las emociones encontradas y las montañas rusas a las que el alma se ve abocada cuando el ser humano interactúa con el entorno. También lo vislumbramos en una “La força i el temps”, de atrayente sección rítmica y depuradas atmósferas, que convive con la serena e hipnótica “Hores per dies” («Té la virtut i la falta, tan amunt que ningú el veu»), mientras, en “Un gest”, el dúo se recompone para crear un himno de vitalidad sonora salpicado de emocionantes pinceladas y estribillos sanadores.

En la recta final, el sentimiento de desasosiego se acrecienta, sobre todo, merced al tema que da título al disco («S’allargava el dia, com un mal record. Jo era tan petita, tan ràpid el pols»), envuelto en una instrumentación que, angustiosa y amenazante, va cogiendo cuerpo hasta estamparse en final abrupto, con “El mur”. Desconcertante remate de enigmático riff y, de nuevo, esclarecedor mensaje: «Tindràs cura de les coses quan ja sigui massa tard, i el que sempre has conegut pensaràs que t’ho has guanyat». Revelador cierre que certifica que, al final, el gran reto de Anna Andreu no era el de afrontar su segundo trabajo, sino que lo será tratar de idear un tercero que esté al nivel de sus predecesores.

Anterior crítica de discos: Flores del recuerdo, de Viaje a Sidney.

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