La llama, de Leonard Cohen

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LIBROS

«Un poeta de raza que sabe alzarse al mundo con ironía y no desdeñar cierta sentimentalidad bajo unas imágenes en ocasiones crípticas, en ocasiones tendentes al absurdo»

 

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Leonard Cohen
La llama
SALAMANDRA, 2018

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Dos años después de la muerte de Leonard Cohen, se cierra su legado; por lo menos el que había sido preparado por él. Dentro de La llama se incluye el último libro que ordenó, dejó preparado y cuidó para su edición. No olvidemos que Cohen fue sobre todo poeta, o por lo menos así se consideró a sí mismo; como señala su hijo Adam en la introducción, escribía siempre, a todas horas y sobre cualquier papel. En la obligatoria necrológica que apela al recuerdo, señala que en casa de su padre, por todas partes, encontraba cuadernos, blocs, recibos, servilletas de bar y cualquier superficie útil, aprovechada para escribir. Un poeta que llegó a España antes de lo que se cree. Este cronista recuerda aún ir a casa de familiares a principios de los setenta, y toparse en sus estanterías con una antología poética publicada por Plaza & Janés preparada en edición barata para un público mayoritario.

Poeta que, sin embargo, ponía música a algunas de sus composiciones. De ahí que la segunda parte del libro contenga todas las letras de sus cuatro últimos discos —como todo el volumen, con impecable traducción de Alberto Manzano—; los otros dos apartados los componen algunos de sus últimos correos electrónicos, que intercambió con su amigo Peter Scott, y una amplia selección de retazos de poemas que nunca fueron, recogidos en los cuadernos que fue trazando durante toda su vida.

¿Y cómo es, de hecho, su poesía? Amplia de tono, desde luego. El tema amoroso ocupa una gran parte y como tal es de un intimismo que en ocasiones se abre a los demás; basados en muchas ocasiones en anécdotas, no es raro que sus poemas estén datados en un lugar. Por otro lado —y esto es conocido—, Cohen es un perfecto conocedor de la poesía española, de ahí un homenaje a Enrique Morente o el poema “¡¡¡¡La noche afortunada!!!!” –así, con las exclamaciones—, que es un remedo estrofa a estrofa de la “Noche oscura” de San Juan de la Cruz.

Poesía, al fin y al cabo de un poeta de raza, que sabe tocar fibras de los sentimientos, alzarse al mundo con ironía y no desdeñar cierta sentimentalidad bajo unas imágenes en ocasiones crípticas, en ocasiones tendentes al absurdo. Se aboca así a una emocionante nostalgia en “Días escolares” o trabaja con un humor moderno el optimista “Antidepresivo (agradecido)”. Y en el tono, una mezcla también de dejes religiosos y versículos con tono de salmos, los patrones poderosos y repetitivos de las letras de blues. Si añadimos que todo ello se completa con una amplia selección de caricaturas en que se representaba él mismo y algunos facsímiles de las páginas de sus cuadernos, nos encontramos sin duda con el material definitivo para comprender el sólido mundo personal y estético del más grande músico canadiense junto a Neil Young y de uno de los mejores poetas del siglo XX. Y XXI.

Anterior crítica de libros: Cola de ratón, de Ada del Moral.

 

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