La guerra del volumen (I)

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“El disco de Oasis ‘What’s story (Morning glory)?’ supone una ruptura total con la tendencia común, con una media de -10 decibelios”

 

Elegir el volumen final de un disco es una pelea constante en la industria, ya que subirlo en exceso provoca la pérdida de matices. Manolo Tarancón se hace eco del rupturismo de Oasis para hablar de esta “guerra del volumen”.

 

 

Texto: MANOLO TARANCÓN.

 

 

La lógica nos dice que cualquier ser humano con dos dedos de frente no sería capaz de preferir un sonido fuerte si hay que sacrificar riqueza, matices y naturalidad.

Sonar más alto o sonar mejor. ¿Se puede subir el volumen de las canciones sin que repercuta en la calidad de sonido? Todos los que escuchamos música de forma continua nos hemos percatado siempre de un detalle que no suele pasar desapercibido: el volumen al que suenan los discos en nuestro reproductor. Y es que, lejos de existir un estándar a la hora de tomar este tipo de decisiones, el tema ha tenido, y tiene en la actualidad, su correspondiente polémica. Los entendidos la bautizaron como “loudness war” o “guerra del volumen”, o, lo que es lo mismo, la pelea en la industria sobre cómo servimos a los consumidores de música el volumen final de un disco.

Hay muchas teorías al respecto, y los profesionales discuten sobre si realmente el volumen es importante, o lo es más la calidad de sonido. Aunque una vez planteada la pregunta, la respuesta es más sencilla de lo que parece.

Lennon se quejó en su día de esa obsesión, cuando ni siquiera había debate abierto al respecto, y lo mismo hizo Dylan no hace mucho, en una entrevista en 2007 para “Rolling Stone”, criticando el sonido de los discos de hoy en día por inaudibles y faltos de matices. Geoff Emerick, autor del estupendo libro “El sonido de los Beatles”, e ingeniero de sonido de muchos de los trabajos de la banda desde el mítico “Revolver”, es otro de los detractores oficiales del tema en cuestión. Y así hasta completar una interminable lista.

Hay que remontarse al proceso para comprender el cómo, aunque muchos nos preguntemos todavía el por qué. Una vez terminada la mezcla, tarea laboriosa e importantísima, llega el proceso final de masterización. Es aquí donde se le da uniformidad a todos los temas, se decide el espacio en blanco entre ellos, si alguno va entrelazado y algunos otros aspectos similares. Y, cómo no, el más importante, el volumen final de ese “pack” de canciones. Dicho de un modo más técnico, a qué media de decibelios va a sonar ese disco en nuestro reproductor.

 

Oasis: la ruptura del volumen estándar

Esta moda del volumen empieza a ser notoria y movida durante los años noventa. Concretamente, el disco de Oasis “What’s story morning glory?” supone una ruptura total con la tendencia común, con una media de -10 decibelios. Hay que tener en cuenta que en los años setenta, por ejemplo, se masterizaba con un volumen final de -18 decibelios de media, lo que es una distancia más que considerable. ¿Qué se hace ahora que no se hacía antes? Muy fácil. Comprimir la pista final sin mesura. Esto provoca el aumento de volumen sacrificando los matices que existen entre las partes más fuertes y más débiles de la propia canción, perdiendo además parte de su naturalidad. La aparición del cedé facilitó las cosas, pues se podía jugar más con el rango dinámico y subir el volumen, algo más complicado en el caso del vinilo.  Y la consecuencia es algo que muchos puristas critican abiertamente. En muchas ocasiones, una excesiva compresión puede llegar a saturar y a distorsionar lo que estamos escuchando.

Una curiosidad. Jack White, en el año 2014, decide editar su segundo disco de estudio, “Lazaretto ultra”, sin compresión en el master final. El resultado, una media de menos 15 decibelios, parecido a los discos clásicos de otras décadas.  La edición de lujo de este álbum no pasó desapercibida por sus características añadidas. White ofrecía un vinilo que debía escucharse a tres velocidades diferentes, y que empezaba desde el centro del mismo círculo, hacia el principio, no como suelen reproducirse los vinilos habitualmente. Este era uno entre otros detalles curiosos. Un disco alabado por ello, que no fue demasiado reconocido en lo musical por la crítica.

Quizás el caso más sonado sea el de Metallica, otra de las bandas punteras y activas directas en este debate del volumen, en su álbum “Death magnetic”, de 2008. Muchos de sus fans, no precisamente entendidos en audio, renegaron del disco por su sonido, hasta el punto de solicitar una recogida de firmas para su remasterización. Una pena que un buen puñado de canciones (es uno de los trabajos más reconocidos de la banda) resultara casi inaudible. El propio ingeniero de mastering que llevó a cabo la labor, Ted Jensen, llegó a reconocer que se había visto presionado por la compañía y que renegaba de figurar en los créditos del álbum.

Curiosamente, un tiempo después, el videojuego “Guitar hero” para Play Station3 ofrecía una versión mucho menos comprimida que la del cedé, y los usuarios la preferían a la original. Claro está, en los tiempos de la piratería, que cualquier avispado aprovecharía la ocasión para subir a las redes esta versión que sonaba casi a la mitad de volumen. Y así fue. El resultado, miles y miles de fans descargando esta nueva opción prefiriéndola con creces a la oficial.

El tope del sentido común llega con el “Californication” de los Red Hot Chili Peppers, criticado por su elevada compresión. Inaudible.

 

Más sonido, menos matices

Desde que conocemos la música grabada, cada década ha ido aumentando aproximadamente dos o tres decibelios la media de volumen. La industria ha jugado un papel fundamental en estas decisiones, y no se ha conseguido llegar a una conclusión común. En un momento determinado se sumó a las tendencias en lugar de luchar contra ellas. Una de las obsesiones, sin duda, era sonar por encima de todo lo demás, y para ello era fundamental engordar la batalla sobre el volumen. En el coche, en un centro comercial con el hilo musical, haciendo «footing» o sencillamente caminando por la calle combatiendo el ruido del tráfico.

Las cosas empezaron a cambiar con las nuevas formas de escuchar música. Ya no era en casa, en privado con cierta intimidad, con un reproductor de mejor o peor calidad: empezó a escucharse a través de nuevos dispositivos electrónicos. Primero el walkman, luego el discman y más tarde llegó Steve Jobs con su Ipod. Las posibilidades se convirtieron en infinitas y el volumen se convirtió en primordial, por delante de la calidad.

La lógica nos dice que cualquier ser humano con dos dedos de frente no sería capaz de preferir un sonido fuerte si hay que sacrificar riqueza, matices y naturalidad. Al final somos los consumidores los que sufrimos las consecuencias de estas decisiones, que, para variar, dependen directamente de las conclusiones de la propia industria. Esperemos, aunque es algo difícil de aventurar, que finalmente se imponga el sentido común.

 

Puedes leer la segunda parte de «La guerra del volumen» aquí.

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