La conquista de Tinder, de Jimina Sabadú

Autor:

LIBROS

«El producto somos nosotros. Algo con lo que nunca se atrevió a soñar el capitalismo: un bien de consumo que se paga él mismo su propia promoción»

 

Jimina Sabadú
La conquista de Tinder
TURNER, 2022

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Antes de leer el pequeño y divertido ensayo de Jimina Sabadú, yo no sabía lo que era Tinder, más allá de que se trataba de una red de contactos para establecer citas entre personas; una especie de agencia matrimonial 5.0 que, en vez tener fichas en papel, tenía más nodos de internet que neuronas. Hoy sé que es el infierno, allí donde se muestran todos los defectos y vicios, y ninguna virtud que los atenúe, del ser humano.

Por supuesto, ya antes huía de esta y otras aplicaciones como de la peste –intransigente a veces lo soy, sí–, ni siquiera por curiosidad, que es uno de los tres motivos por los cuales, según la autora, alguien aprieta el icono de descarga. Los otros dos son el amor y el sexo.

Pero empecemos por el principio, porque las actitudes sociales parecen las únicas válidas si no se tiene una visión de cómo se ha llegado hasta aquí. Cuando aparecieron los teléfonos móviles, todo el mundo se reía de ellos. No sé necesitaban para nada. Los amigos quedábamos a una hora y en un lugar, ¿para qué llevar un teléfono constantemente? Los obreros, imagínense… Así que Jimina Sabadú hace un estudio diacrónico de cómo se ha llegado, desde la libertad total, hasta una situación que ni la sociología más predictiva auguraba. Hoy no hay absolutamente nada que no se busque por internet; entonces ¿por qué buscar pareja por internet tendría que ser algo raro? No lo es más que otras actividades en las que, al fin y al cabo el producto somos nosotros. Algo con lo que nunca se atrevió a soñar el capitalismo: un bien de consumo que se paga él mismo su propia promoción.

Pasamos, tras ello, al desembarco del amor en internet, fue en 2005. Las agencias matrimoniales pasaron a mejor vida. Era más rápido y más barato que las afinidades pasaran por un algoritmo, antes que por un psicólogo que calibraba lentamente fichas de aficiones y rasgos físicos. Así que con una buena interfaz y una especialización en lo que la gente busca, la partida estaba ganada.

Y no es una frase hecha, Tinder es un juego en el que interactuamos con unas fotos. Cuidado, no con personas, con unas fotos. A partir de esta premisa, la autora completa un análisis muy divulgativo, sin que le falte detalle, sobre nuestro funcionamiento en la aplicación. Así que gran parte del texto se emplea para realizar un punzante análisis sociológico en el que todo el entramado resulta bastante miserable.

Estas conclusiones, que no suelen ser agradables del todo, las extrae de su propia experiencia, que va salpicando las páginas del libro. Citas que van apareciendo aquí y allá, que desde luego no son morbosas –ni lo pretende ella, ni creo que lo aceptara el lector–, pero que dan idea de los especímenes que corren por ahí. Si a haber estado metida en el barullo, se le añade que sus descripciones son modélicas, exactas y llenas de humor, la lectura es potente y adictiva.

También porque te enfrenta a mundos que no conocías –por lo menos este que les habla–, pero que resulta que están alrededor, bullendo constantemente pero invisibles para los no iniciados. ¿Sabían ustedes que hay libros y vídeos sobre cómo aprender a ligar? No digo que no haya que seguir un protocolo, siempre ha sido así, pero aparte de las cuatro nociones iniciales que todo el mundo conoce y que aplicará más o menos dependiendo de su timidez, a partir de cierto momento la naturalidad era lo que mandaba. Si no, ligar no es relacionarse con otra persona, es jugar a un juego de rol. Y si siempre pierdes resulta cargante.La conclusión no es desoladora, porque se puede evitar fácilmente no entrando en la aplicación. Pero quien entra, entra sabiendo que lo van a herir y a acomplejar; en el mejor de los casos saca lo peor de nosotros. Reconozco que, en ocasiones, he sentido curiosidad por lo que podía haber ahí dentro, pero nunca fue demasiada, siempre la venció la pereza. Ahora, después de leído el tratado sobre cómo funciona, ya se lo proclamo: si alguna vez me buscan o quieren algo de mí, el único sitio donde no me van a encontrar será en Tinder.

Anterior crítica de libros: Townes Van Zandt, la eternidad en una canción, de Álvaro Alonso.

Artículos relacionados