“La catedral y el niño”, de Eduardo Blanco Amor

Autor:

LIBROS

“Palpita la pluma de Blanco Amor con una enorme humanidad, con una indestructible ternura hacia los desfavorecidos y los perdedores”

 

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Eduardo Blanco Amor
“La catedral y el niño”
LIBROS DEL ASTEROIDE

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Sirva la reedición de su primera novela para hacer un elogio de la figura de Eduardo Blanco Amor, orensano emigrado a Buenos Aires a los 22 años, dinamizador cultural de la emigración, en contacto con la generación Nos, que empujó la cultura gallega a la modernidad, y editor de los poemas gallegos de Lorca. Fue escritor muy tardío, con casi cincuenta años publicó la novela que presentamos y, tras ella, su breve producción cuenta con por lo menos dos títulos maravillosos: “Los miedos”, una de nuestras novelas de adolescencia más intensas, y “A esmorga”. Ésta última —“La parranda” en castellano”—, es una visión de unos hechos desgarradores, que se van encadenando con “fatum” clásico hacia el abismo y que tanto como por el tremendismo de su estilo pervive por el perfecto andamiaje estructural.

De calado diferente es este “La catedral y el niño”, fresco social de la ciudad de Auria —su Orense natal, similar a la de otra de sus obras celebradas, “Xente ao lonxe”— y retrato de un joven de ocho años, Luis Torralba, cuyos padres están separados. Para enfrentarse a ella hay que ser un lector de otros tiempos. Más conectada con “La Regenta” que con la literatura del siglo XX —parece que no hubieran existido ni Joyce, ni Proust, ni Kafka— requiere demora, dejarse llevar por una acción que avanza pero en la que la sorpresa no se explota, en aras de un lenguaje sereno, psicológico, que tira de arcaísmos, con largas descripciones a las que no estamos acostumbrados. Si el lector se deja llevar, la satisfacción está garantizada.

Su extensión da lugar a que puedan incluirse varias novelas intercaladas que acaso sean lo más granado desde los ojos actuales. La historia del niño que roba en el cepillo para aportar unas monedas más a casa es espeluznante tanto por el castigo como por sacar a la luz —pederastía incluida— lo más infecto de la iglesia. La del secundario indiano, Valeiras, que lucha por traer su familia porteña a su tierra, cierra la novela, con una Aurea más prospera y con un Luis ya joven, en páginas de emoción y belleza.

También algún personaje secundario resulta cautivador, descritos con más brío que la familia materna de Luis. El tío Modesto, en su pazo de hidalgo en decadencia o en su final, resulta más majestuoso que todo Auria, encendida entre facciones de anarquistas y beatas. La comida del día de la comunión del niño es puro Valle Inclán, de la misma manera que las meretrices de la ciudad parecen estar pintadas por Galdós.

Como novela río que es hay lugar para todo, la iniciación en el sexo y las sugerencias de homosexualidad, el espectáculo de una ejecución, periódicos radicales, el casino, retazos de esperpento, el costumbrismo de fiestas campesinas, el descubrimiento de los secretos en imágenes religiosas… la última novela naturalista, que juega con toda la escenografía de los novelistas españoles de finales de XIX y que gustará a los devotos —¿queda alguno?— de nuestro realismo. Al resto, lo que les fascinará es que sobre todo ello palpita la pluma de Blanco Amor con una enorme humanidad, con una indestructible ternura hacia los desfavorecidos y los perdedores.

Anterior crítica de libros: Reedición de “Maneras de vivir: Leño y el origen del rock urbano”, de Kike Babas y Kike Turrón.

 

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