Juan de Pablos, estrella a su pesar

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COMBUSTIONESjuan-de-pablos-24-02-19

«Ajeno a cualquier egolatría y, al mismo tiempo, dolorosamente personal, escribía la radio entre el diván del psicólogo y el pont des Arts»


La despedida de las ondas de Juan de Pablos lleva a Julio Valdeón a afilar su plumar y recordar las mil y una canciones que ha escuchado, descubierto o disfrutado en su programa, Flor de pasión.


Una sección de JULIO VALDEÓN.


Juan de Pablos, 71 años, intuyó muy pronto que hay esperanza para los pobres mortales cuando un monstruo sagrado como Bob Dylan entrega un truño del calibre de Self portrait. La anécdota la ha referido en alguna ocasión Diego A. Manrique, que el otro día y con ocasión de la jubilación de De Pablos le dedicó una hermosa entrevista. Refleja bien la temprana heterodoxia de uno de los futuros emblemas de Radio 3. Lo suyo fue acumular un catálogo de flores raras, asteroides de plástico, plumas del Rastro, relojes sin pilas, botellas de náufrago y soleadas canciones de sal y nieve que luego ofrecía sin más pretensión que el puro goce.

Evangelista de canciones sin petulancia y estribillos desgrasados, por tantas razones compañero del Nik Cohn de Awopbopaloobop alopbamboom, su predilección por las variantes más melancólicas y vitaminadas del pop, el soul y el rock sesentero y sus imprescindibles catas en los cofres del tesoro de Italia y Francia hicieron de él un guía emancipado de las modas. En mi particular santoral, ocupa plaza junto a Manrique, Jesús Ordovás y otros pocos, muy pocos locutores. Maestros de energía. Gente buena y sabia que nos enseñó casi todo lo que sabemos de música y más.

Flor de pasión fue parte de la aristocracia humilde de una radio que vivía a contracorriente. Una radio original y honesta, inteligente y sensible, que juzgamos imposible más allá de las madrugadas de la BBC o el mítico far west de aquellas emisoras universitarias de EEUU. Programas nutridos por la apabullante personalidad de sus oficiantes y que en el caso de Flor de pasión lo mismo servía para descubrir tu próximo grupo dilecto de rythm and blues que para sollozar junto al locutor rumbo al país de nunca jamás. Juan de Pablos, ajeno a cualquier egolatría y, al mismo tiempo, dolorosamente personal, escribía la radio entre el diván del psicólogo y el pont des Arts. Con las angustias, desvelos, quimeras y obsesiones del locutor candadas a las barandas de los discos no solo aprendías de música. Militabas en ella. Aprendiste a conquistarla palmo a palmo fusionada a tus propios miedos, a tus sueños y euforias con la obstinada violencia de una supernova. Resultaba imposible no serle fiel, no enamorarse de aquella voz pastosa y aquellas canciones libérrimas, no engancharse al colajet de doo-wop radiante y esperar como un yonqui la diaria ración de Celentano y “Azurro”. Imagino que, igual que Woody Allen, más que habitar la posteridad y ser leyenda prefiere seguir viviendo en su apartamento. Tampoco exagero si escribo que algunos de nosotros nos hemos quedado huérfanos.                               

Anterior entrega de Combustiones: Un país para escucharlo.

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