Jean Paul: La dignidad del oficio

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«Cuando alguien me cuenta que tiene el disco, le respondo que lo cuide, que no lo manche, que lo trate bien. Para mí es importante. Es lo único que voy a dejar en el mundo»

 

“Ocho variaciones sobre el futuro” es el nuevo disco de Jean Paul (teclista de José Ignacio Lapido y Grupo de Expertos Solynieve), que defiende el oficio de escribir canciones y grabar discos y renuncia a las giras. Lo entrevista Eduardo Tébar.

 

 

Texto: EDUARDO TÉBAR.
Foto: CRIS FERREIRO.

 

 

Al margen de su labor como teclista de José Ignacio Lapido y Grupo de Expertos Solynieve, Raúl Bernal reivindica la dignidad del oficio en Jean Paul. Una apuesta íntima y personal, alentada por la complicidad de sus compañeros habituales (Víctor Sánchez, Popi González, Marcos Muñiz, Isaac Zafra). El cantautor no quiere saber de prebendas de la industria musical. Renuncia a las giras, rechaza condiciones leoninas por tocar y mima sus cosechas con esmeradas ediciones en vinilo. Ah, y frena en seco a los rastreadores de influencias incluyendo un disco anexo en el que versiona de manera íntegra el primer álbum de Leonard Cohen. Durante nuestro encuentro, en un café del barrio granadino del Realejo —donde se han gestado gran parte de sus melodías y poemas—, Raúl repite hasta la saciedad la palabra “canción”. El tintineo inconsciente concuerda con el material de “Ocho variaciones sobre el futuro” (Bartlevy Records): ‘Canción sobre la carga del tiempo’, ‘Canción sobre los estados imprevistos’, ‘Canción sobre el fin del pensamiento’…

¿Alzas la torre de la canción o de los estados vitales?
Más que un recorrido por los estados vitales, es un recorrido por lo que puede suceder a partir de esos estados vitales. De ahí el título del disco. Me preocupa lo que pasará a mediano y largo plazo. Pienso en todas las variantes del futuro. Hay un futuro que podemos manejar y otro futuro que no. Y todo nace de los estados de ánimo.

Recuerdo aquel poema tuyo en el que renegabas del poder balsámico del tiempo.
Es mentira que el tiempo cure las heridas. El tiempo tiene un proceso devastador y revitalizador. La historia del rock and roll está marcada por la actitud del presente. Importa qué pasa ahora, qué sientes ahora. He procurado alejarme de todas las doctrinas del rock and roll en cuanto a producción, arreglos e ideas. He dejado atrás el presente. Me centro en lo que va a pasar. No es verdad esa frase manida de que el tiempo todo lo cura. No. A veces, el tiempo lo destruye todo. Por eso, más que el pasado o el presente, me planteo cómo mirar hacia el futuro.

Y el futuro es incierto.
Lo incierto asusta, claro. Algunas canciones nacen del pesimismo, pero ese pesimismo me parece esperanzador. ‘Canción sobre mi futuro’ es un tema de amor. La letra habla de promesas. “Si el pueblo eligiera poetas que hicieran gobierno / quemaría mi poco dinero sin pestañear”. No va a pasar. Es una utopía. Pero saber que se podría llevar a cabo, aunque nunca vaya a ocurrir, resulta esperanzador. El disco gira en torno a un futuro que se augura oscuro. Intuimos que va a ser así. Otra cosa es el futuro artístico, porque el arte es muy rico ahora y lo será mucho más. Pero no sabemos cómo se tratará el arte ni cómo se tratará el dinero.

¿Confías en la autodestrucción?
Decía Artaud: “Me autodestruyo porque así sé que soy yo y no otro”. Todo arte es autodestrucción. Todo arte es doloroso. Las canciones que perduran le han costado sangre y sudor a su autor. Me da pudor mostrar mis canciones. Cuando alguien me cuenta que tiene el disco, le respondo que lo cuide, que no lo manche, que lo trate bien. Para mí es importante. Es lo único que voy a dejar en el mundo. Y es el resultado de un proceso con una parte de mí que ya no está.

¿Cómo afrontas la escritura?
No sé si escribo mejor o peor. Escribo con más facilidad. Antes me costaba mucho. He estudiado bastante el proceso. Cuando empecé, lo veía todo muy nublado. Estudiar en profundidad a Lapido me aclaró la perspectiva: cosas como qué es una canción y qué quieres decir con ella. Ahora me sale con más facilidad. Otra historia es la escritura de poemas. Tuve mi época de escribir mucho y mandar cartas a editoriales. Nadie me hacía ni caso. Publicar “Y mientras Roma ardía” fue un chute de autoestima para componer canciones. Este disco se gestó a la vez que el libro. Me demostré que es posible hacer algo de cierto valor si me lo tomo en serio. Me da pudor la etiqueta de músico y poeta. Me siento raro. La profesión del poeta es muy grande. Un tío que corre tres días no es un atleta. Veremos si dentro de cincuenta años tengo una veintena de libros de poesía y que además sean buenos. Entonces, a lo mejor me puedo llamar poeta.

Tu libro de poemas, como “Ardía Babilonia” de Roger Wolfe, apunta al desastre en círculo. Como ese brindis afrancesado cuando todo está perdido.
Roger Wolfe es uno de mis poetas favoritos. También Karmelo Iribarren. Sí, es verdad que el título habla de ese “yo” como centro cuando todo se está derrumbando. Hay que interpretarlo con un pequeño subtítulo: “Y mientras Roma ardía, yo seguía escribiendo poemas”.

La poesía —la propia y la ajena—, ¿es el mejor cómplice en momentos jodidos?
Para mí, siempre lo ha sido. Por eso acudo a músicos con un alto grado de poesía. Desde Dylan y Cohen hasta los Doors. O [Rafel] Berrio y [Diego] Vasallo. Gente que escribe enormes canciones. Gente que sabe que una canción es una música y una letra. Hay personas cerca de nosotros que dicen que no saben lo que cuentan las letras. ¡Se están perdiendo el cincuenta por ciento de la canción! Es como seguir una peli sin verla, solo escuchándola.

¿Y cuánto aplicas de terapia y psicoanálisis?
Hay ejercicio de terapia. Sobre todo para quitarme mierda de dentro. Al cabo del tiempo vas generando ideas, deseos, miedos… La única manera con la que puedo sacarlos es a través de las canciones. Hacer canciones es una necesidad para mí. Como para el deportista lo es salir a correr. Luego, las canciones se pueden convertir en algo más. Evidentemente, hay un poso autobiográfico. Mis vivencias, mi experiencia y yo mismo. Todo eso está. En las canciones contamos también cómo no nos gusta haber sido, cómo deseamos ser y qué nos gustaría que pasara. En las canciones contamos cosas que nunca hemos hecho ni haremos, pero en las que sí hemos pensado.

Hay que echarle cojones para recrear entero el “Songs of Leonard Cohen”.
Hay que echarle cojones, sí. Pero también ha sido un aprendizaje de la hostia. Descubrí ese disco cuando tenía quince o dieciséis años. Me cambió la vida. Con Cohen me pasa lo que no me sucede con Dylan. Bob Dylan me encanta y me ha aportado muchas cosas, pero con Cohen siempre descubro detalles nuevos. No para de sorprenderme. Con Dylan siento que ya lo tengo un poco exprimido. Dylan me aporta una actitud vital y enseñanzas que no voy a aplicar en mi profesión. Cohen, en cambio, me revela cómo afrontar las canciones, cómo arreglarlas, cómo producirlas sin ensuciarlas. Ahí, el maestro es Leonard Cohen. Mi versión del disco de Cohen es lo más fiel que he podido hacer. Solo varían algunos tempos y los tonos, porque soy otro cantante. He descubierto la gran obra maestra de la producción que es el estreno de Cohen. Oficialmente, el productor fue John Simon, pero, leyendo la biografía que escribió Sylvie Simmons, me enteré de que quien realizó el grueso del trabajo y acabó la producción fue el propio Cohen. Cuando leí eso, yo ya tenía mezclado el mío. Me quedé alucinado. Es una producción maravillosa. Muy minimalista y compleja a la vez, jugando mucho con las texturas y las frecuencias. En esa época, lo más cercano que se me ocurre son los primeros álbumes de Simon and Garfunkel, que lo hacían muy bien. Ese tipo de producción ha influido en “Ocho variaciones sobre el futuro”. Quería que todo girara sobre una guitarra española y, a partir de ahí, ir añadiendo las cosas que hicieran falta.

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«A Vasallo lo he escuchado hasta la saciedad. Hay canciones de Duncan Dhu que me parecen increíbles. Y creo que a Diego le perjudican los prejuicios de la gente hacia Duncan Dhu»

 

Casi todo Jean Paul sois músicos de Lapido, aunque el disco no suena a banda.
He intentado salir del concepto de banda. El primer disco de Jean Paul [“Breve historia universal”, 2009] era muy de banda. Ahora mandan las canciones. El álbum no parte de cinco tíos tocando instrumentos, sino de la propia canción. Es un principio que se aleja del rock and roll y que encaja más en lo que era la canción de autor. Digamos que el rock and roll patentó una ley no escrita según la cual todas las composiciones tienen que integrar una serie de elementos. Se sobreentiende que si un grupo está formado por cinco, por narices tienen que tocar esos cinco en cada canción. O que, si sabes tocar bien la guitarra eléctrica, debes meterla ahí siempre. A mí eso me parece un atraso acojonante.

Este proyecto surgió con un pie en París y otro en Norteamérica. Ahora se advierte que es un trabajo español.
Se puede ver en un tema como ‘Canción sobre el miedo insostenible’. No importa que tenga esencia de tango. No hay que rechazar estilos. Un escritor de canciones ha de buscar la realidad de la canción. A mí me da igual que la haga tal o cual artista o que pertenezca al género que sea. Si una canción es buena, no hay más que hablar. ‘Canción sobre no ser nada’ es un bolero un tanto extraño. Es un disco más puro, en parte, por la guitarra española. La base la constituyen las guitarras españolas que grabé. Lo último que se registró fueron las baterías. Cualquier banda de rock me llamaría loco. Pero es que la base de las canciones no es la batería. Es más, hay canciones que no tienen batería. Y eso que el batería de nuestro grupo, Popi González, es para mi gusto el mejor y con más clase de Granada.

¿Existe interconexión entre Jean Paul, Lapido y Grupo de Expertos Solynieve?
Tiene que haberla. Si no, no me involucro en cada una de estas historias. Necesito alicientes para tocar con alguien. Por suerte, no me muero de hambre, así que no hago trabajos alimenticios. Tengo claro que el oficio debe ser lo más puro posible. Bastante manchado está ya. José Ignacio Lapido es un artesano de las canciones. Es uno de los grandes. No sé si el primero, el segundo o el tercero, pero si hubiera un podio de hacer canciones, Lapido estaría ahí. Admiro a la gente que se toma en serio el oficio de hacer canciones. Yo aprendo mucho trabajando con él. José Ignacio es una de las primeras personas que escuchan mis canciones. Cuando compongo, suelo preguntarme qué haría José Ignacio. Tiene una carrera larga y coherente. Para mí es un espejo en el que mirarme. Por otro lado, los Expertos Solynieve tienen muy definido su discurso y lo defienden sin prejuicios. Eso me llama la atención. Da igual hacer una canción folk o una rumba. La premisa es el discurso, y que no se distorsione. La revolución, la izquierda, el descanso. Es un discurso potente y necesario. Estoy con ellos porque lo comparto.

Entre medias sacaste dos volúmenes de adaptaciones en los que te retratabas: de Serrat a Diego Vasallo. No juegas al escondite.
No tengo prejuicios en la música. Bastantes prejuicios tengo ya en mi vida. Si la canción es buena, ¿qué coño me importa que la haya hecho Calamaro? No sé a cuántos fans de Calamaro les gusta Gainsbourg. No creo que haya muchos. Siempre he sido fan de Diego Vasallo. Sus discos no se venden, pero yo los he esperado como el agua y han supuesto una influencia muy bestia. A Vasallo lo he escuchado hasta la saciedad. Hay canciones de Duncan Dhu que me parecen increíbles. Y creo que a Diego le perjudican los prejuicios de la gente hacia Duncan Dhu.

¿Llegaste a pillar “Cuadernos de pétalo de elefante”, de Vasallo y Suso Saiz?
Ese es el disco del que nadie se enteró. Yo lo pillé por casualidad, y mira que soy hiperfán. A Rafael Berrio lo he descubierto tarde. Siempre me he identificado con el sonido de Donosti y grupos como La Buena Vida, o Le Mans y su “Aquí vivía yo”, uno de los mejores discos de pop que se han hecho en España. El de Le Mans y “Dragón negro”, de Esclarecidos, son mis dos obras maestras favoritas del pop. Las canciones de La Buena Vida están llenas de color, pero impregnadas de una fuerte melancolía. Cuando Berrio tocaba rock a lo Lou Reed, cantaba unas letras demoledoras. Supongo que va con la ciudad y con el clima.

Berrio y Vasallo se mueven en ambientes literarios. En Granada, eso se ha perdido: músicos y escritores se emborrachan en bares distintos.
Te puedo decir que llevo diez años en Granada, me interesa la literatura, me atrae la larga tradición poética que hay bajo el paraguas de la facultad de letras, y no tengo ningún amigo poeta [carcajada]. Hay infinidad de poetas y tengo interés por lo que hacen. Creo que también hay prejuicios con esto. En Granada, lo que marca el territorio son los bares. Y se han delimitado mucho los ambientes. Si vas al Ruido Rosa es porque eres un enfermo de la historia del rock and roll. Si no, no apareces por ahí. Si vas a La Tertulia, comulgas con sus poetas y con lo que entienden por canción de autor. En los noventa se asumió un concepto de cantautor, como Pedro Guerra, que en mi opinión no tiene nada que ver con lo que era un cantautor en los años sesenta. A La Tertulia no he entrado más de dos veces. La gente entra en los bares donde ponen la música que les gusta. Yo en un bar busco sentirme como en mi casa. Si no me gusta la música, seguramente no volveré. Vivimos en un clima muy tonto. Hay mucha apariencia. A mucha gente le da miedo decir que les gusta Calamaro. Hay mucho miedo y mucho prejuicio.

¿Será posible verte presentar estas canciones en un escenario?
Hace tiempo que me dan igual las giras o tocar en las capitales fuertes. Solo me interesa cantar donde quieran escucharme y donde haya un sitio que se preste a ello. Prefiero ir a una casa o a un campo de trabajo. ¿Que no hay equipo de sonido? Pues con mi guitarra y fuera. Toqué en Marcapasos, la insigne tienda de discos de Granada. Que la gente me escuche en vivo. Si les gustan las canciones, que compren el disco. Mi revolución es negarme a actuar en una sala con condiciones abusivas. Prefiero hacerlo en librerías o en la calle. El músico es músico en cualquier parte.

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