James Taylor, la voz sonriente

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“Taylor tiene algo de espiritualidad, una esperanza de sanación a través de la naturaleza, simpática jocosidad y la humildad suficiente para caerle bien a cualquiera, más un buen puñado de canciones”

 

 

La gira española del cantautor y guitarrista estadounidense –y cinco veces ganador de un Grammy– James Taylor se detuvo el pasado domingo en San Sebastián para ofrecer su directo en el Kursaal. Allí estuvo Miguel Tébar.

 

 

James Taylor

16 de marzo de 2015

Kursaal, San Sebastián

 

 

Texto y fotos: MIGUEL TÉBAR.

 

 

Comenzar afirmando que James Vernon Taylor (Boston, 12 de marzo de 1948) es por logros y méritos propios un nombre mayúsculo en la historia de la música popular estadounidense -y por ende en todo el mundo- parecería obvio si tuviésemos la certeza de que los lectores de nuestra publicación nacieron antes de los ochenta. Seguramente, si usted continúa leyendo esta crónica será porque no desprecia el buen hacer de un tipo de músico con talento suficiente para escribir imperecederas historias y, lo que es más difícil, conseguir transmitirlas emocionando en consecuencia. Sin mucho artificio, sin pose alguna, aparcando por completo cualquier ínfula de estrella, haciéndole protagonista en sus canciones.

En casi cinco décadas de giras, numerosas habrán sido las veces que James Taylor ha repasado su repertorio por los principales escenarios de nuestra península, y en las últimas, escasos han sido sus éxitos. Por ello el factor sorpresa debería haber tendido a desaparecer, al menos en quienes ya lo han podido disfrutar alguna vez en directo.

El pasado domingo 15 de marzo, en San Sebastián y ante un rebosante auditorio Kursaal, apareció el delgado hombre que nos ocupa, saludando al tiempo que con una reverencia se quitaba momentáneamente la gorra, desprendiendo una admirable aura de simplicidad y en aparente paz con el mundo. Su soledad en escena fue muy breve pero intensa, dio una cortés bienvenida a sus músicos y, sorprendentemente, no recurrió en ningún momento a la propia naturalidad del songwriter, esa devaluada capacidad de interpretar sin más acompañamiento que el de su propia guitarra.

El cantautor de piezas pop tan encantadoras como ‘Your smiling face’ sabe crear desde el primer minuto ese buen rollo que tanto se extraña en tiempos de mucho ruido. La apreciable calidad de sonido y la acogedora atmósfera hicieron que las dos horas de duración fuesen más que una agradable tarde de domingo junto al océano. El repertorio y las anécdotas con las que Taylor introduce sus composiciones se fueron sucediendo, de manera casi idéntica a como se pudiera recordar en anteriores guiones escritos por otros compañeros en esto de narrar lo sucedido, aunque en vivo se escucha con los propios oídos y se ve incluso con los ojos cerrados.

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Órganos sensoriales mecidos agradablemente por la acogedora voz del trovador que días antes celebraba su aniversario en París y que nos brindó su único punteo en agradecimiento al fan que lo felicitó, precisamente con la melodía del ‘Cumpleaños feliz’. Muy cercano, como casi nunca se aprecia en figuras a su altura, no cesó de saludar, firmar antiguos vinilos y fotografiarse con todo aquel que quiso acercarse al borde del escenario. De esa manera empleó los veinte minutos de descanso establecidos entre las dos partes de la actuación: “Confieso no saber por qué debo estar ahí atrás nervioso, esperando y mirando el reloj para proseguir cantando en la misma línea que me marca este setlist», dijo, y no cesó de complacer a sus seguidores hasta que la banda retomó el concierto con dos de los tres nuevos títulos presentados ‘Stretch of the highway’ y ‘You & I’, “una canción de amor profundo más allá de la propia vida”, según avanzó.

Hace tan sólo una semana, James Taylor se volvió a lanzar a la carretera justo cuando finalizaba su disco de composiciones nuevas, en un gélido granero reconvertido a estudio y situado en alguna montaña al oeste de la mancomunidad de Massachusetts. “En la próxima primavera casi todos los miembros de esta banda editaremos nuestros nuevos trabajos”, nos avanzó tras trece años de sequía.

El actual es un repertorio prácticamente bien conocido, compuesto por veintitrés temas que repasan su obra, desde las debutantes ‘Something in the way she moves’ –“abro con esta por ser de las primeras que interpreté en público y le tengo un especial cariño”– o ‘Carolina in my mind’ –“la compuse en Formentera en 1968, ya fichado por Apple Records, tenía mucha nostalgia hacia mis orígenes”–; hasta llegar a levantar al entregado público con ‘Shed a little light’, ’How sweet it is’ y, obviamente, ‘You’ve got a friend’ -el fraternal himno de Carole King-, como celebrados bises. Sin embargo, el claro protagonismo se lo adjudicó el imprescindible “Sweet baby James” (Warner Bros, 1970). Tan sólo tocó la armónica una vez, tan sólo una vez empuñó la guitarra eléctrica y tan sólo cantó sin instrumento en una ocasión (y a cuatro voces), frente a las varias veces que se dejó llevar por el simpático Duckwalk y bromeaba haciendo muecas.

Como en su gira de 2012, estuvo acompañado de una banda formada por el discreto director musical y bajista Jimmy Johnson, el maestro de jazz Larry Goldings sentado al piano de cola, órgano y teclados y el preciso Stephen Gadd a la batería. Para la presente ocasión ha recuperado todo su potencial armónico con las coristas Kate Markowitz, Andrea Zonn (quien también toca violín) y su antiguo amigo Arnold McCuller.  Además, como perfecto contrapunto a su fingerpicking acústico, cuenta con la electricidad destacada del prolífico y mágico guitarrista de sonido Fender, Michael Landau, con quien termina de conformar ‘His All Star Band’, “la mejor banda del planeta”, como el generoso James Taylor los calificó.

Algo de espiritualidad, una esperanza de sanación a través de la naturaleza, simpática jocosidad y la humildad suficiente para caerle bien a cualquiera, más un buen puñado de canciones, es lo que sigue teniendo el presente James Taylor en plena forma.

 

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