I’ve been trying to tell you, de Saint Etienne

Autor:

DISCOS

«Encienden la memoria de días más felices, de sensaciones y de belleza»

 

Saint Etienne
I’ve been trying to tell you
HEAVENLY RECORDS, 2021

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Si alguien, en 1990 o 1991, hubiera recorrido el barrio londinense de Croydon y se hubiese topado con el pop bailable de Saint Etienne en las calles donde nacieron, y treinta años después pusiese en el reproductor el reciente I’ve been trying to tell you, no creería que son el mismo grupo. Ni de lejos. Es tal la distancia que hay entre sus primeras canciones, llenas de alegría contagiosa y burbujas explosivas, y este reciente disco con paisajes de melancolía y reflexión, que pensaría que son dos grupos coincidentes en el nombre. Nada más.

Durante esa década de los noventa, Saint Etienne no paraba de producir hits inmediatos; más tarde, ya en el nuevo milenio, con canciones realmente hermosas, fueron cayendo en el olvido, quizás porque álbumes como Sound of water no tenía esa inmediatez jubilosa de sus canciones más consumidas y, como ahora, experimentaban y optaban por el ambiente plácido y no por el baile. No son piezas tristes, son piezas que explotan la ingenuidad y el optimismo utilizando sampleados de canciones de entre 1997 y 2001.

Son temas pertenecientes al imaginario anglosajón que se concretan en Natalie Imbruglia, que sostiene el single “Pond house”, en Samantha Mumba —que lo hace en “Little K”— o en “Love of a lifetime”de Honeyz, presente en “Music again”. Sí, es un disco onírico, que apela al mundo de los sueños, pero catapultado con lentitud con bases muy pop. No en vano, Bob Stanley escribe, descubre y defiende la cultura popular en sus libros. La conoce bien.

También hay segmentos de Radiohead y post-rock. Cierto que es Bob Stanley, como decimos, quien escribió Yeah, yeah, yeah, la biblia que cuenta la historia del pueblo elegido pop desde los años cincuenta y, al mismo tiempo, la enciclopedia de la música chispeante, pero en el álbum es su compañero Pete Wiggs quien lleva el peso de la producción; aunque el cierre del disco, “Broad river” —que entraría perfectamente en Café del Mar— fue una idea de Bob, que sampleó a Tasmine Archer para que la voz de Sarah Cracknell bordara la ternura.

https://www.youtube.com/watch?v=4hau8CF-jzs

Pero ¿y las canciones? ¿Qué tienen de destacable? Pues todo son adjetivos que entran dentro del campo semántico de lo evanescente y lo atmosférico, aunque algunas, como “Pond house”, van girando en espiral, dando vueltas sobre un centro que se acerca a la pista de baile. Afines a la naturaleza, “Penlop” pinta paisajes soleados, rayos de sol musicales —«Sonidos de finales de verano», dice Sarah del disco—, en la única que descubre una voz de bien definida, y “Fonteyn”, más oscura, va subiendo en capas y se va transformando, como las luces que pasan del día a la tarde. En general, poseen todas textura cinematográfica, no en vano el disco se presenta con una película con el mismo título dirigida por Alasdair McLellan.

No es un disco de canciones, tampoco conceptual, es un disco en el que deciden dar al interruptor que encienda la memoria de días más felices, de sensaciones y de belleza. Y Saint Etienne siempre saben recoger la emoción, ya bailes, ya apoyes la cabeza en el cristal.

Anterior crítica de discos: Gloria, de Schizophrenic Spacers.

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