Iván Ferreiro: Volver a ser un niño

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“Sobre el techo y las paredes de la sala vuelan cientos de luces, a modo de confeti, cuando suenan las primeras notas de ‘M’. Tras el piano, a solas, en medio de un escenario enorme y vacío, Iván revive la historia de esa despedida y regala uno de los momentos más emocionantes del concierto”

 

El músico vigués Iván Ferreiro ofreció el pasado sábado su primer concierto matutino en un teatro madrileño para todos los públicos. Al piano y acompañado de su hermano Amaro a la guitarra, encaró algunos de los momentos más especiales de su repertorio. Allí estuvieron Arancha Moreno y Wilma Lorenzo.

 

 

Iván Ferreiro
Teatro Nuevo Alcalá, Madrid
30 de enero de 2016

 

 

Texto: ARANCHA MORENO.
Fotos: WILMA LORENZO.

 

 

Nada se vive tan fuerte como la primera vez. Para muchos era su primer concierto, y sobre el escenario se encontraron a uno de los músicos que más transmite en un escenario: Iván Ferreiro. Era sábado por la mañana, estaba en un teatro rodeado de su público habitual, pero entre el patio de butacas le observaban decenas de ojos infantiles y juveniles. Tal vez su primer contacto con la música en directo, una responsabilidad difícil de obviar. Quizá ellos esperaban un desfile de músicos aporreando los instrumentos, pero su anfitrión se presentó solo con una guitarra y un piano. Lo demás sucedería poco a poco: un repertorio emocionante y pensado para todos, una complicidad con el público, generosidad en las versiones ajenas y mucho disfrute sobre las tablas para contagiárselo a las mil cuatrocientas personas que tenía enfrente.

Como si fuera también su primera vez, Ferreiro se sumergió en el espectáculo con la intensidad que le caracteriza. Dio las gracias a “El País” por elegirle para abrir fuego en su nuevo ciclo de conciertos matinales, pero pidió también cierta comprensión por si el cambio horario le hacía confundir alguna letra. Desde el piano y acompañado por su hermano Amaro a la guitarra, el concierto arrancó con una de sus letras más visuales, la intensa imagen con la que se abre ‘Me toca tirar’ (“El ruido del avión/ y el mundo se perdió/ y todas las miradas se centraron en mi voz”). Con la versión combinada de ‘Jet lag’ y ‘Tristeza’ se zambulló de lleno en la interpretación de las canciones, que suelen incluir ciertos gestos casi teatrales, dejándose arrastrar por un pequeño baile, una mueca o un gesto que imprime de sentido lo que está diciendo. “Me alegro de que el piano venga siempre afinado, porque es digital”, bromeó mientras su hermano hacía lo propio con su guitarra, y tras encarar ‘Val Miñor’ se adentró en ‘Alien Vs Predator’, poniéndose en pie para pasear de un lado a otro y bailar entre silbidos y coros entusiastas. Curioso pensar lo rápido que había entrado en calor el show: apenas cinco canciones.

 

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“Cuando ‘Promesas…’ muere, nace el himno ‘Insurrección’, único momento en el que canta largo rato sin micrófono, como si fuera uno más de los que le miran y acompañan a pleno pulmón. Quizá ahí esté parte de la magia de Ferreiro:  por muchas veces que suba a un escenario nunca deja de cantar con la misma emoción que los que tiene enfrente”

 

Bordeados por luces de neón que dibujaban la silueta de un telón abierto, tocaron un tema reciente, ‘Dies Irae’, y rescataron algunos olvidados en su repertorio, como ‘Personalidad múltiple’ o ‘Canción sin compasión’. Esta última llegó sugerida por el primer invitado, Martí Perarnau, del grupo Mucho, que les acompañó al órgano en otro clásico, ‘El equilibrio es imposible’. Sin más recurso que la guitarra de Amaro y su voz, Iván subió las revoluciones en el tramo final de ‘El viaje de Chihiro’, encadenado casi sin pausa con otra canción que levantó al público: ‘Cómo conocí a vuestra madre’. Los temas se iban entrelazando sin importar el disco del que provenían: son hijos del mismo padre, llevan su sello, se pueden defender con pocos elementos, y el mayor lo sigue teniendo en la garganta.

Tras ‘Volver’ y ‘Mi furia paranoica’, el vigués se queda solo y propone al público hacer una votación a ciegas. “Tengo apuntadas dos canciones: una es de Piratas y una es de un amigo, y las dos os gustan”, juega. El público, además de soberano, es listo: piden las dos, y él acepta. Sobre el techo y las paredes de la sala vuelan cientos de luces, a modo de confeti, cuando suenan las primeras notas de ‘M’. Tras el piano, a solas, en medio de un escenario enorme y vacío, Iván revive la historia de esa despedida y regala uno de los momentos más emocionantes del concierto. No baja cuando suenan las primeras notas de ‘Vidas cruzadas’, de su amigo Quique González, y tampoco cuando afronta otros dos clásicos de Piratas, ‘Años 80’ y ‘Promesas que no valen nada’. Cuando esta última muere, nace el himno ‘Insurrección’ de El Último de la Fila, único momento en el que canta largo rato sin micrófono, como si fuera uno más de los que le miran y acompañan a pleno pulmón. Quizá ahí esté parte de la magia de Ferreiro: por muchas veces que suba a un escenario nunca deja de cantar con la misma emoción que los que tiene enfrente. Como si fuera un niño.

 

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Tras despedirse, regresa con Amaro y enfilan ‘Canciones para el tiempo y la distancia’, ‘SPNB’ y ‘Piensa en frío’. Y entonces llega la segunda sorpresa de la noche: invita a uno de sus «mejores amigos y con más talento: Miguel Leiva». El madrileño sale con su guitarra eléctrica y empuja el final del concierto, a ratos cantando a ratos tocando, las últimas melodías de la noche. Después de ‘Ciudadano A’, otras dos versiones indiscutibles: ‘Crímenes perfectos’ de Andrés Calamaro y ‘Me estás atrapando otra vez’ de Los Rodríguez. Antes de despedirse abordan ‘El dormilón’, y la canción de cierre es la que hace que el público se levante definitivamente y se olvide de que está en un teatro: ‘Turnedó’.

“¿Ves esto? Es una maravilla”, expresa Pancho Varona a la salida, con la mirada casi vidriosa mientras señala a una madre con un niño de unos cuatro o cinco años. Está emocionado por lo que acaba de ocurrir, dice que lleva muchos años persiguiendo que este ciclo matinal sea una realidad. Quizá alguien no las tenía todas consigo cuando se planteó llevar la música a un teatro, en una sesión de mañana y para todos los públicos. Si estuvo allí, dudas disipadas. “Ahora el periódico, la paella y ya he echado el día”, bromea un treintañero al abandonar el recinto. Otros salimos de allí sorprendidos todavía, sintiendo que acabábamos de presenciar uno de los mejores conciertos de Iván Ferreiro.

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