«Cuando voy a un concierto de Radiohead me emociono a muerte, pero en el mío mi misión es que se emocione el de abajo»
En medio de un constante entrar y salir del escenario, las últimas novedades discográficas de Iván Ferreiro son un reflejo también de sus directos. Sobre ello habla en este reportaje de Arancha Moreno.
Texto: ARANCHA MORENO.
Fotos: CARLOS VILLAREJO.
Curioso que alguien como Iván Ferreiro, asiduo a los escenarios desde hace más de tres décadas, apenas tenga registros sonoros de sus conciertos. Bueno, en realidad no tanto: el vigués tiene la costumbre de huir siempre hacia delante para no caer en las garras del pasado, ni en la reiteración. De ahí que, al margen de aquel lejanísimo Confesiones de un artista de mierda, que grabó en un estudio con público en 2011, y del deuvedé en directo que acompañó al disco Picnic extraterrestre en 2008, hayamos tenido que esperar hasta los últimos compases de 2024 para pinchar en nuestro tocadiscos el primer trabajo en vivo, en eléctrico y con banda, de su etapa solista. El resultado es Puede que Madrid sea una trinchera pop, una manera de entender, desde casa, por qué son tan venerados sus directos.
Esquivando las garras de las plataformas de escucha, este disco solo se puede adquirir en vinilo y en dos formatos. Uno doble, con el concierto que ofreció en enero de 2024 en el WiZink Center de Madrid (hoy, Movistar Arena), y uno triple, que incluye además el que dio en la sala Razzmatazz de Barcelona ese mismo mes. Un palacio y una sala que captaron el pulso eléctrico de una gira que aún sigue su curso, y que registraron por costumbre, sin pensar que algún día verían la luz. «Grabamos todos los conciertos porque la mesa lo hace de forma automática, no tiene ningún gasto. Tengo todo lo de Golpes Bajos, lo de Leiva versus Ferreiro…», explica Iván Ferreiro, acomodado en un sofá de su discográfica, en la sede de The Music Station. Es su técnico, Luis Antelo, quien le va pasando todas las grabaciones en discos duros que amontona en casa y que no escucha jamás. Un montículo al que estaban destinados estos dos directos, y que se salvaron en el último momento.
Fue David Bonilla, A&R y tótem de Warner, quien prendió esa mecha, afortunadamente. «Con los festis no sabíamos cómo iba a funcionar de pasta, pero vimos que en las salas funciona, que se pueden hacer perfectamente. Hicimos el Zentral en Pamplona, que fue increíble, y luego el Razzmatazz. Y el día del WiZink, dijo Bonilla: “Jo, qué pena que no lo grabamos”. Pero sí, sí que lo grabamos», explica Ferreiro. «Estábamos disfrutando muchísimo, siempre que estás en los festis es guay, pero cuando empiezas las salas te das cuenta de que es mucho más guay», y en esta ocasión, además, afrontaron el reto sin la presión extra de pensar en que vería la luz. Quizá también por su forma de entender el género: «Siempre veo el concierto como algo efímero, tengo esa sensación, me gusta pensar que cada concierto es único».
Responsabilidad versus emoción
Antes de salir al escenario existe una única premisa: la responsabilidad de hacerlo bien sin agobiarse más de la cuenta. «Leiva me lo dice, que siempre estoy a mi puta bola. Yo prefiero hablar de cualquier cosa, me parece un sufrimiento gratuito pensar en el concierto. Ya te lo sabes, gózatelo. Me lo dijo un día Bunbury: “Yo estoy excitado, como el que va a hacer algo increíble, y no estoy nervioso, porque estar nervioso implica tener miedo, y no hay que tenerlo porque vas a hacer algo que te gusta”».
«Yo siempre tiro para adelante, supongo que a veces me da miedo quedarme colgado en el pasado»
El de Madrid, según se le oye decir en la grabación, fue uno de los conciertos más emocionantes de su vida. Pero ¿cómo vive la emoción en el escenario? ¿Está de principio a fin o son chispazos puntuales? «Mi emoción es completamente distinta a la del oyente. Cuando yo empezaba a tocar, me agobiaba porque nunca sentía lo mismo que cuando estaba abajo, viendo a los grupos que me gustaban. La sensación de tocar es la de la serenidad, no la de la lágrima. Cuando voy a un concierto de Radiohead flipo y me emociono a muerte, y lloro, pero en el mío siento una cosa completamente distinta, mi misión es que se emocione el de abajo». Se concentra y logra una sensación muy placentera, más física que intelectual: «No pienso en lo que dice la letra, pienso en hacer la canción, darle a este botón, levantar este fader, tener la letra delante para no olvidarme… Estoy construyendo algo con mis compañeros, y gozo mucho».
Entre las canciones escogidas para este disco está «El pensamiento circular» que tocó en Madrid junto a Martí Perarnau y Zahara, de Juno, y una nueva versión al alimón con Santi Balmes de «El equilibrio es imposible», que ya compartieron en Confesiones de un artista de mierda. En esta última se notan los muchos escenarios que han pisado ambos desde entonces, y también una complicidad distinta. Casi se les oye sonreír. «En el concierto de Confesiones Santi estaba muy nervioso. Y no lo habíamos hecho nunca con banda, no sabes lo que me cuesta convencer a Santi para que salga de casa. Se notan también sus tablas, creo que se nos nota a los dos el recorrido. Ese día Santi me confesó que sufre un poco cuando canta con los demás. Yo le tranquilicé. Tengo una banda con la que es muy fácil tocar, si te equivocas van todos detrás de ti, ellos lo arreglan. Los cantantes deberíamos tener siempre una banda como una red, para que puedas cometer cagadas gigantescas y que la gente no lo note». Al final, Balmes suena más relajado de lo que estaba antes del show y Zahara, tan natural como acostumbra: «A Zahara parece que no le cuesta, es superheavy también».
Llegar, tocar y olvidar
La táctica que emplea Ferreiro al bajar del escenario pasa por no comentar la jugada, no racionalizarla, esquivar la nostalgia de lo ocurrido en cuanto llega al camerino. «Yo no tengo que archivarlo. Hay gente que dice que dio un concierto y luego no se acuerda de nada. Pues de puta madre, es lo que tiene que ser. Hay que ir, pasárselo bien y olvidarte. Hay gente que cree que disfrutar de las cosas es grabarlas en tu memoria, pero vivir es vivir las cosas y llegar a casa y pensar que ha sido increíble y que ya pasó. Yo hago los conciertos, los disfruto, salgo por la noche, me emborracho, me río, me abrazo… Pero incluso en este bolo, cuando termina y me voy a tomar una copa con los colegas, y todo el mundo habla del concierto, yo no disfruto una puta mierda, yo solo quiero bajarme del concierto y hablar de otra cosa».
«Los cantantes deberíamos tener siempre una banda como una red, para que puedas cometer cagadas gigantescas y que la gente no lo note»
Sin más presión que la de actuar ante 8.000 personas, que ya es, lo que escuchamos de aquel concierto es un directo fresco, una fotografía sin filtros en la que se cuelan algunos errores. Está de acuerdo, y no se tortura con las imperfecciones porque esos discos ya no suenan en su casa: «Lo escuché un par de veces después de las mezclas, para ver que estaba todo bien, pero no soy de escucharme a mí mismo, ¡llámame loco! Yo escucho las cosas hasta que salen, luego ya las escucho en directo cuando las hago. Si me lo como todos los fines de semana… ¡como para llegar a casa y ponerme otra vez el disco! Prefiero ponerme el de León Benavente, o el nuevo de Amaral, o el de Zahara». Se ve que no pertenece a esa sociedad que envía un audio y le da rápidamente al play para escucharse a sí mismo. «Cuando hago un vídeo, como aquel anuncio de KIA con Maribel Verdú, trato de hacerlo muy bien para no repetirlo. Y cuando me preguntan si quiero verlo, digo “¡No! ¡No quiero verlo!”. Odio verme. Nunca he visto el anuncio de KIA, me causa una cierta ansiedad. Cuando hice el anuncio de Mahou, y me veía en Callao en las pantallas, era como “hostia, vaya bajona”. A veces cruzaba por ahí y miraba al suelo para no ver mi careto».
Los Piratas y un directo perdido
Curiosamente, otra de las grabaciones en directo que nos sorprendió el pasado año, en el Record Store Day, fue el vinilo Piratas en directo, que recoge una desconocida actuación que hizo con su exgrupo el 9 de mayo de 1998 en Lleida. Algo que, de nuevo, debemos agradecerle al corazón de Warner, David Bonilla, que decidió recuperarlo. Un directo que grabó Vicente Sabater, productor del quinteto en aquellos tiempos. «No lo he escuchado, si te digo la verdad. La nostalgia no es lo mío, la nostalgia puede llevarme a la bajona, ¿sabes?, igual por eso no soy nostálgico», dispara Ferreiro. Apenas escuchó el principio del disco, cuando saludó al público como lo hacía siempre entonces: «Buenas noches, somos Los Piratas y somos de Vigo». «Ahí se oye a uno que dice: “Tú lo que eres eres gilipollas”. Se oye perfectamente. Y ahí dije: “Adelante, ¡vamos con el disco!”», ríe.
Aquella noche en Lleida se le aparece brumosa, pero recuerda que sufrieron un robo: «Entraron en la furgoneta y se llevaron un walkman de Hall, en lugar de llevarse una guitarra carísima. ¡El ladrón más inútil de todos los tiempos!, y nos rompió la ventanilla». Aquella noche abrieron con “Comarcal al infierno”, seguida de “Reality show”, “La canción de la Tierra” y “Mi tercer pie”; también tocaron clásicos como “M”, “Mi coco”, “Promesas que no valen nada” o “Te echaré de menos”. «Flipé cómo cambiábamos Piratas de una época a otra, el repertorio es rarísimo y me parece que está guay», comenta. De aquello han pasado más de 25 años y entonces aún no habían editado sus dos últimos discos de estudio, Ultrasónica y Relax.
«La nostalgia no es lo mío, la nostalgia puede llevarme a la bajona»
Una cifra para celebrar
Ese interés de Ferreiro por mirar siempre hacia delante hace que, en sus aniversarios, apenas se autocelebre con alguna edición especial de sus discos. Algo que quizá cambie en 2025, cuando se cumplen veinte años de su debut en solitario, Canciones para el tiempo y la distancia (Warner, 2005). De momento, lo está meditando: «A lo mejor hago algo, pero porque veo que todos lo hacen y yo no hago nunca nada. Yo siempre tiro para adelante. Supongo que a veces me da miedo quedarme colgado en el pasado. A veces, cuando veo a otros celebrando los aniversarios me da como envidia, pero por otro lado, estoy en otra cosa. Pero bueno, lo tengo todo grabado», dice, de su gigantesco archivo sonoro. «Tengo todos los Leiva versus Ferreiro del Náutico en pistas, tengo incluso los ensayos. Tengo treinta versiones de cada canción, porque a Leiva le gusta repetir los ensayos. Un día me encantaría hacer un Leiva versus Leiva, esto es: el ensayo de lo que Leiva quiere hacer y luego lo que hace, que no es lo que ensayamos nunca», ríe. Y enseguida le asalta una pequeña maldad: «Leiva versus Leiva me parece una gran idea, y luego Ferreiro versus Ferreiro», sigue riendo, en esa divertida pugna que mantiene con su amigo desde hace varios lustros.
Mientras decide si habrá o no celebración de su debut, su próximo cancionero parece quedar lejos. «No he tenido mucho tiempo para bajar al estudio, estoy dándole paso a mi vida privada y al ocio, más que al trabajo. He reestructurado mi estudio estos últimos meses, cableando mierdas, aprendiendo a manejar algún aparato, pero aún no tengo muy claro sobre qué quiero hacer el próximo disco. Tampoco he tenido mucho tiempo, he tocado mucho. Quizá ahora, en febrero o marzo, empiece a hacer algo. Y, si no, celebro los veinte años de Canciones para el tiempo y la distancia y me olvido del tema», deja caer, sonriendo con gesto enigmático.