Irene y el aire, de Alberto Olmos

Autor:

LIBROS

«¿Recuerdan la montaña rusa? Pues en esta novela pueden seguir disfrutándola»

 

Alberto Olmos
Irene y el aire
SEIX BARRAL, 2020

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Son innumerables los volúmenes que tienen como tema el embarazo, la gestación y el parto. Estanterías enteras inundan las librerías con ellos. Diarios, novelas, manuales de autoayuda, libros ilustrados, médicos… Todo vale, el campo está abierto para una demanda siempre constante que atiende a un momento importante de la vida de las mujeres. Quizás en un rinconcito de la inmensa estantería aparezca alguno que trata el tema desde la óptica de los padres —a los progenitores masculinos me refiero—, esos a los que, en palabras de Antonio Olmos, nadie hace caso, hasta parecen molestar. Afortunadamente, el hueco se ha empezado a llenar en los últimos años, sobre todo con alguna novela.

La novela es un inmenso flashback. La primera escena presenta a los inmediatos padres en una fiesta que va a ser la última. Eugenia sale de cuentas en una semana. Y empiezan a rememorar. Han sido nueve meses en los que todo se ha puesto patas arriba. El primer paso es mudarse a un piso más grande; el segundo, recorrer una tienda de muebles sueca. El episodio es hilarante: lo que iba a ser una hora escasa se convierte en ocho. Las páginas que lo presentan —como un plano secuencia— hacen que uno no pueda parar de reír, aunque en general domina más cierta bonhomía que un espíritu acerado. Para acerada ya está otra de las novelas sobre el tema, Manu, de Manuel Jabois, con una primera página que vale por toda una carrera.

Hay más pasos. El tercero es buscar en internet, y el cuarto la adquisición de multitud de libros de esos que, ya lo hemos advertido, inundan las estanterías. A partir de aquí, se disparan las fases y se superponen: la búsqueda de un nombre, las clases de preparación… Hasta que llega el gran día, el día del parto. Todo preparado, el hospital que tras una visita guiada habían escogido, la primera puesta en una maletita en el coche… Agárrense los machos.

Las prisas hacen que acudan a un centro cercano a casa. No se ocupan de esos casos. Un taxi. El hospital de la Comunidad Autónoma. Mmmmmm, Urgencias Generales. No se ocupan de esos casos. Hasta que llegan a Urgencias Maternidad —previa descripción de las tripas de la clínica, por donde pasan de uno a otro—, el lector tiene el corazón en un puño. El relato aquí se vuelve casi un monólogo interior; denso, pero a la vez ligero, sabe captar el ritmo de cada paso que dan por una ambientación de película años setenta: largos corredores, mesas frías…

Ufff, ya están en la sala de dilatación, pero la bolsa con la primera puesta está en el coche. Hay tiempo, él puede volver a casa a buscar la bolsa. Cuando regresa, la madre ya no está en la sala de dilatación. Y el ritmo que antes era onírico, de golpe se acelera, frena convulsivo, hasta hacer sentir al lector la misma angustia. La última página se cierra con una relajación del lector. ¿Recuerdan ustedes cuando los parques de atracciones estaban abiertos? ¿Recuerdan la montaña rusa? Pues en esta novela pueden seguir disfrutándola.

Anterior crítica de libros: No me Judas, Satanás!!!, de César Martín.

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