Igual que ayer, de Eduard Palomares

Autor:

LIBROS

«Estupendo cóctel detectivesco que convierte la novela en algo reconocible y magnético a la vez»

 

Eduard Palomares
Igual que ayer
LIBROS DEL ASTEROIDE, 2022

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Hace ahora cuatro años, Eduard Palomares, un periodista que tiene sede en El Periódico de Catalunya, publicó una inesperada novela titulada No cerramos en agosto. Inesperada por ser la primera y porque hacía protagonista a un detective singular, Jordi Viassolo, un joven en paro al que una agencia de detectives contrata con un necesario pero decepcionante contrato: tiene que mantener la agencia abierta en agosto, pero sin hacer absolutamente nada. Sin embargo, aparece un cliente cuya mujer ha desaparecido y Viassolo se embarca en un caso que parece sencillo, pero que se complicará a las primeras de cambio.

La imagen de una Barcelona que en el siglo XXI tiene muchos flecos que coser —los contratos basura, el turismo, la falta de viviendas— vuelve a aparecer en Igual que ayer, la segunda entrega, en la que Viassolo sigue en paro. Su conciencia de detective no ceja, pero ha de buscar trabajo de camarero para mantener por lo menos el piso que comparte con tres amigos más. Es precisamente una cena en el Observatorio Fabra, en la que se presenta en sociedad un alcaldable de las municipales que tiene un accidente al volver en coche a casa, lo que le abre un nuevo caso.

Los problemas que atenazan Barcelona son los mismos que cinco años atrás, pero el libro añade algunos para ampliar los frentes abiertos: narcopisos y corrupción municipal que juega al monopoly con el problema de la vivienda. Así, Viassolo, que es contratado bajo mano para que proteja a una chica que participa con avidez en una asociación de defensa del Raval barcelonés, se encuentra con el fracaso cada vez que intenta buscar una vivienda con su novia Mireia para vivir juntos.

Y, en estas, aparece Recasens, un viejo detective a punto de jubilarse que es conocido en todos los bares de Barcelona cuyos dueños lleven más de cincuenta años en la cocina. Es quien le enseña a Viassolo bares de raigambre —y reales— como el Conesa —al lado de la plaza Sant Jaume— o La Plata, que solo tiene cuatro tapas, las mismas que lo inauguraron en 1945; así que Recasens también propone una ruta por Barcelona: la de aquellos lugares que se conservan sin interferir con los nuevos problemas, los que se resisten a desaparecer.

Los personajes de este mundo que ha creado Palomares son así, comprometidos, nostálgicos, alocados. Pueden entrar en el Apolo o en una bodega de la Meridiana, indagar en un chalet de clase alta o en medio de ratas. O en los pueblos, precisamente por una serendipia monumental encuentra Viassolo el hilo del que tirar cuando ya todo parecía perdido. Así que se dirige hasta una aldea de los Pirineos para confirmar una teoría sin pruebas y da muestras al mismo tiempo de lo inteligente y lo bisoño que es.

Por cierto, el título deriva de una vieja historia que Recasens intercala en el relato y que posee cierto paralelismo con las andanzas de su pupilo Viassolo. Así, ambos confirman un genial tándem en el que el joven adopta trazas de los detectives de Eduardo Mendoza y el viejo se ha de conformar con ser una mezcla de un Carvalho más orondo y descreído — aún más descreído— y un Biscúter no falto de ilusión, pero que la tiene escondida. Estupendo cóctel para que la novela sea reconocible y magnética a la vez.

Anterior crítica de libros: El imperio de las luces, de Octavio Gómez Milián.

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